A diferencia de otras experiencias nacional-populares en la región, sobre todo la venezolana o la boliviana, el kirchnerismo no actuó como un populismo clásico, en el sentido de dividir el campo político entre los de arriba y los de abajo (Laclau). El subsuelo de la patria ya se había sublevado en los años 40 y la crisis de 2001 habilitó nuevas constelaciones de demandas y expectativas –marcadas por los sectores medios urbanos– a las que el kirchnerismo se propuso responder. Por eso Maristella Svampa habló de “populismo de los sectores medios” y el periodista y escritor Martín Rodríguez, de las “luchas de clases… medias”. Como bien señala, el kirchnerismo se interesó por “construir al pueblo” sólo después de la crisis del campo de 2008. Y fue en ese contexto de polarización que asumiría un sentido –y todo su valor– el trabajo de Carta Abierta. Y en efecto, hay mucho de la idea de “ir hacia el pueblo” en los militantes camporistas, más que de surgir de él.
Quitando lo que pueden contener de irónico estas apreciaciones, lo cierto es que el kirchnerismo no creó una identidad popular (pese a políticas como la AUH) y sus grandes concentraciones, como la emblemática del Bicentenario, constituyeron expresiones políticas y estéticas alejadas de las clásicas multitudes plebeyas de las patas en la fuente. Lo mismo ocurre con el imaginario setentista, que no remite a un stock de imágenes de los sectores populares. Pero fue también por esos filones de clase media que el kirchnerismo incluyó en sus reformas temáticas que lo diferenciaron de los otros “populistas” de la región, como el matrimonio igualitario y la bandera de los derechos humanos.
Esta “década larga” estuvo marcada por la emergencia, la muerte y la reinvención de Néstor Kirchner, como un inesperado héroe mítico de la nación. Quizás el Nestornauta sintetice un poco estos años, con lo real y lo ficticio de volver mítico a un político cuya vida estuvo marcada por la ausencia de mística.
En verdad, el kirchnerismo es producto del peronismo realmente existente y estuvo lejos de avanzar en una reforma “intelectual y moral” de la política. Como se ve en Tucumán, y en numerosas provincias, el espacio kirchnerista articuló parte de sectores medios progresistas de las grandes urbes (que irradiaron el llamado “relato”) con los peronismos provinciales puros y duros, siempre iguales a sí mismos. Y es ese peronismo el que está retomando fuerza con Daniel Scioli y sus vínculos con los gobernadores para romper con el cerco kirchnerista. El mismo Scioli que en 1999 reivindicaba entusiasta, frente a Marcelo Longobardi, los tres pilares transformadores del menemismo: las privatizaciones, el indulto y la “inserción” de la Argentina en el mundo y, por eso mismo, reclamaba la re-re del riojano.
En efecto, si la expresión década ganada remite a la década perdida de los años 80, queda en el medio la “década incómoda” de los 90, no sólo porque el peronismo como tal fue su principal artífice sino porque la sociedad actual aún sigue siendo producto de cambios perdurables de esa década y de sus efectos desigualitarios (basta mencionar una educación que produce más desigualdad de la que mitiga y un fragmentado sistema de salud en función del poder adquisitivo, además de todo tipo de desigualdades territoriales).
En este sentido, el kirchnerismo no actuó distinto que el peronismo del pasado: se adecuó a un clima de época, en este caso de centroizquierda, pero sin modificar sus prácticas ni su forma de hacer política y construir ciudadanía. Por eso, una vez que pasó su momento dorado, asociado al crecimiento económico, los resultados son pobres, y se ve la mitad vacía del vaso, junto a las dudas sobre la sostenibilidad de la mitad llena. Quizá la paradoja sea que, sin utilizar esa consigna, más de una década después, Scioli termine repitiendo la oferta de Néstor de 2003: un país normal, con fe y esperanza.
*Jefe de redacción de revista Nueva Sociedad.