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detectivescas

Todo un caso

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Claro que no lo justifico. Pero lo entiendo. Entiendo lo que le pasó a Hugo en el instante en que alcanzó a ver un Fiat 147 blanco. Uno igual al que su madre acababa de prestarle para que llevara a cargar combustible. Uno igual al que había estado manejando por las calles de Posadas, que presiento serenas y sin apremios. Uno igual al que acababa de chocar, con daños laterales de chapa y pintura, pese a la serenidad y la falta de apremios de las calles de Posadas. Uno igual al que, en la desesperación de sus 18 años, abandonó sin más, como si el coche ya fuera de otro.

Entonces se le apareció: otro Fiat 147 blanco, igualito al de su madre. Estacionado y solo: igualito, igualito. ¿Podía acaso no interpretar esa aparición como una señal de la suerte? Probó con su llave y la puerta se abrió. ¿Podía acaso no interpretar ese hecho como nueva una señal de la suerte? Se llevó ese coche, como si fuera suyo. Le cambió la chapa patente y se lo entregó a su madre, sin decirle absolutamente nada de lo que le había pasado. ¿Para qué ponerse a explicar? Las cosas se habían arreglado como quien dice por sí solas.

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Entiendo a Hugo, aunque no lo justifico. En cambio a Jovita Cabañas, la madre, llegado el caso podría justificarla, pero a decir verdad no la entiendo. Admito que el hijo no le dijera nada cuando se mandó el cambiazo del auto, pero no admito que ella no le dijera nada cuando descubrió el fatídico enroque. Porque lo cierto es que no le dijo nada. Al ver que el coche no era el suyo (igualito, sí: pero no suyo), fue y llamó a la policía. Al hijo no le habló, le habló a la ley.

Quiso la mala suerte (porque no sólo hay señales de la suerte: la mala suerte también se pone a dar señales a veces) que el dueño del auto fuera un suboficial de la policía misionera. El asunto quedó pronto al descubierto y el chico debió confesar. ¿Final feliz? Yo leo la noticia en el diario y reconozco que me identifico con Hugo. Y no sólo porque cuando yo tenía su edad mi mamá me prestaba su Fiat 147. Sino porque, en ocasiones, abrumado por algunas desgracias, superado por inmensos reveses, siento también la necesidad de que las cosas se arreglen solas. De que algo (Dios, el destino, la vida, la suerte, el mundo) resuelva lo que me sucedió.

Parece que del baúl del auto hurtado faltaron algunas herramientas. Si yo fuese detective, y en verdad por pura intuición, investigaría a Jovita Cabañas. A Hugo lo dejaría en paz.