El crimen paga. Cada día, cada noche, los dragones lanzallamas de la información dedican la primera página de papel y de los portales, y la primera media hora o más de los noticieros de la tele al relato del horror. El aumento de cámaras de seguridad contribuye a propagar el incendio del miedo. Ahí está, miren, se ve cuando pasa, cuando llega, cuando sale, cuando entra, cuando atropella, cuando roba, cuando mata. Esto no es ficción. Si no lo viste, te lo repito, y si no observaste bien el detalle, te lo resalto con un círculo de color. Y si en principio te causó horror mirarlo, ahora vamos por el placer, y ahí va de nuevo y te lo reproduzco en las redes para que lo goces en soledad o lo compartas.
Los cronistas de policiales son estrellas, objeto de deseo y de competencia entre los canales. Tipos expertos, con contactos en la Policía y en los tribunales, capaces de “recrear” la escena, de conseguir la declaración de los testigos, de dibujar, de elaborar hipótesis, de crear intriga y de mantener el suspenso mientras el minuto a minuto del rating pida más, más, dale que vamos bien. Consultan abogados, peritos, analistas, muestran la puerta, el contenedor de basura, cuentan los detalles, “la ató con alambre”, ilustran, toman declaración a testigos falsos y a todos los que dan la vida ajena por un minuto con Chiche Gelblung.
Una fauna de nuevos mediáticos compite en audiencia con las ya rutinarias riñas de gatos y personajes del “ambiente”. El morbo del crimen supera a un divorcio o un chisme sexual. Un femicidio vale más que una ‘salidera’, tiene semen y sangre, es más violento, más erótico. Los muertos no actúan, no cobran por salir en cámara, no se ofenden, no abandonan el móvil. Ni la obscena, penosa, exhibición de la senilidad de Gerardo Sofovich, mostrando en cámara los mensajes humillantes que recibe de su ex pareja en su teléfono celular, mide tanto como un crimen bien contado por Ricardo Canaletti en TN, revisado luego en Telenoche y recreado a su vez en C5N, Crónica, Canal 9, América y repetidoras.
Robo, asesinato, crimen, desapariciones, inseguridad, marchas, justicia, justicia. Y así, hasta agotar el caso, hasta el olvido, hasta el próximo, hasta que Araceli desplace a Angeles, hasta el juicio oral, que también rinde, menos, pero rinde. Es lo que pasa, ¿o no? Al fin, el periodismo se mira en el espejo de lo que sucede ¿O no?
Las consecuencias del miedo están a la vista. Podés verlo en las cámaras, en las rejas nuevas de las casas viejas del barrio, en el alambre de púas, en los vidrios cortados sobre el muro. En los ojos que miran de reojo a quien se cruza, a quien viene detrás, en la mujer que se abraza a su cartera, en la que lleva su mochila por delante.
T.S. Elliot, en sus Apuntes para la definición de la cultura dice que, sencillamente, la cultura bien puede ser entendida como “todo aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”. En ese sentido, la cultura de la “pizza y el champán”, fue una síntesis que reflejó a su vez el “sálvese quien pueda” decretado como ley en la selva económica que impuso el “menemismo”. Esa década barrió los últimos restos de solidaridad y partió al medio un proyecto de país para todos. Se reprodujeron los “countries” y barrios cerrados y fueron metáfora de una fantasía: la felicidad basada en una seguridad absoluta. No falta todavía, ahí, “adentro”, quien piense, diga o proponga, “matarlos a todos”, los de “afuera”, como “solución final”.
¿Qué hace cada uno con esa resaca de impotencia y desolación al final del día? ¿Cuáles son las consecuencias sociales del consumo diario de un terror que se distribuye y se consume, se inyecta lentamente como una extraña droga capaz, a la vez, de adormecer, de hacerte sentir a salvo por un rato y de estimular la producción de miedo propio hasta la locura?
La violencia “en el fútbol” se redujo en parte con la prohibición del otro, del “visitante”. Pero la fórmula no da para la vida cotidiana. El miedo es el motor del odio, y no hay vida que merezca la pena ser vivida si la solución consiste en la eliminación de los “otros”. Todos somos otros, todos somos visitantes.
*Periodista, coordinador de los medios públicos de la Ciudad.