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indolencias

Turismo asesino

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hace como veinte años, conocí la casa donde nació mi abuelo materno, en un pueblo minúsculo de Galicia que se llama Lamas. Había escuchado hablar de ella durante toda la infancia a través de historias incomprobables y descripciones fetichistas. La casa de Lamas como un tótem familiar. Una construcción de piedra, grande e imperecedera, rodeada de la más plácida nada. Dormir allí de jovencita me había hecho sentir en la máquina del tiempo. Pero ahora que vuelvo, a diferencia de la primera vez, tengo temor. Cuando le dije que viajaba, mi tía Charo comenzó una suerte campaña de promoción turística, como si hiciera falta convencerme, algo sospechoso. Por whatsapp enviaba fotos y videos, algunos atractivos y otros un poco aterradores, como un institucional que pretende convocar gente mostrando cuántas luces LED se despliegan en Vigo cada Navidad o cuántas tiendas de recuerdos prometen descuentos. Me acordé del personaje de Hebe Uhart que distinguía entre turistas y viajeros y, aunque en general cuadro más ajustadamente con la primera definición, creo que sería mucho mejor pertenecer a la segunda, porque el turismo es detestable. Y no es que me moleste el turista en su particularidad, o que esté a favor de esos planteos perversos en los que los individuos deben dejar de tomar aviones para cuidar el planeta, mientras se sostiene la contaminación global que generan las multinacionales. No, lo que me apabulla del turismo es su costado homicida. Arrasando en su devenir con muchas de las bellezas más importantes de la historia (el daño irreparable que hicieron los cruceros en Venecia es un ejemplo de miles), mata, de a poco y sin la menor autoconsciencia, lo que nos perteneció. 

Entre las fotos que mandó Charo, hay una especialmente perturbadora. “Nuestra casa nevada, en Lamas”, le puso de epígrafe. Efectivamente es una foto de la casa del abuelo con el techo lleno de nieve e hilos de escarcha en las ventanas. Pero un detalle lo tiñe todo negro: una reja nueva que, de tan grande, se sale de cuadro. Lo que parecía un espacio ajeno al paso del tiempo en el sentido más bello posible, tuvo que ser sometido a un enrejamiento que lo arruina, como ocurre con los enrejamientos que la gestión de Larreta adora efectuar en parques y plazas. Parece que Lamas ha sido descubierto por algunos visitantes que, probablemente cegados por las luces LED del centro de Vigo, se aventuran a otros lugares. Turistas aventureros, sí, pero turistas. Los que con su disfrute indolente se van a ir llevando puesto lo poco que queda mi abuelo.