En su Retórica (Libro I, capítulo III), Aristóteles se refiere, entre otros, a los caracteres del género epidíctico. El género epidíctico es un tipo de discurso que recuerda lo sucedido o conjetura sobre lo venidero, con el objetivo de elogiar o de vituperar las acciones de alguien.
La campaña política que desembocó en las elecciones del 27 de octubre estuvo más asociada al género epidíctico que a los actos compromisivos (como diría John Searle). Las propuestas fueron pocas, nadie lo niega.
También los discursos de reconocimiento de la derrota y de agradecimiento por el triunfo –los que se hicieron pasadas las 9 de la noche del domingo– ostentaron un cariz epidíctico. Cada una de las dos coaliciones principales tuvieron tres oradores destacados. Y se me ocurre (si usted me lo permite) que pueden ponerse en paralelo uno a uno. Dos hombres, dos mujeres, dos hombres.
Emparejados por el aliento de la victoria, Horacio y Axel le hablaron a su gente. Uno, a la Ciudad. Otro, a la Provincia. Unico de su espacio engalanado por el cotillón PRO, Horacio expresó su complacencia con ese entusiasmo siempre medido que lo caracteriza. Como en emisiones electorales anteriores, agradeció también “a los que no nos votaron, porque nos muestran que siempre podemos mejorar”. E hizo un racconto de su agenda pasada y futura de gestión: la salud, la educación, el empleo joven, los jubilados, la innovación, el medioambiente. Axel, entre risas nerviosas y tonos de barricada, se ocupó de señalar con cifras algunos de los déficits que le quedan (los nueve puntos de caída del PBI, la duplicación del desempleo y su consecuente multiplicación de pobres, la deuda externa), resumidos en una frase: “La situación económica de la Provincia es de tierra arrasada”. Precavido, eligió esa forma de anticipar que lo que viene no serán rosas. Y, enérgico en la queja, se permitió una humorada: “Bonaerenses y bonaerensas (ésta la tenía pensada hace rato)”.
Emparejadas por distinta circunspección, María Eugenia y Cristina se mostraron más tranquilas que el resto. Como una “apostolesa”, la gobernadora saliente de Buenos Aires reconoció pronto la derrota y destacó su propia vocación de servicio y su elección por la Provincia. “Este es un proyecto pospuesto”, dijo, anunciando que su carrera no está eclipsada, ni mucho menos. Como una viuda insigne, Cristina recordó desde el escenario a sus hijos (Máximo –que estaba a sus espaldas–, Florencia –que sigue en tratamiento en Cuba–) y, sobre todo, a su esposo, Néstor, justo en el día del aniversario de su muerte. Con voz grave y gesto menos exultante que en otros tiempos, dio micrófono a los cantos de los militantes (“A volver, a volver, vamos a volver” y “Néstor no se murió”) y pidió la unidad de “todas las vertientes del campo nacional, popular y democrático” para que nunca más vuelvan “las políticas neoliberales”.
Emparejados por la función, Mauricio y Alberto se presentaron confiados. Más relajado que de costumbre, el actual Presidente hizo un discurso que –por fin– sonó genuino. Macri felicitó al presidente electo, reveló que se reuniría con él en un desayuno y destacó, satisfecho –al fin y al cabo, los guarismos lo consolidan como líder de la flamante oposición–, que seguirá comprometido en “cuidar la democracia y la República”. “Juntos”. El presidente electo, por su parte, tan conciliador como su antecesor, pero mucho más emocionado, agradeció al pueblo, a sus contrincantes y también a Néstor Kirchner –“donde estés”, dijo–. Y con el índice en alto, ya sin presiones de construcción de imagen, resumió que el mandato que le da el pueblo es la defensa de lo público y volver a “poner a la Argentina de pie”. “Con todos y todas”.
Tras una campaña extensa en un clima tenso y con una realidad intensa, ellos y ellas elogiaron y vituperaron a propios y a ajenos. Es decir, hicieron discursos epidícticos. Pero lo más relevante, en definitiva, es que ganamos las argentinas y los argentinos. Porque decidimos. Y porque la democracia.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.