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Trump y los monos

Donald Trump, empresario exitoso en la producción en serie de edificios-torres de estilo rumboso y cambalachero, triunfó en las elecciones de su país agitando al viento su pelo teñido de amarillo anaranjado, prometiendo empleo –él, que se lanzó a la fama conduciendo un reality al grito gozoso y sádico de “¡Estás despedido!”–, y asegurando que eliminaría el terrorismo musulmán y regresaría al“mejor país del mundo” a su sueño de gloria por la vía de la erección de muros pagados por sus victimas y la expulsión de inmigrantes.

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Donald Trump, empresario exitoso en la producción en serie de edificios-torres de estilo rumboso y cambalachero, triunfó en las elecciones de su país agitando al viento su pelo teñido de amarillo anaranjado, prometiendo empleo –él, que se lanzó a la fama conduciendo un reality  al grito gozoso y sádico de “¡Estás despedido!”–, y asegurando que eliminaría el terrorismo musulmán y regresaría al“mejor país del mundo” a su sueño de gloria por la vía de la erección de muros pagados por sus victimas y la expulsión de inmigrantes. Asombra la inconsecuencia de la praxis trúmpica: una aplicación rigurosa de esa política debería echar del gran país del norte a todos los caudales inmigratorios, africanos, orientales y blancos, dejando la gran nación ocupada sólo por sus pueblos originarios. Pero como todos provenimos de Africa, y en Africa fuimos monos que bajamos de un árbol, el asunto se le complica. Su apuesta máxima es entonces construcción de una contra-realidad insensata, propia de un artista del mal, que entre otras cosas desconoce que ha llegado el tiempo de extinción del uso de combustibles fósiles y que funda toda esperanza de progreso nacional en la apuesta reaccionaria por las viejas tecnologías contaminantes. Posiblemente, en su fuga a ninguna parte esté colaborando con el fin del mundo actual (quizá sobrevivan los ginkgo bilobas y las cucarachas), y en su afán por impedir lo inevitable, la conversión de China en la primera potencia mundial, tal vez sólo acelere la decadencia del imperio que hoy representa.

Michio Kaku es un eminente físico teórico americano, especialista en teoría de cuerdas. De padres japoneses, fue criado en la doctrina budista y luego adoptó el cristianismo. Es un ejemplo de que la cultura es menos el resultado de una presunta adscripción a los mitos originarios que a la combinación de saberes y experiencias vitales. Optimista, Kaku calcula que en el  2100 el ser humano será capaz de manipular objetos con el poder de la mente, los ordenadores leerán en silencio el pensamiento, se crearán cuerpos perfectos y se alargará el tiempo de vida. Considera además que los cambios tecnológicos nos obligan a la creación de una civilización planetaria. Pesimista, prevé que habrá dificultades, debido a lo que sostiene como Principio del Hombre de las Cavernas: al producirse un conflicto entre la tecnología moderna y los impulsos de los primitivos antepasados, éstos últimos siempre ganan. Eso explica algo del presente.