COLUMNISTAS
inquietante recuerdo

Todos contra Stockmann

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Thomas Ostermeier y la Schaubühne ofrecen Un enemigo del pueblo. Como es habitual en ellos, obras remotas o de absoluta vanguardia resultan accesibles y vigentes. Ibsen viene servido en bandeja (la bandeja es la magnífica escenografía de Jan Pappelbaum) porque hay una arenga y el teatro reafirma su condición siempre política. El público deviene polis: es la ciudad la que dialoga con aquello que la aqueja.

Stockmann es un médico honesto. Descubre que el agua del balneario curativo en construcción está contaminada. Lo hace público y espera cálidos honores. Pero un tejido de intereses acorrala a quien dice la verdad. El balneario es privado, pero la provisión de agua es responsabilidad de la ciudad. Para solucionarlo, los ciudadanos deberán pagar más impuestos y se empobrecerán. El diario de izquierda reconoce la denuncia, pero no puede adherir a tal pedido. El alcalde responsabiliza al médico por la posible ruina. El empresario cuya fábrica contamina el agua compra acciones del balneario por chirolas y se las da en herencia a la mujer de Stockmann: los hace propietarios del desastre. El nudo atado por Ibsen está bien tirante y Ostermeier detiene la obra para preguntar al público cuántos están de acuerdo con Stockmann, previendo que todos levantaremos la mano. Y luego incita: “¿Alguien que haya levantado la mano podría explicar por qué está de acuerdo?”. Risas.

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Lo que sigue es algo que ya he notado antes. El orden es siempre el mismo. Primero responde un loco (alguien que no termina de entender si se le pide un juicio crítico sobre la obra o sobre el cristinismo), luego un moderado que nos lo explica, luego un indignado (que señala que la platea está dividida y que hay políticos en ella), luego un político señalado (en este caso, Darío Loperfido, que invita a comprender que él programó la obra y que es porque está de acuerdo con lo que ella dice: que la mayoría tiene el poder, pero no necesariamente la razón). Luego, griterío, desmán, disolución. Un señor le grita, desgañitado: “¡No nos expliques la obra, Loperfido, que ya la entendimos!”. Una chica elegantísima reclama al indignado por su violencia. Una de las actrices alemanas saca el celular y filma a la platea. No es la única ciudad donde se verifica este desmán. Se llevarán un inquietante recuerdo.

Por cierto, el Riachuelo cuesta una fortuna. Las empresas privadas lo contaminan. La ciudad debe pagar su saneamiento. Y todos somos Stockmann.