Que la crisis que sacude las entrañas de la economía capitalista globalizada está lejos de haber terminado, es un punto de vista que se está extendiendo aun más allá del sector de los economistas a los que se suele llamar “heterodoxos” (entre los cuales, dicho sea de paso, se cuentan algunos que anticiparon claramente el derrumbe). Este pronóstico pesimista parece particularmente justificado si se toma en cuenta que los actores económicos no parecen dispuestos a modificar sus comportamientos, que obedecen –según John Cassidy en un libro reciente– a la “irracionalidad racional”. La irracionalidad racional caracteriza una situación en la cual cada actor sólo hace lo que tiene perfecto sentido desde una perspectiva individual, pero donde el efecto combinado de cada uno actuando de esa manera produce un resultado que no tiene sentido para nadie. ¿Por qué esos actores querrían cambiar el sistema?, se pregunta escépticamente Benjamin Friedman en un artículo del último número de The New York Review. Durante años, los altos ejecutivos ganaron muchísimo dinero y los accionistas pueden esperar ser salvados con gigantescas intervenciones de los fondos públicos primero, y con ajustes draconianos después, que acentuarán aún más la creciente brecha entre los pobres y los ricos. Si a Obama le ha costado una buena parte de su popularidad la reforma del sistema de salud, que en su versión final es extremadamente moderada, parece difícil contar con el coraje de las clases políticas para socavar la visión del mundo de los actores económicos, que han comprobado que cuando la famosa autorregulación del mercado no llega, son los gobiernos los que se encargan del rescate.
Pero la configuración ideológica del liberalismo ha ido contaminando, por caminos a veces más oscuros o menos evidentes, múltiples sectores de la sociedad, más allá de las instituciones económicas. Hay una dinámica afectiva propia de los procesos cognitivos y las ideas migran, se agrupan en racimos, se atraen o se repelen unas a otras, se interconectan o se encapsulan. Tomo un ejemplo que me interesa particularmente, aunque está lejos de ser el único posible: no es casual que en el contexto de esta crisis económica global se empiece a hablar con insistencia de la crisis de las instituciones universitarias. Yo lo he hecho en esta columna en más de una oportunidad. Y no están en juego universidades menores. El gran historiador Anthony Grafton ha declarado en un reciente artículo: “Las universidades británicas enfrentan una crisis de la mente y del espíritu. Los políticos conservadores y laboristas, los burócratas y los ‘managers’ han golpeado durante treinta años contra los fundamentos de la vida académica. Si las políticas y las prácticas no cambian, el daño será irremediable”. Alude a un documento del King’s College de Londres, donde se señala que la institución debe “crear actividad académica financieramente viable, desinvirtiendo en áreas que están en un nivel subcrítico sin perspectivas realistas de inversión adicional”. Y Grafton comenta: “Las realidades que esta nube de tinta esconde de manera imperfecta son exactamente tan repugnantes como usted lo puede imaginar”. La dirección de Artes y Humanidades del King’s College ha informado a dos filósofos y a un famoso paleógrafo, que sus puestos serán suprimidos cuando termine el presente año académico. Hay ya una campaña mundial en Internet para que dicha decisión sea anulada.
En el citado artículo sobre la crisis, Benjamin Friedman comenta que “hace unos años mi empleador, la universidad de Harvard, decidió convertirse en una universidad con un fondo de cobertura de alto riesgo (hedge fund). O tal vez la idea consistía en ser un fondo de alto riesgo con una universidad. En cualquier caso, el proyecto terminó muy mal. Para parafrasear a Nixon hablando de los keynesianos, hoy todos somos fondos de alto riesgo”.
“Aunque sepamos desde hace mucho tiempo –ironizó en un blog hace unos días el economista francés Frédéric Lordon– que en alguna parte nos espera la hora de la verdad, el día en que llega no es un día como cualquier otro.” Ese día va a ser un día especial, mucho más allá de la tribu de los economistas.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.