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las limitaciones de macri

Trapicheos en la Cuarta República

Cuando el Presidente asumió pudo hacer su bailecito en el balcón frente a Plaza de Mayo porque el Estado, digan lo que digan, no era el territorio desconocido, cerrado y oscuro que había ocupado una dictadura.

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Critica. El Presidente en el cierre del torneo de asado de obra, el viernes 9. Sarlo apunta a su banalidad, mezclada con disimulos y mentiras en tiempos de recesión. | Juan Obregon

El arzobispo Radrizzani pidió perdón por si alguien se sintió "desorientado o angustiado" (sic) cuando los Moyano usaron el santuario de Luján para trapichear usando a la virgencita. Abusa de la idea que el perdón contribuye a reparar la falta. Ningún hecho público puede borrarse. Es posible disentir sobre el juicio que merezca, pero no liquidar su existencia. Moyano estuvo allí, el Papa firmó la remera y Radrizzani pide disculpas como si esto borrara la incompetencia de su acto. En una república laica, los actos se juzgan.

En esta misma semana que comenzó con el mea culpa de Radrizzani, escuchamos las excesivas declaraciones de la ministra Bullrich. Decirles a los argentinos que, si quieren, pueden tener y portar armas, es un grave desatino, cometido por la funcionaria a cuyo cargo está la seguridad. Como el in promptu armamentista de Bullrich, otros impulsos fueron incontrolables. Así, el Presidente sucumbió a su pasión futbolera, sugiriendo que se abriera la puerta a las hinchadas visitantes en la Copa Libertadores.

La pasión. En esto, Macri se parece mucho a Menem: es populista y futbolero. Une tradiciones ideológicas que los políticos responsables procuran mantener separadas. La semana pasada, en estas mismas páginas, Javier Calvo se refirió a "la cara populista de Macri". Siempre me llamó la atención que, en los reportajes, Menem fuera mucho más articulado cuando hablaba de fútbol que cuando atendía preguntas más específicamente relacionadas con su cargo presidencial. Sabía mucho de fútbol o, por lo menos, esa era la impresión que teníamos los que desconocemos la enciclopedia de ese deporte. Las preguntas de fútbol lo motivaban y se sentía en un territorio seguro, donde se sabía capaz de responder con solvencia.

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De las ideas hoy se ocupan los equipos de discurso, porque los políticos no se proponen articular una visión de la Argentina.

Por su parte, Macri también da la impresión de saber de qué habla cuando el tema es el fútbol. Pero se equivocó fiero en el caso de la Libertadores. Expresó un deseo que tiene varios motivos. El primero es que se le soltó la lengua y quiso exhibir un orden y seguridad que el Gobierno está lejos de garantizar. El control de las hinchadas no fue demostrado en acontecimientos menos épicos de la reciente historia futbolera, un experimento que cualquier persona responsable necesita realizar antes de trasladarlo a la Troya de un Boca-River. En segundo lugar, el deseo venció a la prudencia. Como si Macri hubiera pensado: si hay hinchadas visitantes, si yo las habilito, y no hay muertos, paso a la historia. Un riesgo más probable hubiera sido que pasara a la historia de una violencia habilitada por el propio Gobierno. Con el fútbol a Macri se le dispara el deseo.

Estos escenarios de incontinencia verbal son habituales en la Argentina y también en los Estados Unidos de Trump. Y eso debería llamar a una reflexión sobre el carácter ejemplar que tanto los políticos como las personalidades públicas deben probar con sus conductas y sus ideas.

De las ideas hoy se ocupan los equipos de discurso, y tal cosa sucede porque los políticos no se proponen articular una visión de la Argentina. Además, algunos en el PRO no saben hablar de corrido, comenzando por el Presidente. Bolsonaro y Trump son buenos agitadores y expertos en la provocación. Macri, que pertenece a una derecha moderada, carga con el deber de establecer matices. Los moderados viven en el matiz, pero tales sutilezas son ajenas a las capacidades oratorias del Presidente. Por eso es repetitivo y banal; abusa de la palabra felicidad, simplificando un concepto cargado de historia filosófica y política, que se inaugura, en América, con la Declaración de la Independencia norteamericana, escrita por Thomas Jefferson, que no era un iletrado, ni banalizaba conceptos clave. En el caso de Macri, hoy, con los números de una economía en recesión, además de banal, comete actos de disimulo y mentira.

Es probable que los intelectuales notables que apoyaron a Macri en su elección presidencial ahora se sientan un poco desmoralizados.

No voy a mencionarlos, pero quisiera citar algunos de los argumentos de ese apoyo, por si los olvidaron. Cito fuentes periodísticas de noviembre de 2015: "El triunfo de Macri representa el de la reducción de la pobreza y el cierre de las grietas que fracturaron nuestra sociedad". Esos intelectuales, ciertamente, no veían bajo el agua.

Cuarta República. En estos días se cumplen 35 años de la elección presidencial que ganó Raúl Alfonsín. No soy radical, y en esas elecciones voté con boleta cortada. Confiaba en la decisión del futuro presidente para enjuiciar a las Juntas Militares, pero creí que era mejor apoyarlo también con algunos diputados comprometidos con los derechos humanos que no pertenecían a su partido. Me equivoqué en la desconfianza, porque Alfonsín hizo exactamente lo que prometió durante su campaña: derogar la autoamnistía de los militares y enjuiciar a las Juntas.

Desde entonces, ningún político argentino corrió un riesgo equivalente. Juzgó a las Juntas Militares en un momento en que las Fuerzas Armadas conservaban intacto su poder de fuego. Con Raúl Alfonsín, la UCR alcanzó su más alto momento histórico. Y el más peligroso. Los radicales que hoy trapichean en Cambiemos deberían avergonzarse de haber descuartizado el partido para ofrendárselo a Macri, porque le tenían miedo a Cristina Kirchner.

El miedo es una pasión nefasta en la política. Con miedo no se construye, sino que se retrocede. Y es fatal el error de confundir miedo con prudencia.

Con el juicio a las Juntas, la Argentina inauguraba una Cuarta República. La Primera, la república oligárquica, había transcurrido hasta la elección de Hipólito Yrigoyen, en 1916. La Segunda incluía el golpe de 1930 y el de 1943. La Tercera República fue la del estado de bienestar “a la criolla”, desalojada por los golpes cívico-militares que siguieron al que derrocó a Perón en 1955. La Cuarta República se abrió en aquella elección del 30 de octubre de 1983. Sus rasgos más característicos fueron la sucesión de crisis económicas, pero también la ausencia de intervenciones militares.

Cuando Alfonsín juró como presidente, el Estado argentino era completamente opaco. Uno de sus consejeros confesó que, al llegar, no sabían dónde estaban ni los micrófonos de los servicios ni los baños de sus despachos. El gobierno de Alfonsín comenzó en una dura oscuridad de información sobre el Estado, una oscuridad incomparable con la de las manipuladas cifras del Indec kirchnerista que, durante los años K, fueron contrastadas por informes académicos y decenas de consultoras y especialistas.

Cuando Macri asume, puede hacer su bailecito en el balcón frente a Plaza de Mayo porque el Estado, digan lo que digan, no era el territorio desconocido, cerrado y oscuro que había ocupado una dictadura. Debía enfrentar una economía en situación crítica, pero no con los instrumentos de un Estado desconocido. Esta es la diferencia que Macri no supo aprovechar por razones ideológicas, omnipotencia, falta de equipos a la altura de la tarea e infundado optimismo.

De todas formas, no habrá interrupción en esta Cuarta República. Por el momento, y hasta que llegue algún semestre verde, solo habrá pobreza.