Con alguna certeza se acepta que el dictamen previo de las encuestas se aplica en forma certera el día de las elecciones y los resultados previstos finalmente se consuman. Nadie discute, en el ámbito capitalino, esos anticipos que hasta le quitan sorpresa a la expresión dominical del cuarto oscuro. Tanto que parecen ridículos aquellos candidatos que recitan el “yo no creo en las encuestas”. Pero, ¿ocurre lo mismo en la provincia de Buenos Aires, un distrito caracterizado por leyendas de fraude en ciertos feudos, el pesaje más que el conteo de votos (gracias al encadenamiento de sobres, ahora quizá reemplazado por el hurto de troqueles), presiones anómalas del Estado (no olvidar, Julio De Vido vive), la novedad de una demora técnica para votar que forzará deserciones por la espera exagerada (no, claro, de los que serán premiados por su asistencia) y la reputada maquinaria clientelar de los jefes municipales determinando voluntades? Datos conocidos que, a pesar de cierto apareamiento general de los candidatos Massa e Insaurralde en los números, producen hándicaps extraordinarios, casi de gobiernos soviéticos: Massa puede vencer en Tigre por 80 a 20 mientras en Ituzaingó puede perder por márgenes semejantes. O que lo goleen en Lomas y él, a su vez, golee en Almirante Brown, partidos en los que no juegan los equipos visitantes, para seguir con el fútbol. Eso puede explicar, quizá, la razón por la cual sean menos fiables los sondeos de opinión en la provincia, salvo que alguien advierta una oleada excepcional, como la de Menem contra Duhalde o la de Francisco de Narváez contra Néstor Kirchner en 2009. Aunque, generalmente, esos tsunamis electorales se comprueban una vez que ocurren.
Por lo tanto, abundan las reservas para el domingo 11 de agosto, ya que los expertos bonaerenses afirman que, más allá de los pronósticos, lo que importa es la disposición económica de los competidores para alistar y monitorear el día de los comicios. En resumen, plata. Para disponer, por ejemplo, de un creciente número de autos en el acarreo de gente a las urnas, haber ahorrado y repartido los 10 millones de pesos imprescindibles para los fiscales (parece que el oficialismo dispone de tarifas más generosas), sea para que no se distraigan durante la jornada y, sobre todo, para que no abandonen la mesa si se aburren, se les hace tarde para cenar o presienten que su línea política no alcanza los topes imaginados. Parece inexplicable en el mundo moderno, pero es la provincia de Buenos Aires. Habrá que observar también la devolución de atenciones, sean intendentes colaborando por favores prometidos (obras) o ciudadanos de recursos módicos que disfrutan con el acontecimiento democrático, sea por el acopio de chapas, la obtención de algún plan de vivienda, colchones o electrodomésticos del stock Garbarino. Para ciertos especialistas, manejar esta logística trasciende a lo que formulen los encuestadores.
Refiere este panorama al tripartito bloque peronista que se repartirá la parte del león electoral en Buenos Aires (¿más del 70%?). Y ninguno de los tres aspirantes puede alegar desconocimiento de campo, les sobra experiencia –por utilizar una definición benigna– y provienen de una misma cultura bonaerense: el duhaldismo. Si se empieza con De Narváez, reconoce titilantes adhesiones al que fuera gobernador y presidente y, copiando sus viejos métodos, fatiga la provincia de una punta a la otra, casi más que Forrest Gump. Hasta incluyó a su esposa como candidata a diputada, como cualquier dirigente bonaerense que se precie. Lo singular hoy es que del odio mutuo a Cristina, ahora los dos pasaron a un convenio implícito, de eventuales ayudas, conveniente si prospera: tienen el mismo enemigo, Ella necesita que Massa no crezca. Y Francisco también.
Los otros dos, en cambio, enfrentan un cuadro más claro:
◆ Con suegros peronistas, bonaerenses (los Galmarini) y algún aval de Graciela Camaño que cultivó en San Martín, Massa ingresó al entorno de Duhalde y éste lo ubicó en el gobierno nacional, con menos de 30 años, en un cargo minado que se había llevado a varios de fama (Anses). Luego, como instruyó Duhalde, siguió con Néstor, con más alineamiento inclusive: es que tambaleaba, Carlos Tomada pretendía decapitarlo y un día el presidente le dijo a su ministro: “Pará, Carlos, el pibe se queda”. Había obrado en su defensa un entrañable operador financiero de Néstor, entonces y ahora a cargo del segundo lugar en la SIDE, Francisco Larcher. Desde entonces, conservan la amistad. Y otras amistades. Por su propia cuenta y seducción, llegó luego a la Jefatura de Gabinete, esta vez con la bendición de Cristina, arrobada como su hijo Máximo con este preferido a la hora de tomar mate luego del fútbol en Olivos. Despertaba casi la misma simpatía que antes había entusiasmado a Chiche Duhalde. Vino el estrés de 2009, algún reproche ofensivo y un desenlace confuso, casi de irse a las manos en la fatal noche del hotel: no contaba Néstor con que Massa era de ir a la cancha, y en la Primera B (es de Tigre) se dirimen las cuestiones a trompadas. También erró en la consideración Cristina cuando supuso en estos meses que Larcher, por relación y conocimiento informativo, sería capaz de disuadir a Massa para que no se presentara en esta elección. Se equivocó en la mirada: los intendentes la hicieron presidenta dos veces, fueron más importantes que los gobernadores, y han aprendido que por sí mismos pueden aspirar a más. En principio, a no depender de un externo, léase Felipe Solá o Carlos Ruckauf, para gobernar la provincia. En eso están Insaurralde y Darío Giustozzi, entre varios. La escuela Duhalde pasó de grado.
◆ Por parientes más cercanos, Insaurralde llegó a la política cobijándose con Duhalde en su reducto de Lomas y de la mano de Hugo Toledo, influyente escribano, funcionario, uno de sus tres hombres de mayor confianza. Era, además, el suegro del ahora candidato kirchnerista. Debe recordarse una consigna para entender a los peronistas bonaerenses: primero, la familia. En esa aureola hegemónica colaboró con otro intendente de Lomas, Jorge Omar Rossi, a quien Duhalde no casualmente le cedió la responsabilidad del juego y las concesiones. Primera clase duhaldista, obvio. Después, como correspondía, dúctilmente se inscribió en el mundo kirchnerista, se divorció, tuvo un cáncer al que le saca más jugo que Scioli a la pérdida del brazo, y hasta coqueteó con La Cámpora. Mantuvo, eso sí, amistad con el yerno de Duhalde, Gustavo Ferri, compinches generacionales, no se abandonaron. La misma escuela, la de siempre.