Hay una propuesta de Lilita Carrió que me interesa: es la de meter preso más o menos a medio mundo. Como obra de gobierno puede que resulte un tanto acotada, pero eso no quita que nos resulte valiosa desde un punto de vista ético y decidida desde un punto de vista actitudinal. Que vayan haciendo lugar en las cárceles: allí irían a parar, bajo el impulso inclaudicable de Lilita, quienes hayan lavado dinero con hoteles huérfanos de huéspedes, quienes hayan tergiversado fondos con maculados sobreprecios en obras públicas, quienes se hayan involucrado en la comercialización de estupefacientes, quienes hayan adulterado guarismos en las encuestas, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero tenemos buenas razones para suponer que Carrió no va a detenerse ahí, porque a Carrió nada la detiene y de eso precisamente se ufana. Por eso es de pensar que irían a la cárcel también, llegado el caso, quienes hayan impulsado o permitido un escándalo como el de las escuchas ilegales, sin importar qué tan aliados sean; o los responsables de las numerosas muertes perpetradas por las fuerzas de la represión en diciembre de 2001, sin importar a qué partido pertenezcan. Etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Más aún: si se diera la circunstancia eventual de advertir, digamos que de repente, que una denuncia carente de fundamento o comprobación hubiese lastimado el buen nombre y honor de un acusado, o peor que eso, hubiese ocasionado miedos injustificados entre la población, confío en que Carrió se mostraría inflexible: solita iría y se metería en una celda, y ella misma se ocuparía de cerrar la puerta con llave.
¡No se detenga, doctora, no se detenga! Mi conciencia de votante está en paz. Los candidatos del Frente de Izquierda y de los Trabajadores son honestos hasta lo intachable. ¿De qué viven? De su trabajo. Y si algunos conocieron la cárcel, fue por luchar. Por eso y por ninguna otra cosa