Carlitos Tevez tuvo la generosidad de conseguir dos tickets en una ciudad de Londres donde había gente dispuesta a hipotecar su casa por ver el partido entre el Arsenal y el Manchester United, pero los compañeros de Tevez no tienen con él esa generosidad que podemos mencionar de una manera especial del jugador argentino. Ellos no le pasan la pelota, salvo en circunstancias en las que estén comprometidos; en muchísimas ocasiones lo obligan a jugar detrás de la línea de la pelota, lejos de donde él puede gravitar mejor. Entonces, se va desmoralizando en largos períodos en los cuales prácticamente no participa del juego, excepto en el entusiasmo para atropellar un zaguero o al arquero rival cuando van rechazar la pelota.
Aun en ese contexto puede decirse que Tevez no jugó un mal partido, pero cuánto podría mejorar si tuviese la chapa y la importancia que para sus compañeros tiene Wayne Rooney, al que olfatean en cualquier sector. Le pasan la pelota aun cuando está encerrado entre rivales, lo buscan de todas las maneras en cada uno de los sectores de la cancha en donde aparezca su figura. Tevez, en cambio, depende de las pelotas que le queden servidas por alguna sucesión de rebotes cuando da ardorosa pelea en la mitad de la cancha. Desde allí, cada pelota adquiere un valor especial, en el cual el fracaso de un mal pase o el intento de un esquive que no prospera, se convierten en una condena.
Así y todo, Tevez se ganó bien merecidamente en un par de oportunidades, sobre todo en el primer tiempo, el grito de “¡Argentina, Argentina!” de los hinchas del Manchester, entre los cuales estaba este cronista, en un codo de la tribuna, donde evidentemente hay ya mucho aprecio por el ex futbolista de Boca.
El partido no dejó demasiada tela para cortar, pese a que sobre el césped del Emirates Stadium estaban varios de los mejores jugadores del mundo. Los tres atacantes del Manchester son titulares de las selecciones de Portugal, de Argentina y de Inglaterra. Y del otro lado también había varios de los más interesantes futbolistas que el planeta pueda ofrecer hoy: estaba Fabregas, por el lado del Arsenal, un jugador que indudablemente va a tener una gran gravitación para el fútbol español de los próximos compromisos internacionales. Tiene un gran despegue desde la mitad de la cancha, y brilla por su armonía, lo que convierte a su quite y a su precisión en los pases en características absolutamente complementarias.
Sin embargo, con tanto buen jugador dentro del terreno de juego, el partido no ofreció prácticamente aristas salientes: un par de ocasiones para marcar a favor de cada uno; las dos veces que Manchester estuvo en ventaja; Arsenal jugando un fútbol un poco más prolijo, de pelota al pie, siempre consiguió igualar las acciones, aunque debió penar hasta el minuto 90 para conseguir ese empate que merecía.
Allí donde Londres se convierte en un barrio de edificios de tres o cuatro pisos, con ladrillos expuestos, donde las ventanitas se hacen pequeñas y simpáticas. Donde se respira un aroma totalmente distinto al de Picadilly Circus, al de Regent Street. Allí está el impresionante Emirates Stadium del Arsenal, construido en medio de un barrio al que podríamos catalogar de humilde para Londres, pero que se levanta como un monumento de los tiempos modernos, capaz de provocar asombro y deslumbramiento.
En ese lugar Carlos Tevez no fue la figura que, desde la simpatía de nuestros corazones fuimos a buscar. Estuvo lejos del jugador que se vio brillar en Boca y, en algunas ocasiones, en la Selección argentina. No fracasó, pero tampoco gravitó. Prácticamente no encontró posibilidades de rematar al arco y se fue cuando faltaban 15 minutos para terminar el partido y éste estaba 1-1. Habrá que esperar. Habrá que darle tiempo a Tevez, como ocurrió en el West Ham, para que se haga un poco más dueño del equipo, para que lo busquen desde cualquier sector, para que en vez de tener una pelota cada diez minutos, pueda jugar diez pelotas en esos diez minutos y tener derecho a que cada vez que la reciba no se tenga que convertir en algo importante para sus compañeros. Porque de otra manera, con tan escasas ocasiones que tiene de lucimiento, él se va replegando emocionalmente hacia una actitud que difiere completamente de la que se le conoció en Boca o en la Selección. Del famoso ritmo del fútbol inglés, poco ha quedado. Seguramente hoy, cuando se relate el partido de River-Independiente, se tendrá un juego un poco más fluido y desde el punto de vista estético más lucido que el que ofreció el campeonato más profesional que hay hoy en el mundo entero.
No desilusionó Tevez, pero tampoco se pudo encontrar una respuesta que se compadeciera con esa imagen portentosa que asumió en sus tiempos de gloria con Boca en la Libertadores. Otra vez será.
*Desde Londres.