COLUMNISTAS

Todos narcos

Por Jorge Fontevecchia

Neoduhaldismo. Massa, el nuevo anticristo de Carrió.
| Cedoc

En 1972, Nixon cambió el escenario político sacándole China a Rusia (la ex Unión Soviética). Salvando muchas, pero muchas distancias, Massa cree que hizo lo mismo soplándole a Macri el radicalismo. No puede cantar victoria porque la UCR pospuso la decisión final sobre alianzas para marzo dejando una puerta abierta al PRO, pero el día que Massa se sacó la foto con Gerardo Morales, aliando de esa forma al Frente Renovador con el radicalismo en Jujuy, puso en discusión que lo natural fuera una alianza UCR-PRO. La sola idea de que si hubiera unas PASO interpartidarias entre UNEN y otras fuerzas no kirchneristas podría no ser sólo con el PRO sino también con el Frente Renovador, colocó a Macri y a Massa en el mismo plano cuando antes sólo Macri era el aliado posible de los radicales.

Aunque Massa nunca pueda tener un acuerdo a nivel nacional con el radicalismo, el solo hecho de enturbiarle a Macri su alianza le permitiría restarle al PRO la principal fuerza política que tendría en primera vuelta y su principal impulsor electoral para desplazar a Massa del ballottage.

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Probablemente, Massa inoculó el germen de la discordia el día que sedujo a Adrián Pérez para que abandonara a Carrió. Pérez era el diputado de la Coalición Cívica más preocupado por la corrupción y el de mayor visibilidad. Lilita no lo pudo digerir porque para ella Massa es el narco-Estado y el municipio de Tigre, Cali o Medellín de los 80 en Argentina.

La acusación de narco ya ha sido usada por Carrió en el pasado para desprestigiar a opositores: el caso más notorio fue el de Duhalde. Es una lástima que un problema de la gravedad del narcotráfico sea utilizado sólo para estigmatizar a adversarios.

Es cierto que la vertiginosa irrupción de Massa como candidato presidencial genera sospechas de todo tipo: ¿quién es realmente? ¿Es otro Kirchner? ¿Sólo le interesa el poder? ¿Qué piensa? Se sabe que Scioli financia su campaña con el aparato de la provincia de Buenos Aires y Macri, con el de la Ciudad, pero no de dónde saca los recursos Massa para financiar su campaña.

Paradójicamente, Macri ha mostrado tener más sintonía con Cristóbal López, el juego y los casinos, mientras que Massa propone estatizar el juego. Lo de Cristóbal López es muy curioso: muchos medios críticos investigan a Lázaro Báez pero con Cristóbal López no se meten; a lo sumo, como hizo Lanata, una investigación sobre lo pernicioso del juego en general.

La propia Carrió, que en 2013 denunció el acuerdo de Macri con Cristóbal López por los casinos de la Ciudad de Buenos Aires, se queja hoy de la protección mediática que tendría Massa por Clarín a pesar de haber sido partícipe de la Ley de Medios, pero no se queja de la misma protección mediática a Macri y a Cristóbal López en los temas que los interconectan, ni a Cristóbal López solo. Boudou y Lázaro Báez son pymes frente al capitalismo de amigos.

Carrió mira la realidad con un solo ojo. Sesga su perspectiva cambiando los destinatarios de sus críticas en función de su coyuntura aunque hay que reconocer que siempre acusa de lo mismo: corrupto, mafioso o narco. La corrupción también es un tema demasiado serio como para banalizarlo utilizándolo como adjetivo o insulto destinado a menoscabar a oponentes.

Como Lázaro Báez es claramente parte de la familia Kirchner, investigar corrupción allí no obliga a meterse con ningún empresario, pero la gran corrupción requiere que junto al político haya un capitalista privado, y entonces no es sólo meterse con los Kirchner, que pueden ser transitorios, sino con poderes más longevos que han comprado medios de comunicación o los financian.

Carrió construye las categorías con las que modela el mapa político: corrupto-honesto fue durante mucho tiempo la que ordenaba sus preferencias, ahora es peronismo-no peronismo. Pero para quienes el problema es el kirchnerismo, lo lógico sería ordenar el mapa entre oficialismo y anti-oficialismo, y en ese caso unas PASO entre Macri, Massa y los candidatos de UNEN podría ser la forma más segura de que hubiera ballottage y no quedara ni el más mínimo riesgo de que Scioli pudiese ganar en primera vuelta.

Carrió acusa a Sanz de no tener la determinación para que el radicalismo se encolumne detrás de sus ideas. Ella asumiría el aforismo gerencial que indica que “visión sin ejecución es alucinación”. Pero la UCR es un partido institucional cuyo mérito casualmente reside en que ningún líder decida por todos. El método de Carrió es más parecido al del peronismo o el del PRO, donde uno decide, los demás obedecen y, en lugar de debatir en convenciones, se usan los medios.

Desde otra perspectiva, la institucional, para la UCR es tan importante ganar en 2015 en casi diez gobernaciones como ganar la presidencia. Para ellos Macri y Massa son dos candidatos que sólo tienen influencia territorial en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires; y junto con el PJ es la UCR el único partido nacional de verdad. Beatriz Sarlo dijo que Macri no tiene un partido sino una marca, “un logo”, y lo mismo vale para Carrió: su partido es una marca-persona.

El poder de Carrió está en los medios porque ella es una espectacular constructora de relatos y el rating que producen sus apariciones teatrales le permite comunicarse “sin intermediarios” con los votantes. El radicalismo es lo opuesto.

No deja de sorprender que Carrió se corra de UNEN defendiendo una alianza con Macri mientras declara, divertida y jactanciosa, que nunca tomó siquiera un café con el líder del PRO. Así resulta difícil comprender qué grado de consistencia tienen sus estrategias. En el PRO, no sin razón, temen al “abrazo del oso” y que tanto cariño de Carrió los termine asfixiando.

Finalmente, lo último que Scioli desea es un ballottage con Massa y prefirió siempre a Macri como oponente. ¿Será como dice Lilita, que el radicalismo le hace un favor al kirchnerismo oponiéndose a un acuerdo con Macri? ¿O lo contrario?