La exteligencia se diferencia de la inteligencia porque todo el conocimiento se almacena afuera del cerebro. Hoy ya no es necesario recordar una serie de datos porque se accede a ellos con una instantánea búsqueda en internet. Pero al estar esas informaciones almacenadas fuera de la persona, su mente ya no las puede interligar con otras, las toma de a una por vez. Y la sinapsis cerebral que conecta y liga todas las informaciones para producir ideas propias se reduce. Inteligación se sustituye por exteligación y la inteligencia por exteligencia. Estados Unidos tuvo su primer presidente populista, Andrew Jackson, en 1829, y durante el siglo XX la vacuna contra la demagogia fue la popularización del conocimiento, que en los países desarrollados permitió que gran parte de la población tuviera educación secundaria y terciaria. Pero en el siglo XXI, otra forma de indigencia cognitiva nos amenaza, y probablemente el ascenso de Trump a la presidencia y su efectiva adicción a los 140 caracteres de Twitter sean, entre sus múltiples causas, consecuencia de los efectos secundarios de la exteligencia.
2016 fue el año de mayor cantidad de realices en la televisión mundial, y Trump es su mayor emergente
El discurso de Trump al asumir tuvo una estructura pensada para responder a la limitada capacidad de digestión intelectual de una parte de la audiencia, con frases cortas y de fácil comprensión. Su dicción remarcando las sílabas se refuerza con un exagerado movimiento de labios para facilitar el entendimiento de lo que dice. Técnica seguramente perfeccionada cuando en televisión tuvo que comunicarse con el gran público en el reality The Apprentice, de la cadena NBC, que comenzó en 2004 y tuvo a Trump como conductor hasta el lanzamiento de su campaña presidencial, cuando fue sustituido por Arnold Schwarzenegger. En El aprendiz, en el que dos grupos compiten haciendo negocios, es donde Trump convirtió en eslogan su frase “está despedido”, equivalente a tener que dejar la casa de Gran Hermano o estar nominado y no poder seguir participando en otros formatos de reality.
Los realities se han convertido en un fenómeno televisivo de enormes proporciones que quizá refleje parte de la sociedad y la evolución de la política. En la convención de productores de contenidos para televisión más importante de Estados Unidos, Natpe (National Association of Television Program Executives), que se realizó en Miami simultáneamente con la asunción de Trump, y desde donde estoy escribiendo esta columna, los realities ocuparon un espacio y una atención equivalentes a la suma de las series y las telenovelas. Hay realities para todos los gustos y de todos los temas, desde sobrevivir 60 días en la cárcel con asesinos hasta cruzar una selva con leones y otros animales peligrosos o resistir al frío de Siberia (Game 2: Winter), pasando por los formatos más conocidos y light.
Este fue el año de mayor cantidad de realities en el mundo; sólo Netflix tiene en producción veinte formatos diferentes de reality. Y desde hace tres años se entregan anualmente los premios Natpe Reality Breakthrough, con las categorías: Docunovela, Entretenimiento Factual, Concursos de Juegos, Reality Shows de Competencia, Mejor Animador de Reality, Personalidad Reality del Año, Reality Estructurado y Reality No Estructurado.
Entre otros, los ganadores 2017 fueron Last Week Tonight (Entretenimiento Factual), Hollywood Game Night (Concursos de Juegos), The Voice (Mejor Reality), Shark Tank (Reality Estructurado) y Hard Knocks (Reality No Estructurado). En el evento, su presentador dijo: “En consonancia con la tendencia mundial, esperamos una polarización en los realities. Una parte se orientará a quienes busquen escapismo del mundo real y otra, cada vez más auténtica, tendrá cada vez más competencia entre los participantes y el público (las redes sociales y los realities se potencian con el público votando). En la era de la posverdad, gente que sufre de verdad frente a las cámaras se opone a la desconfianza de cuán verdaderas son las noticias; quizá los realities creen una verdadera realidad televisiva”.
Pero no sólo el exponencial crecimiento de los realities encuentra su espejo en la política: también otros fenómenos televisivos expuestos en Natpe explican y reflejan la política. Por ejemplo, una sesión fue dedicada al éxito de las novelas turcas, porque hay de dos a tres novelas turcas entre los diez programas más vistos en la mayoría de los países de Sudamérica y Europa del Este. Se dieron una serie de explicaciones propias del mundo de la televisión, como que Turquía es una economía importante, con 75 millones de habitantes y 8 canales de televisión abierta, compitiendo agresivamente al punto de comenzar cien novelas diferentes por año, porque si en el capítulo 13 aún no tienen éxito, comienzan con otra. Pero en el terreno de la sociología no se puede obviar que la temática conservadora de las novelas turcas, donde el conflicto se expresa siempre alrededor de valores tradicionales, se corresponde con el regreso de los votantes de varios de esos países a candidatos más de derecha.
Hasta el éxito de las novelas turcas indica una preferencia de las audiencias por valores más conservadores
Mientras las audiencias de televisión paga prefieren productos más sofisticados, con temáticas y valores posmodernos, en la televisión abierta, donde están el gran público y la mayoría de los votantes de los políticos, los gustos son diferentes. Dos ejemplos lo reflejan a la perfección: en el Estados Unidos hispano, la serie Narcos fue un éxito en Netflix pero un enorme fracaso en Univisión, el canal abierto latino. Y en la Argentina, Entre caníbales no tuvo en Telefe el éxito esperado, mientras que fue el programa más comprado en on demand.
A la audiencia de la televisión abierta se dirige Trump, a la audiencia de los realities y los 140 caracteres de Twitter forjada en la era de la exteligencia. Trump es un presidente insurgente que en su discurso inaugural no sólo criticó al saliente Partido Demócrata, sino también al “suyo” Republicano, que desde hace dos años tiene mayoría en las dos cámaras del Congreso. Es un presidente que no cuenta con más simpatía que la de un canal de noticias y algunos sitios de internet. Es un presidente que sólo se apoya en la audiencia de forma directa, como hacen los realities de la televisión.