COLUMNISTAS
EL EXTRAO CASO DE GUTIERREZ, EL CRACK que INSISTE EN NO SER

Todos al divan, y Teo tambien

default
default | Cedoc

“Ante todo, un discurso no lo es de un objeto, sino que en todo discurso habla un mensaje sobre otro u otros mensajes.”  
Oscar Masotta (1930-1979); de “Introducción a la lectura de Jacques Lacan”. Psicoanálisis y estructuralismo. Capítulo I.
    
(Saludo, sonrío y cumplo con mi rito: doy vuelta la almohadilla de cuero del diván, ahuecado por la cabeza del último paciente. La primera vez, hace años, dije que prefería dejar allí mi propia huella. No recuerdo si fui interpretado, pero apuesto a que sí. Llegué sin saber de qué hablar. Mejor. Así salen las mejores sesiones.)
—Tengo culpa. Me tortura eso. Odio tener culpa, pero tengo culpa, Norman.
—¿Culpa por qué, Asch?
—Por todo. Una vez la voté a Carrió, por ejemplo. Otra, a Irma Roy en la Capital, sólo para no hacerlo por De la Rúa. Lo bauticé “el voto salvaje”. Cada vez que hay que votar, pienso contra quién lo hago. ¿A usted le parece? Es un vicio nacional. Cuando Racing salió campeón no sabía qué hacer. Disfruté más el descenso de Independiente. No por odio, eh. Por identificación. En este país cada diez años, más o menos, todos nos vamos al descenso, y esa vez les tocó a ellos, después de tantas burlas. Pero enseguida me dio culpa. Mucha.
—Ahá…
(Cuando un psicoanalista dice “ahá” es para que uno siga hablando. Eso hago, entonces.)
—Me da culpa leer a Lacan y no entender nada. Mi novia, que es colega suya, me regaló Hablo a las paredes y no hay caso. Me pasa muchas veces con Heidegger, pero con Lacan es peor, porque Cecilia dice que si no lo entiendo, es mejor. Me da culpa no saber, no poder. Equivocarme me da culpa.
—¿Y usted cree que se equivoca seguido?
—No, poco: sólo cuando lo reconozco. No, ¡es chiste! Je. Soy muy autocrítico. No me perdono un error.
—Si pretende ser perfecto, le advierto que la tiene difícil…
—¿Perfecto? Nooo: ¡eso sería un error! Je. Lo que ahora me preocupa es encontrar un buen tema para mi columna. ¿Qué me dice del pase de Carrió a Defensores de Macri? Este país está muy loco, ¿no cree? Bueh, basta de divagues. Debo concentrarme en el fútbol.
—Cuando escribe sobre fútbol, ¿también le da culpa equivocarse?
—Menos. Es que todo cambia en una jugada, en un segundo, por un centímetro de más o de menos. El resultado manda, decide todo. A nadie le importa otra cosa. Cualquier afirmación es relativa. Cocca, por ejemplo, salió campeón jugando de manera diferente a su estilo de toque y elaboración. Su mérito, entonces, fue cambiar a tiempo.
—No está mal, eso.
—No. Se adaptó a los jugadores que él mismo eligió. Un caso extraño. Defensa sólida, verticalidad, delanteros rápidos, un grupo con una moral de fierro. Perfecto. Lo que digo es que a nadie le importa la idea, si se gana. Recuerde a Menem: del salariazo a hacerle feliz la vejez a Alsogaray.
—Usted cree eso.
—¿Aquí? Cada vez más. Mire a River. Un equipazo. La consagración de una idea, de un estilo. Una estética. Hasta que un día, todos se obsesionaron con esas semis de copa contra Boca y hasta se olvidaron del torneo local. ¿Se imagina si perdían? ¡Una catástrofe! Lo de Gallardo no hubiese servido para nada. Hay cosas que me indignan, Norman.
—¿Por ejemplo?
—Teo. Teo Gutiérrez. ¿Lo vio jugar? Da gusto. Se desliza en puntas de pie en el área. Lo tiene todo. Ubicación, astucia, velocidad, frialdad, cabezazo, pegada, anticipo, fuerza. Cuando jugaba en Racing escribí que era el mejor 9 que tenía el club desde Machado da Silva, un brasileño que jugaba cuando yo juntaba figuritas.  
—¿Qué le pasa con Teo?
—Me altera su sonrisa amable, su tono cordial, su postura de hombre piadoso. Porque lo que realmente creo es que siempre hace lo que se le da la gana y el resto, los demás, no le importan en absoluto. Llegó a Racing y deslumbró. Ya le dije: lo tiene todo, es un 9 de manual. Pero afuera era inmanejable. Llegaba tarde de sus viajes, se peleaba con los compañeros, se hizo expulsar en un partido decisivo contra Boca y en un clásico contra Independiente, aquel de la pelea con Saja en el vestuario y el revólver que sacó del bolso. Lo echaron, claro. Se refugió en Lanús, pasó por Cruz Azul y así llegó a River. ¿Lo aburro?
—Lo escucho, Asch.
—Sí, sí. En River jugó bien, pero jamás con el nivel ni la continuidad que tuvo en Racing. A Ramón Díaz le pedía jugar atrás, de enganche. Hay que bancar a un tipo así, eh. Igual hizo goles, fue campeón, la gente lo quiere. Después del Mundial nadie lo imaginaba en River. Viendo a tanto pie de madera exportado a Europa, uno se pregunta ¿por qué no él? Lo nombraron Mejor jugador de Sudamérica 2014 y nada, ahí lo tiene, todavía, con casi 30. Que increíble, ¿no?     
—Tal vez no se quiere ir…
—Sí que quiere. Lo dice, además. Perdí la cuenta de todos los rumores que corrieron. En 2011 decían que lo quería el Aleti de Madrid. Después, el Espanyol. En estos meses, el Southampton, el Depor La Coruña, el Zenit de Rusia, el Tottenham, el Sevilla. ¡En enero hasta dijeron lo quería el Madrid! Bla, bla, bla. Todos lo quieren, nadie lo quiere. Mmm…    
—¿Qué es lo que no le perdona a Gutiérrez, Asch?
—Su desidia. Su soberbia sin estridencias, sus desplantes, su manera de dejar  claro que su único interés es él mismo. ¡La manera en que desperdicia su talento! Hace unos meses contrató a un asesor de imagen. Es inútil. No se trata de un tema cosmético, es algo más profundo. Contra Boca lo volvió a hacer: se hizo expulsar y provocó la furia de Mercado, un compañero. En las crisis aflora su demonio interno, autodestructivo. Lo debo querer en el fondo, por eso me da tanta bronca. Contra San Lorenzo pudo haber hecho cuatro goles en media hora. Es un crack. Pero me indigna. No lo tolero.
—¿Está seguro de que me habla de Teo, Asch?
—Sí, claro: Teo, eh…
—Bien. Es la hora. Nos vemos en la próxima.
(Mmm... Peor un lacaniano, que quizá me cortaba antes. En fin. Es hora de pensar en la columna. Tengo ganas de escribir algo sobre Teo.)