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Defensor de los Lectores

Trump, maquillaje y después

Decía un viejo maestro del periodismo que cuando un medio titula con una pregunta y no con una afirmación es porque no cuenta con datos certeros y disfraza sus especulaciones entre signos de interrogación.

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Decía un viejo maestro del periodismo que cuando un medio titula con una pregunta y no con una afirmación es porque no cuenta con datos certeros y disfraza sus especulaciones entre signos de interrogación. De igual modo, la conducta de muchos medios en todo el mundo, en estos últimos tiempos, fue maquillada –por acción u omisión– deliberadamente en la campaña preelectoral de los Estados Unidos para elevar la imagen de la candidata demócrata y denostar la figura de su oponente republicano. El resultado, a la vista, ha demostrado que los votantes no se subordinan mansamente a los dictados de los medios, los periodistas y los analistas políticos sino a sus necesidades y expectativas más primarias.

El mundo ha cambiado, los electorados (en verdad, las ciudadanías) han cambiado; y también ha cambiado el periodismo en su relación con los lectores, oyentes, consumidores de televisión y de internet (tanto portales como redes sociales).

Y así como venía cambiando el periodismo por los avances y la inmediatez, la facilidad de comunicación y la arrolladora viralización impuestos por las nuevas tecnologías, la irrupción de un personaje inclasificable como el presidente electo el martes ha profundizado ese cambio. Escribía hace poco menos de un mes Marc Bassets en El País de Madrid: “Donald Trump, que ha puesto patas arriba la política de EE.UU., también está transformando el periodismo”. El artículo analizaba el comportamiento de los medios ante la coyuntura preelectoral, exponiendo de qué manera optaron por uno de los candidatos abandonando la histórica balanza que los caracterizó desde casi siempre.

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La cuestión que aquí se pretende transmitir tiene que ver con esas transformaciones, sí, pero fundamentalmente exponer hasta qué punto es válido que los periodistas y medios tomen partido. Argentina ya lo ha vivido y lo sigue viviendo: embozada o sin tapujos, resulta clara aunque no siempre explícita la posición a favor o en contra del gobierno anterior y del actual (lo que demuestra que sigue la idea del periodismo militante, sea cual fuere esa militancia abierta o disfrazada).  La ciudadanía ve con cierta perplejidad y no poca desconfianza posturas no declaradas públicamente por sus medios favoritos. En tal sentido, parece mucho más franca la actitud de diarios, radios y canales de televisión norteamericanos que se han declarado sin cortapisas a favor de uno u otro candidato durante la campaña y tras la elección.

El director de Perú21, Juan José Garrido, escribía dos años atrás, en relación con los comicios que se celebrarían en su país poco después: “Tomar partido por un candidato, requiere de dos factores elementales: en primer lugar, madurez por parte del medio para poder separar la paja del trigo en toda situación que se presente, a favor o en contra de su candidato o de los adversarios de éste. En segundo lugar, se requiere de un público lo suficientemente maduro para reconocer cuándo ello ocurre en realidad, y cuándo no. El lenguaje nos permite ser duros o suaves, directos o torcidos; podemos escribir a favor o en contra de un candidato (o una postura) sin dejar mucha evidencia, como también podemos castigar una acción de tal manera que al final parece un apoyo más que una crítica real”. En definitiva, tomar partido públicamente es transparentar ante las audiencias por qué un medio publica lo que publica y cuáles son sus objetivos al hacerlo.

Naturalmente, esto tiene un costo –a veces oneroso–para el medio y para sus periodistas, que pueden o no coincidir con las posturas y criterios editoriales de quienes conducen. Este ombudsman ha observado con atención, desde que se hizo cargo de tal función,  las conductas seguidas por los responsables de la política editorial de PERFIL y debe aceptar que no hay disfraz ni maquillaje cuando se elogia o critica alguna acción pública, alguna declaración, algún dato inquietante. De suceder lo contrario, no dudará en hacerlo público en estas columnas.

El domingo 6, la página 9 de este diario fue ocupada íntegramente por un artículo de opinión del Jefe de Redacción, Javier Calvo. En ella, con otras palabras, Calvo escribió acerca de los cambios gráficos operados en los diarios La Nación y Clarín, poniendo énfasis en celebrarlos pero, a la vez, criticando de manera ácida que ellos no estuvieran acompañados por contenidos acordes. En definitiva, ropa nueva y cuerpo viejo, maquillaje y disfraz. Un añejo axioma corporativo condena tal publicación: un medio –se dice– no debe meter la nariz en el corral de sus competidores. En tiempos en los que resulta necesario, saludable, hacerle pito catalán a lo políticamente correcto, lo publicado por Calvo coincide con las ideas de este defensor de los lectores de PERFIL y con buena parte de lo expuesto más arriba.