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Tijuana, droga fácil, burdeles y desenfreno

Las 50 millones de personas que pasan de México a San Diego en los Estados Unidos y viceversa la transforman en la frontera más cruzada del planeta. Para el autor, de un lado y otro, la relación con las drogas genera dos culturas opuestas y complementarias.

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A causa de la falla de San Andrés, de casi 1.300 km, que atraviesa desde California en los Estados Unidos hasta la Baja California en México, la zona comprendida desde Los Angeles hasta La Paz registra un desplazamiento anual de 4,5 centímetros al año entre la Placa Norteamericana y la Placa del Pacífico, lo que origina, sin prisa pero sin pausa, la separación de la península de la república mexicana para transformarse en una isla a la deriva, mientras la ciudad de Los Angeles se desliza hacia la bahía de San Francisco, ocasionando la creación de la bahía de Arizona (como vaticinara Tool en un disco señero, Ænima): tal es la razón por la que, apenas se pisa el suelo bajacaliforniano, es evidente que entramos en un campo magnético diferente; territorio en el que a las 4 de la tarde, en temporada invernal, oscurece de repente, instalando la noche en pleno día, oportunidad para mirar más tiempo las estrellas.

La primera sorpresa que tuve al abandonar el aeropuerto de Tijuana fue la solícita invitación a fumar marihuana por parte de mis anfitriones, una variedad conocida como Blue Moon, fortísima, que me tuvo en órbita por más de ocho horas. A pregunta expresa sobre la legalidad del producto, obtuve una respuesta conocida: desde 2009 en el estado de California la marihuana con usos terapéuticos y medicinales es de consumo legal, siempre y cuando se cuente con una prescripción facultativa, lo que es bastante relativo. Tan sólo en San Diego, uno puede acudir a uno de los más de 160 dispensarios médicos a comprar todo tipo de variedades de marihuana (índica, sativa, híbrida) y sus derivados –dulces, resinas, cremas, aceites–, que se anuncian en múltiples revistas y aun en radio y televisión, haciendo del consumo de marihuana médico y de recreo un negocio contante y sonante debido, además de las adicciones de una sociedad consumista, al extraordinario servicio de delivery. De acuerdo con el LA Times, los servicios de entrega de marihuana medicinal se han triplicado en los últimos años, como puede cotejarse en la página de WeedMaps, un directorio en línea para las empresas que operan por la región.

El hecho contrasta con la realidad mexicana, puesto que, mientras los vecinos del Norte están haciendo el negocio de su vida al tratar el consumo de marihuana como un problema de salud pública, las políticas del gobierno mexicano –que obedecen a intereses transnacionales– criminalizan la producción, el consumo y la venta de un producto que los estadounidenses están usufructuando con creces, dejando para sus vecinos las guerras intestinas, el terror y la muerte. Por ello, fumar marihuana modificada genéticamente y traída de contrabando a un país donde su consumo es ilegal no puede sino intensificar su fulgor: buena parte de la sociedad norteamericana vive para drogarse, y lo hace muy bien, privilegiando por sobre todas las causas una indiscutible calidad.

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Yendo de la ciudad de Rosarito hacia Ensenada, es posible cruzar por el valle de Guadalupe, la región vitivinícola del país que, gracias a su clima mediterráneo, es propicia para tales actividades. Por la zona, quedan restos de las antiguas misiones franciscanas, que fueron destruidas por los indígenas de Baja California (cochimís, cucapás, pai pai y kiliwas entre otros). En algo parecidos al fenotipo de los apaches, si uno se adentra lo suficiente es posible acceder a comunidades kumiai, donde la gente vive en colonias de cerca de 200 individuos, a los que no les agrada que el forastero tome fotos de sus cementerios.

A poco de vagabundear por el costado norte de la península, queda claro que acá las cosas, si bien con un aire de familia, contienen una energía particular: algo que sucede entre las vastedades del desierto y los bramidos del océano, en la zona metropolitana trasnacional más poblada del norte de México (5 millones).

Tijuana o la condición de la frontera. “No sabes la cantidad de gente que conozco adicta a la frontera”, me dijo un cicerone que sabe de lo que habla. Tijuana es la ciudad más poblada de Baja California y la quinta de México. Se calcula que más de 50 millones de personas cruzan hacia San Diego cada año, lo que la vuelve la frontera más transitada del planeta.

Importante centro cultural y comercial, Tijuana ha construido su propia leyenda y una imagen de exportación alimentada por propios y extraños que la concibe como una Babilonia latinoamericana, epicentro de la corrupción y del vicio, una  Sodoma y Gomorra donde reinan la podredumbre, las drogas y la prostitución.

Ese carácter entre lo fascinante y lo pervertido la ha vuelto una suerte de Disneylandia del desenfreno, mitología que se vio alimentada durante el último cuarto del siglo XX por muchedumbres de americanos y otros decadentes del orbe que venían a cometer toda suerte de desmanes al amparo de autoridades corruptas, congénita pobreza y una población necesitada de divisas. Hasta hace algunos años, el combo que incluye prostíbulo, hotel y farmacias donde se consiguen drogas sin receta era denominado por los gringos como “cajita feliz”.

Tijuana, además de ser uno de los laboratorios sociales y artísticos más estimulantes del orbe, es también un gran burdel con precios accesibles, como lo supieron Jim Morrison, Janis Joplin y otros.

 

*Desde Tijuana.