La ex presidenta envió carta documento a Felipe González intimándolo a desmentir que le hubiera dicho a Macri durante su visita a España que las inversiones no llegarán a Argentina hasta que Cristina Kirchner vaya presa, versión publicada por Clarín el viernes. El ex jefe de Estado español se desdijo el mismo día, pero la cuestión de fondo no es si fue verdad que Felipe González se lo dijo a Macri, sino si es verdad que las inversiones no vendrán hasta que Cristina Kirchner vaya presa, idea que se instaló en el debate y cobró vida propia aunque González la haya desmentido.
Esa idea asume que habría inversiones que están esperando para venir, lo que por sí solo sería útil a Macri, independientemente de que no se tratara de que la ex presidenta fuera literalmente presa sino que perdiera las elecciones de octubre y simbólicamente quedara “presa en el pasado”.
Es funcional al Gobierno porque candidato es aquel a quien se le cree una promesa, y para las elecciones de octubre Macri precisa sostener su gran promesa electoral de 2015, centrada en que habrá crecimiento económico de la mano de las inversiones que no venían por culpa del gobierno anterior. Primero sostuvo que, tras la salida del cepo y el acuerdo con los holdouts, comenzaría la lluvia de dólares, luego en el segundo semestre, luego... luego.
Creer ahora que no llegaron las inversiones porque la vigencia de Cristina aún no se eclipsó definitivamente es un potente eslogan electoral para octubre pero es una simplificación. Es verosímil que aquellas inversiones que tienen un repago de largo plazo, y cuya actividad está regulada por decisiones del gobierno de turno, se sentirían más seguras si pudieran confirmar que no hay un regreso del mismo tipo de populismo a corto plazo. Pero extender eso a todas las inversiones futuras o atribuir la incumplida llegada de inversiones a esa causa, ilusionándose con un boom de inversiones en noviembre si Cambiemos ganara las elecciones, puede ser un error similar al de esperarlas tras el acuerdo con los holdouts.
Quedados en los 90. En los años 90, Menem deslegitimaba a quienes se le oponían desde dentro del peronismo diciendo que se habían quedado en el 45, por el primer peronismo. Un embajador de Francia, impresionado por la importancia que en nuestra universidad pública tenían desde Foulcault hasta Lacan, dijo que Argentina se había quedado en la Francia de los 70, la de mayo de 1968. Y se puede hacer un paralelismo económico diciendo que Néstor Kirchner se quedó en los años 70 y Macri en los 90. Que se cristalizaron en el paradigma en el que cada uno se formó. Que Néstor Kirchner creyó que la economía argentina de 2003-2008 crecía por sus políticas estatistas, cuando era por el aumento de los precios de las materias primas, por eso países como Perú, con economías anti-Estado y pro mercado, crecieron igual o más durante esos años. Y cuando los precios de las materias primas se estancaron y redujeron, su heredera, Cristina, no tuvo ninguna idea más que profundizar en la misma línea, sin descubrir que el país cavaba en un hoyo, y arengando con el discurso de “liberación o dependencia” sin haberse adaptado a la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.
La misma ceguera paradigmática podría tener Macri si creyera que la fuerza imparable del libre comercio y la globalización alcanzaría para propulsar la economía argentina si se liberaran las fuerzas de las ataduras con que las habían amarrado los Kirchner. Sin comprender que en aquel mundo de los 90 tras la caída del Muro de Berlín, cuando Europa se hacía una sola y surgía el euro, la palabra “globalización” era sinónimo de progreso y crecimiento mientras que ya en la segunda década del siglo XXI se la percibe como una amenaza de pérdida de empleo en los países de medianos salarios hacia arriba, y pérdida de empresas e industrias. En 2015, cuando Macri preparó su plan de gobierno, todavía el Brexit y Trump no habían emergido, aunque su germen ya se estuviera gestando.
La misma falsa ilusión reside en creer que el conflicto social de las últimas semanas es el resultado de una puja por quiénes se aferran a las ventajas que les dio la inflación pidiendo más salario o más subsidio a un Estado que genera un déficit que sólo puede pagar con emisión monetaria. En Brasil, la inflación es del 6% y hay conflictos sindicales, puja distributiva y recesión sin que haya inflación. Lo mismo podría decirse de España, donde el conflicto social y la recesión son crónicos a pesar de la inexistente inflación.
Todo ello no minimiza la importancia de la inversión para que la economía argentina retome su crecimiento, ni dejar de reconocer que el modelo kirchnerista la inviabilizó; o que la reducción de la inflación no es imprescindible para que la Argentina vuelva a crecer sostenidamente. Pero ponderar su importancia relativa es fundamental para que el Gobierno no vuelva a sobreestimar sus fortalezas, como hizo al comienzo de su gestión, cuando creyó que el solo fin del gobierno kirchnerista atraería las inversiones de todo el mundo y en las oportunidades que el comercio mundial les daría a los productores argentinos, junto a que el populismo había pasado definitivamente de moda.
Dicen que en privado Macri está enojado y de muy mal humor, atemorizando a sus colaboradores. Debería estar enojado con él mismo. No por haber errado en el diagnóstico sino en la potencia que tenía la medicina que pensaba utilizar para la cura y la velocidad con la cual se restablecería la salud de aquello que venía a reparar. Aunque nadie que no se sobreestime podría ser presidente.