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Tigres, canguros y gacelas

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En la Argentina, la idea de política productiva suele asociar la industria con el empleo de calidad, tomando como referencia la industrialización de los tigres asiáticos, países como Corea del Sur, que eran pobres en la posguerra y se volvieron potencias manufactureras en los 80. Esta fascinación se extiende a la segunda generación de tigres (Indonesia, Filipinas) que tomaron la posta industrializadora allí donde la dejaron sus mentores: largas jornadas de trabajo, escasa sindicalización, derechos laborales mínimos y, sobre todo, salarios bajos. Incluso China, agotado ya el ejército de trabajo rural que contenía los salarios urbanos, recurre hoy a su propia periferia, exportando trabajo a tigres de tercera generación como Vietnam o Camboya, para reducir costos laborales.

Ese es uno de los detalles que los promotores locales de la industrialización asiática pasan por alto: la Argentina alcanzó tempranamente niveles de ingresos medios y de protección social y laboral de país desarrollado, comparables con la Corea actual pero lejos de la Corea de hace cuarenta años. La Argentina nunca estuvo en condiciones de competir en este frente con los tigres. Abundan las pruebas: vean si no los fallidos y poco transparentes sistemas de promoción industrial, o el perenne régimen fueguino, ese costoso dinosaurio del voluntarismo económico que probablemente sea la mejor ilustración de hacia dónde no hay que ir para desarrollarnos. La Argentina fue, es y esperemos que siga siendo demasiado rica para ser tigre. (…)

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Dejemos de lado el fantasma de la primarización (contrario a la evidencia, el sector primario de hecho redujo su participación en estos años) y concentrémonos en su gemelo, el fantasma de la “terciarización” (es decir, el aumento de los servicios a expensas de la industria), que fue el verdadero patrón de las últimas décadas. Este patrón es más general de lo que a veces se insinúa en el debate local.

La terciarización sube a medida que las ganancias de productividad en la producción industrial reducen el precio de las manufacturas en relación con los servicios. Más simple: mientras entre 1982 y 2012 el precio del televisor cayó en
Estados Unidos un 95%, el de la educación privada se multiplicó por siete.

Esto también se explica porque la demanda de servicios aumenta. A medida que nuestro ingreso crece y satisfacemos necesidades básicas, gastamos más en nuevas necesidades (esparcimiento, turismo, diseño, medios). Subimos la
vara de nuestro consumo y con esto subimos la demanda relativa de servicios.

Un factor menos “fundamental” detrás de la tercerización es que la participación industrial suele caer “estadísticamente”: si una empresa industrial reemplaza su departamento de marketing contratando a una empresa de servicios de marketing, en las cuentas nacionales veremos a los servicios subiendo a expensas de la industria. Muchas de las actividades que en el pasado se realizaban dentro de la empresa industrial (transporte, telecomunicaciones, seguridad, catering, servicios de salud, de correo) son ahora provistas de manera externa por empresas de servicios. Por lo tanto, parte de la terciarización medida puede deberse a un “efecto de reclasificación”.

Esto hace que la mayor productividad industrial y la tercerización de los servicios puedan leerse incorrectamente como desindustrialización, lo que sugiere que la separación tradicional entre campo, industria y servicios es insuficiente para caracterizar la complejidad de la economía moderna.

Entonces, el tamaño relativo de la industria y del empleo industrial cae con la productividad y el desarrollo, y con la contratación de los servicios por fuera de la empresa. (…)

Los servicios son, como ya señalamos, muy heterogéneos, tanto que algunos se vieron tentados a distinguir un sector terciario de servicios poco sofisticados y uno cuaternario de servicios de alto valor agregado. Sin embargo, a pesar de la esperable diversidad de salarios, son los servicios los que pagan más en promedio, como ilustramos en un trabajo reciente para el Banco Mundial. Y si bien es difícil estimar la productividad por sector, en los últimos años la productividad de la industria y la de los servicios fueron de la mano, alimentadas por el avance tecnológico.

Si en la Argentina uno dice “servicios” piensa en informalidad, precariedad y sobrecalificación laboral. Piensa en el ingeniero conduciendo un taxi o en el ex empleado público gestionando un kiosco en el que invirtió la indemnización de su jubilación anticipada. Pero estas imágenes (el taxi, el kiosco) no se condicen con los servicios que han mostrado mayor dinamismo y crecimiento en los últimos años: finanzas, educación, turismo, informática, biotecnología, industrias creativas.
Una fantasía que compite con la de los tigres asiáticos en la charla casual sobre desarrollo es la de los “canguros”, exportadores desarrollados de bienes primarios, como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, que invierten la renta de los commodities para diversificar la producción hacia servicios exportables de alta calidad. Australia, por caso, importa celulares del sudeste asiático a cambio de manufacturas agrícolas, educación, turismo.

Para abusar de la analogía animal, podemos agregar un tercer modelo, el de un país que, ante la ausencia de recursos naturales, orienta su especialización hacia la investigación y el desarrollo, la innovación y el emprendedorismo: Israel, la economía con la mayor concentración de start-ups per cápita (cerca de mil firmas nuevas por año). Para lograrlo, los israelíes apalancaron su rico capital humano, aumentado por la masiva inmigración calificada proveniente de Rusia, con una fuerte inversión en universidades de excelencia y un exitoso sistema de capital de riesgo. Llamaré a este grupo “gacelas”, por el animal nacional de Israel.

La Argentina es aún poco sofisticada para ser canguro, ni qué decir gacela. Pero, puestos a elegir hacia dónde apuntar los esfuerzos, mejor ganar en sofisticación –modernizando la educación y la infraestructura, fomentando la innovación y la creación de empresas; en fin, aceptando que los tiempos modernos ya no son los de Chaplin– que perder en salario.

*Economista y escritor. / Fragmento de su nuevo libro Porvenir (Editorial Sudamericana).