La imagen de Aylan Kurdi, de 3 años, ahogado sobre una playa turca al hundirse el bote de refugiados en que viajaba, recorrió el mundo y conmovió a quienes venían cerrando los ojos ante una de las más terribles catástrofes humanitarias de nuestro tiempo: la de miles de personas que una y otra vez deben buscar refugio ante las “guerras periféricas”. El dolor, la conmoción y la indignación que genera esa imagen no deben caer en “saco roto”, sino llamarnos a la reflexión.
Si no lo hacemos, la imagen de Aylan corre el riesgo de ocultar lo que buscaba denunciar. No hay dudas que con la velocidad irreflexiva de los medios digitales, esa foto “viralizada” puede ser rápidamente reemplazada por otra tan o más impactante, una que tape esa realidad. El sólo hecho que no se tenga en cuenta que en ese mismo naufragio hayan muerto casi toda su familia y otras diez personas da motivo para preocuparnos.
No se trata de una catástrofe natural, y tampoco es producto “del hombre” en general, en abstracto. Las personas que hoy se ven forzadas a desplazarse de Medio Oriente y del norte de Africa lo hacen para huir de guerras y violentos conflictos desatados en los países llamados “periféricos”, en los que tienen una fuerte responsabilidad los líderes de las potencias “centrales”.
Basta recordar el caso de Afganistán, cuando las potencias occidentales, para derrotar a la Unión Soviética, financiaron, armaron y entrenaron a los talibanes, generando el monstruo que luego se les puso en contra y del que nació la red terrorista Al Qaeda. Algo similar ocurre con el grupo EI, que fue alentado por intereses económicos y políticos de las grandes potencias que buscaron desplazar a los líderes locales tradicionales, desencadenando una situación donde la barbarie es la norma.
Diariamente miles de familias como las de Aylan huyen de dichas guerras instigadas desde el “centro” del poder mundial y que sólo pueden continuarse por el comercio de armas, el tráfico ilegal de personas por parte de mafias que nunca son detectadas, y ni que hablar de los intereses petroleros y el comercio de mercancías ilícitas.
La dirigencia europea, sin asumir la responsabilidad que le cabe en la tragedia humanitaria de los refugiados, les cierra las puertas y los lleva, en su desesperación, a recurrir a una muerte segura en modos de transporte inseguros y clandestinos.
Nada de todo esto es nuevo: apenas asumió el liderazgo de la Iglesia, el papa Francisco viajó a la isla italiana de Lampedusa y ante miles de refugiados denunció que “hemos caído en la globalización de la indiferencia”. Sus llamados, sin embargo, fueron desoídos. Como botón de muestra, la canciller alemana Angela Merkel le contestó públicamente a una chiquita palestina refugiada que “tenía que irse a casa”.
Si repasamos la historia de Europa, todo resulta más indignante. Ninguna otra región del planeta expulsó a tanta población en los últimos siglos: las guerras, las persecuciones políticas, raciales y religiosas, el hambre y la miseria, forzó a millones a buscar una vida en otras partes del mundo como en nuestra América
Más allá de la historia, hay otro problema: ¿cómo hará una Europa en crisis para asegurar un futuro digno a esos refugiados? ¿Cómo se dará respuesta a esta crisis dentro de la misma crisis?
Los trabajadores argentinos creemos que para resolverla no bastará con conmoverse ante imágenes terribles. Para estar a la altura de la historia son necesarios profundos y urgentes cambios de la política internacional.
*Secretario de Relaciones Internacionales de la CGT.