Miren a toda la gente sola. Eleanor Rigby junta el arroz en la iglesia donde hubo un casamiento. Vive en un sueño, espera en la ventana usando la cara que guarda en un jarro junto a la puerta. ¿Para quién será? Toda la gente sola. ¿De dónde viene? Toda esa gente sola. ¿De dónde es? El padre Mckenzie escribe las palabras de un sermón que nadie va a oír. Nadie se acerca. Mírenlo trabajar, remendando sus medias a la noche cuando no hay nadie. ¡Qué le importa! Toda la gente sola. ¿De dónde viene? Toda esa gente sola. ¿De dónde es? Miren a toda la gente sola. Eleanor Rigby murió en la iglesia y fue enterrada con su nombre. No vino nadie. El padre Mckenzie se limpia la tierra de las manos mientras se aleja de la tumba. Nadie se salvó. Toda la gente sola. ¿De dónde viene? Toda esa gente sola. ¿De dónde es?
Hago esta traducción libre de la canción de los Beatles, Eleanor Rigby, porque siempre me pareció un gran poema. La escribió Paul McCartney, que vino esta semana a Buenos Aires a dar dos megarrecitales en el Estadio de River. No lo fui a ver. Nunca fui fan de los Beatles. De hecho, creo que soy post-Beatle, porque la banda se separó en 1970, el año en que nací. De todas formas, me crié en un mundo formado musicalmente por los Beatles y pintado incluso por ellos, porque me acuerdo que en los 70, todo tenía o intentaba tener un color parecido a la sicodelia de El submarino amarillo. De todos los coletazos de ese submarino, de ese subconciente de Liverpool, la canción Eleanor Rigby fue la que a los veinte años me hizo intentar escuchar a Los Beatles, no como un ruido ambiente universal, sino como una banda que en medio de un disco de melodías pegadizas escondía poemas musicales de mucha fuerza. Ahí está la soledad palpable de la mendiga y el sacerdote. Ella junta del piso el arroz de la felicidad de los otros, él escribe un sermón que nadie va a oír. En esa incomunicación desoladora, se pasa la vida. Ella se muere, él oficia el entierro al que no va nadie. Son dos vidas paralelas que no se tocan, pero que están una junta a la otra. La cercanía acentúa esa soledad y ese ascetismo que, al final, no nos redimen ni nos salvan. No one was saved.