Ejecutado como un método de cercanía con la sociedad, propio de “la nueva política”, el timbreo se ha convertido en uno de los caballitos de batalla preferidos de Cambiemos. Como muestra PERFIL en esta edición, hay un protocolo riguroso detrás de una práctica que parece espontánea. El éxito es que así luzca. Una herramienta más del marketing político.
Pero más allá de la eficiencia del mecanismo, repetido a lo largo de este año y que presumiblemente se multiplicará en la campaña 2017, la recorrida timbreadora de ayer se desarrolló en lo que acaso sea el momento de mayor tensión interna dentro del Gobierno.
Como nunca antes en lo que lleva de gestión la actual administración, funcionarios e influyentes del gabinete ventilan en privado y hasta en público las diferencias. Esta semana, por caso, se alcanzó un pico en el pase de facturas.
El más visible, porque además de histórica vino con video de regalo, fue la nueva ofensiva de la inefable Carrió contra Angelici, presidente de Boca y operador mayorista de Macri. El enojo presidencial recayó esta vez en el acompañante de Carrió durante la alegre filmación que se subió a las redes “para Angelici que lo mira por TV”: Fabián Rodríguez Simón (a) Pepín, hombre de consulta y de tramitaciones político-judiciales del jefe de Estado.
El más resonante, sin embargo, fue la disputa que se abrió luego del triunfo de Trump, después de que el gobierno argentino se manifestara a favor de Hillary. La canciller Malcorra no sólo debió dar justificaciones públicas a pedido de Macri, sino que éste, en Olivos, debió blindar a la jefa de nuestra diplomacia de los embates que recibió desde el propio oficialismo por la patinada. Hubo quien, incluso, imaginó por unas horas ponerse el traje de canciller, tras quedarse con las ganas por la derrota de Malcorra en la carrera hacia la ONU.
Dentro del ejercicio “disparen a Malcorra” cayó en la volteada hasta Duran Barba, el asesor presidencial que desde hace varias semanas escribe para PERFIL (las últimas desde Washington, donde además da clase) que podía ganar Trump, tal como sucedió. “¿No le avisó de eso a Macri, a Malcorra o a Lousteau, que se jugaron por lo contrario?”, escribió un reputado colega en la página 2 de un reputado diario.
El “caso Lousteau” también generó otro foco de conflicto. El embajador en EE.UU. decidió acelerar su regreso a Buenos Aires para participar en la campaña legislativa de la Ciudad, pero como el principal opositor a Cambiemos en el distrito. Los macristas arden con la decisión. Casi los mismos que pugnan entre ellos por patrocinar candidatos a sucederlo en Washington.
Otro motivo de interna lo generó la presunta insatisfacción presidencial con el ritmo de la obra pública nacional. Fuentes oficiales dejaron trascender que Macri metió presión a Frigerio (Interior) y Dietrich (Transporte) para que sus áreas aceleren plazos de ejecución. La fuente señaló incluso que el mandatario utilizó la figura de Edgardo Cenzón (el ministro de Obras Públicas bonaerense que se retira de la función pública por razones familiares) como disparador de chicanas: “El va más rápido que ustedes”.
La última detonación interna, por ahora, la causó la idea de un sector del equipo económico de adelantar la emisión de deuda de 2017 antes de que asuma Trump. Las razones se centran en que es probable que con el nuevo inquilino de la Casa Blanca aumenten las tasas por las que el mercado presta a los países emergentes. Pero la idea del anticipo se atribuye al Ministerio de Hacienda y Finanzas que encabeza Alfonso Prat-Gay. Para qué. Otra vez el revoleo de intrigas y comentarios desde las dependencias económico-financieras donde no se detectan muchos aliados a Prat-Gay. Esa sí es historia repetida.
Desgastado y preocupado por las inquinas de poder, el Presidente está pensando en recurrir a un viejo amigo para que lo ayude. Un tal Nicolás Caputo.