En la mañana del lunes 12 de agosto la Presidenta se cayó y se golpeó la cabeza. Venía de una noche difícil, de mucha tensión y enojo, producto del resultado adverso de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), en la que le costó mucho recuperar la calma. “Estaba acomodando los juguetes de su nietito y se cayó”, contó, que le dijeron, Martín Insaurralde. Si fue así o no, es una de las preguntas que todavía no han tenido respuesta en este nuevo y delicado episodio médico que padeció Cristina Fernández de Kirchner, dominado, una vez más, por la obsesión del secretismo. Salvo el grupo familiar, Carlos Zannini, los médicos de la Unidad Médica Presidencial y algún otro funcionario, ningún ministro tuvo información fidedigna del caso. Lo cierto es que ese lunes 12 el golpe alarmó a sus médicos, quienes sin pérdida de tiempo decidieron trasladarla al Sanatorio Otamendi. Allí se la examinó y se le practicó una tomografía computada de cerebro que no mostró lesiones. La elección del lugar tuvo lógica: allí se la había atendido cuando se golpeó la cabeza tras haber trastabillado y caído cuando bajaba las escalinatas de la explanada de la Fundación Campomar, el 22 de junio de 2011. En el Otamendi también nació su nieto, Néstor Iván.
De todas maneras, el lunes 12 y el martes 13, la Presidenta no tuvo apariciones públicas. Esto fue causado no sólo por el golpe sino también por su estado anímico, aún afectado por el traspié electoral de las PASO.
Problemas. El viernes 23 de agosto, la jefa de Estado fue ingresada otra vez en el sanatorio Otamendi. Permaneció allí hasta la mañana del sábado. La desprolija información oficial que se dio indicaba que lo había hecho a los fines de realizarse un chequeo de rutina, del cual sólo se consignó el dosaje de levotiroxina (la droga sustitutiva de la tiroides) y un examen ginecológico completo que incluyó un Papanicolaou. La verdad es que junto con estos estudios, a la paciente se le hicieron además una mamografía, una videocolonoscopía y una videoendoscopía digestiva alta. No se le realizó, en cambio, ninguna tomografía de control.
El sábado 5 de octubre, Fernández de Kirchner acudió al Hospital Universitario de la Fundación Favaloro. Como a todo lo que hace a su salud, la Presidenta ordena mantenerlo oculto. Conviven aquí dos versiones: una dice que sintió algún malestar cardíaco –palpitaciones– y otra que lo hizo para un chequeo cardiovascular. Lo cierto es que algo no andaba bien con su ritmo cardíaco.
En medio de esa consulta, la paciente refirió un fuerte dolor de cabeza, por lo que se tomó la determinación de hacer una consulta neurológica. Así fue como se llamó al doctor Facundo Manes, jefe del Departamento de Neurociencias de la institución. Manes no era un desconocido para la jefa de Estado. Se habían visto de forma circunstancial en ocasión de coincidir en un acto protocolar en Ecuador en 2007 (la entonces senadora y candidata estaba en una gira política y Manes asistía a un congreso de su especialidad) y, asimismo, el destacado neurólogo ya había sido consultado en ocasión de la caída del 22 junio de 2011 –narrado anteriormente– en el que también fue examinada por el doctor Armando Basso, neurocirujano argentino de renombre mundial.
Ante la presencia de ese síntoma –la cefalea– y el antecedente de la caída del 12 de agosto, Manes solicitó una nueva tomografía computada de cerebro. Allí se encontró el hematoma subdural crónico al que, en la comunicación oficial, eufemísticamente se denominó “colección subdural crónica”. Lo que no se informó fue su tamaño ni su localización. Era un hematoma pequeño, que no desplazaba la línea media y que se ubicaba en el hemisferio derecho a la altura de la zona frontotemporal.
Los hematomas subdurales se clasifican en agudos, subagudos y crónicos. Con variaciones en más o en menos en cuanto a los plazos, los agudos se manifiestan dentro de las primeras 48 a 72 horas de haberse producido el traumatismo craneoencefálico; en el subagudo los signos y síntomas se hacen presentes dentro de los cuatro a los 21 días; y el crónico es cuando el cuadro clínico se evidencia después de los 21 días. El traumatismo de cráneo es una de las causas más frecuentes de esta patología. Hay otras: administración de anticoagulantes, epilepsias, etcétera. El golpe no tiene que ser necesariamente violento. En personas cuyo cerebro, por alguna razón, tiene alguna fragilidad capilar mayor, basta un pequeño traumatismo para producir el sangrado.
La arritmia. Nada se informó, en cambio, sobre la arritmia que fue la causa primigenia de la consulta médica. Algo raro ha pasado para que no se haya informado aún qué tipo de arritmia padeció la Presidenta. El diagnóstico presuntivo que más circuló es el de una posible fibrilación auricular atribuible a un exceso de levotiroxina. Eso no fue así. Tampoco estaba la Presidenta anticoagulada como lo señaló alguna versión. La verdad es otra. Tres fuentes médicas altamente confiables que conocen el caso coinciden en señalar que la arritmia que padece la Presidenta es un bloqueo auriculoventricular de primer grado asociado con un bloqueo de rama izquierda. El bloqueo es un trastorno de la conducción del estímulo eléctrico que produce la contracción cardíaca originado por la disminución de su velocidad de propagación o por su interrupción. Según su evolución, esta patología podría obligar, en el futuro, a la colocación de un marcapaso, circunstancia nada dramática y de práctica corriente.
El parte médico del martes 8 de octubre contenía una información que daba indicios sobre algo que sucedió el lunes 7. Se mencionaba allí que los estudios prequirúrgicos que se le realizaron a la Presidenta “incluyeron la participación de su cardiólogo, el doctor Ramiro Sánchez, y del jefe de Cardiología Intervencionista de la institución, el doctor Oscar Mendiz”. La participación de Mendiz tuvo un motivo principal: la realización de una angiografía coronaria que no mostró anormalidades.
Un hecho contrario a la lógica médica lo representó el alta que se le dio a la Presidenta en la noche del sábado. Todas las fuentes coinciden en señalar que esa fue una decisión basada en un capricho de Fernández de Kirchner. El sentido común indicaba que la paciente debería haber permanecido en observación cuanto menos hasta la mañana del día siguiente. Es inimaginable que el doctor Manes hubiera dado ese alta por iniciativa propia.
Mala decisión. La aparición de síntomas y signos de foco –hormigueo (parestesia) y debilidad (paresia) en el miembro superior izquierdo– en la tarde del domingo, confirmaron lo inadecuado de aquella decisión. En esta ocasión, la indicación de la internación se acató sin discusiones. Lo que no es entendible tampoco es el porqué de la demora en la operación. En el medio de este ir y venir hubo quien sugirió una consulta con el doctor Jorge Salvat. El profesor Salvat es un neurocirujano de primerísimo nivel y una de las personalidades más destacadas de la especialidad a nivel nacional y con proyección internacional. El no rotundo a esta sugerencia tuvo que ver con razones no médicas. En el equipo de cirujanos que operó a la Presidenta, encabezado por el doctor Cristian Fuster, fue clave la participación como ayudante del doctor Jorge Mandolesi.
Afortunadamente, la jefa de Estado salió bien de la intervención quirúrgica y ha venido cursando un postoperatorio sin complicaciones. Atento a esto, algunas voces del Gobierno han hecho circular trascendidos de una convalecencia acortada. Es aquí en donde es fundamental despojar al caso de la Presidenta de cualquier elemento ajeno a lo estrictamente médico. El pronóstico de la afección que padeció la jefa de Estado es favorable siempre y cuando se priorice el criterio médico de manera absoluta. Hay que saber que un hematoma subdural puede repetirse.
La salud de un presidente es un factor de enorme trascendencia política del que la ciudadanía debe estar pormenorizadamente informada.
Es en definitiva una cuestión de Estado, como el caso de Cristina Fernández de Kirchner acaba una vez más de demostrar. Le deseo a la Presidenta lo mejor y le pido que se cuide por el bien de su salud, de su familia y de la “salud política” de su gobierno y de la República, que necesita que complete su mandato en plenitud.