En la FED conocí a los editores de Gris Tormenta, una editorial mexicana que ahora se distribuye con más frecuencia en la Argentina. Estuve hablando con Jacobo Zanella, a quien me acerqué para felicitarlo por la distribución en la Argentina de Última carta a un lector, el último libro del australiano Gerald Murnane, mi escritor favorito (es el último porque no piensa escribir otro). Descubrí que Zanella también es fanático de Murnane y lo tengo en mente para cuando funde el club de admiradores en América Latina, que tendrá una peña en cada país. Pero también descubrí en la FED un libro que se llama Escuchar en la nieve (cuaderno de lecturas), editado por la editorial chilena Bastante, en el que Zanella reúne 268 fragmentos de distintos autores que subrayó durante el encierro en la pandemia.
Ya llegará el momento de hablar de esta curiosidad literaria y también, desde luego, del libro de Murnane. Pero aquí me gustaría referirme a otro libro de Gris Tormenta, que tiene una colección orientada hacia la trastienda del mundo editorial y sus distintos componentes: “creación, corrección, traducción, publicación, diseño, crítica, edición.” Uno de los libros que la integra es Cien palabras a un desconocido, un título inspirado en las Cien cartas a un desconocido de Roberto Calasso. En realidad, es la versión traducida y abreviada de Blurb Your Enthusiasm, de Louise Willder, una escritora británica que se pasó veinticinco años de su vida redactando para la editorial Penguin lo que en inglés se llama “blurb”: las contratapas, las solapas, las fajas, es decir, los paratextos que sirven para vender un libro desde sus propias páginas.
Las Cien palabras son útiles para entender cómo funciona el sistema de publicidad textual en las grandes editoriales. Willder da ejemplos y cuenta buenas anécdotas relacionadas con este arte menor que tiene reglas precisas, tales como evitar los adjetivos, elegir puntos de tensión en la obra y que no parezca que la contratapa la escribió la madre del autor. También habla Willder de las diferencias entre los blurbs ingleses (concisos), los americanos (verbosos) y los franceses (escuálidos). Willder tiene de la literatura y de su público una idea que podría llamarse middle-brow (es alguien que presenta a Pascal como “un matemático francés”) y detesta los libros “que no cuentan historias”, al punto que recomienda simular que lo hacen para que el producto sea vendible. “No soy su público” dice Willder de Pynchon y le parece tan inconcebible que Calasso hable de los libros de su editorial Adelphi como misteriosos o que Eliot describiera a un poeta como “inteligible, pero impopular, que tiene el orgullo y la modestia de las cosas que perduran”.
Leyendo a Willder entendí por qué todos los libros me parecen el mismo libro cuando leo los blurbs, porque además, desconfío de las recomendaciones de otros escritores que aparecen en las solapas (si uno es malo, el libro no puede ser bueno). Sería impropio que un lego hablara de marketing, pero me pregunto si el sistema de los blurbs, considerado imprescindible para que la literatura llegue al público, no lo termina alejando y los libros que vale la pena leer necesitan prescindir de ellos para evitar que la contratapa se infiltre como un enemigo entre sus líneas.