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Tierra e instinto

1-11-2020-Logo Perfil
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Aunque circule información sobre la cría de cerdos, el trigo transgénico, el fracking o la megaminería, los problemas relacionados con el medio ambiente no parecen importantes a nivel popular. Es inquietante que fuera de los ardientes grupos veganos (que a veces caen en la contradicción de condenar un huevo de campo y perdonar los agrotóxicos) la Argentina imbuida como nunca en políticas de semblante futurista, continúe en un estado de mayoritario aislamiento frente a las vanguardias ecológicas del mundo (y no estoy hablando de ese fenómeno palanqueado que es Greta Thumberg). En los medios y la política, muchos confunden ambientalismo con ecología y ni siquiera los sectores del oficialismo más interesados en la doctrina justicialista atinan a poner sobre la mesa la Carta Ecológica de Perón al momento de tomar medidas en beneficio de la tierra. Este “localismo provinciano” como lo llama Jorge Rulli, uno de los expertos en ecología más consecuentes del país, es peligroso. De Menem en adelante, el agronegocio se consagró a estrategias obsoletas y/o dañinas sin propiciar el crecimiento industrial, profundizando el hacinamiento de los conos urbanos y la deforestación, además de otros desastres que hoy explotan por todos lados. El lastre de una dirigencia que durante 30 años se mantuvo renuente a diseñar alternativas sustentables no puede revertirse sin que nadie se lo proponga en serio. A la hora de hablar, voceros de Cambiemos, la izquierda y el oficialismo manejan una jerga ecofriendly que no alcanza a tapar la desidia acumulada. “Es justamente en el universo de la biotecnología agrícola por donde pasan los vectores estratégicos de la geopolítica y de las compulsiones al colonialismo”, expresa certeramente Rulli, pero para los que tienen el poder de cambiar de verdad el panorama estas nociones no parecen tener otro valor más allá del discursivo. Tampoco los intelectuales, a excepción de algunos como Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin o Fabián Casas, parecen encontrar interés en el medio ambiente como tema de debate, aunque es posible que entiendan por qué es mejor comer orgánicos. 

Quienes conocen algunas de las sociedades que muchas veces tomamos como ejemplo para otras cosas constatan que la preservación de la biosfera es el gran tema del futuro y que la calidad del grueso de los alimentos que consumimos los argentinos no pasaría el visto bueno en ningún Carrefour de Francia o Alemania. “Si fuéramos capaces de aceptar nuestra omisión –dice Rulli– con humildad y con vergüenza, quizá podríamos reencontrar la grandeza de los sueños que alguna vez tuvimos”. La tierra, al menos por ahora, sigue siendo el principal patrimonio de una Argentina desindustrializada y en eterna crisis financiera. Llamar a salvaguardarla no es un gesto esnob, es más bien instinto de preservación.