Voy caminando por la vereda a paso rápido, tratando de no demorarme mucho para la reunión que tengo con Carla, mi asesora de imagen. Una chica de unos 25 años, con el pelo rapado al costado, las puntas teñidas de fucsia, uñas pintadas de verde, remera que dice “Mirá cómo nos ponemos”, pañuelo verde atado en la mochila, detiene su bicicleta en la bicisenda, me mira fijo y me grita:
—¡Machirulo, dejá de maltratar a Carla!
Sorprendido, me quedo parado, desconcertado. La miro a los ojos, me acerco a ella.
—¿Cómo que maltrato a Carla? –pregunto amablemente–. ¿No te parece que si ella se sintiera maltratada lo diría?
—Típico de machirulo, poner la responsabilidad en la víctima –me dice, buscando algo adentro de su mochila.
—Pero escuchame, jamás maltraté a Carla, preguntale a ella –insisto, acercándome lentamente.
—¡Basta! –grita la chica, sacando un aerosol y apuntándome a la cara–. ¡Te acercás un centímetro más y te lleno los ojos de gas pimienta! Te juro que el Panadero de la barra de Boca va a parecer Rigoberta Menchú al lado mío.
—Está bien, me alejo –digo retrocediendo un par de pasos–. Pero te juro que jamás le hice nada a Carla. A Carla ni a ninguna otra mujer.
—¡Claaaaaroooo! –se indigna la chica–. Ahora me vas a decir que nunca tuviste actitudes machistas. ¡Típico de machirulo!
—No dije eso –trato de mantener como puedo mi tono más calmado–. Digo que no fui violento. Actitudes machistas tuve y tengo, obviamente. Vivo en una sociedad machista, eso es obvio. Y trato, como puedo, de deconstruirme.
—¡Ah, buenooooo! –se enfurece más–. Ahora el señor se hace el “deconstruido”. ¡Típico de machirulo!
—Hago lo que puedo –digo, y siento que mi paciencia se acaba–. Trato de aprender.
—¡Típico de machirulo! –grita–. ¡Hacerse el deconstruido para ponerla!
—Mirá, si hablamos de mi relación con Carla, si hay algún maltrato es de ella hacia mí.
–¡Típico de machirulo! Hacernos creer que el victimario es la víctima… ¡Das asco!
—Ahora mismo tengo una reunión con Carla en mi productora, acá nomás –le digo–. ¿Por qué no venís y le preguntás a ella cómo la trato?
—“Mi” productora, “mi” mina, “mi” propiedad –insiste–. ¡Típico de machirulo!
—No dije eso, yo… –trato de explicarme.
—¡Tomatelás, gil! –me interrumpe a los gritos y empieza a pedalear.
—Pero yo… –balbuceo, sin saber qué decir
—¡Dejá de hacerte el Rita Segato, gato! –me grita mientras se aleja por la bicisenda.
Entro a la productora, paso a mi oficina y Carla me recibe a los gritos.
—¡Llegás tarde! ¿Te creés que tengo todo el día para vos?
—Disculpame, es que me paró una chica en la calle.
—¡Dejá de hacerte el lindo, por favor! –se burla Carla–. ¿Quién te creés que sos? ¿Justin Bieber?
—No, me paró para putearme –le explico–. Dice que yo te maltrato.
—Bueno, tener que laburar con vos puede ser considerado maltrato. Pero sería un maltrato de la vida.
—¿Yo te maltrato? –pregunto, con mi mejor cara de pedir piedad.
—No, pero te merecés todo esto –responde Carla–. No es personal. Es que los chabones ya tuvieron el poder durante demasiado tiempo.
—Pero yo…
—Pero nada –me interrumpe–. Si vos no abusaste de ese poder podés estar un poco más tranquilo. Pero las revoluciones son así: se llevan puesta a mucha gente. Después las cosas se acomodan.
—Está bien, mejor no sigo discutiendo sobre eso. Además, tengo que hacer una columna política. ¿Viste que subió el riesgo país?
—Acá el único riesgo país es el de los violadores, abusadores y golpeadores haciendo uso de su poder.
—Me llamó la atención lo de Chano –digo–. Yo sabía que había abusado de autos, calles y semáforos. Pero abusar de mujeres sí que es irse a la banquina.
—Tengo una buena noticia para tu columna: este es el fin de la grieta.
—¿Vos decís? –dudo.
—Obviamente –dice Carla–. Mirá, tenés por un lado el caso del senador nacional Juan Carlos Marino, de La Pampa, radical de Cambiemos, acusado de abusar de una empleada del Congreso. El tipo había votado en contra del aborto legal. Imaginate: defiende la vida por nacer pero abusa sexualmente de la vida ya nacida.
—Horrible. Un dato terrible para el Gobierno.
—Sí, pero también renunció el senador provincial por Buenos Aires Jorge Romero, de La Cámpora, también por una denuncia de abuso sexual.
—¿O sea que ya no hay más grieta? –pregunto.
—Sí que hay –concluye Carla–. Pero es una grieta entre violadores y no violadores. Vos fijate de qué lado querés estar, machirulo.