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Última agitación

Los encarcelamientos a De Vido y Boudou expresan caídas resonantes y avecinan vértigo en los juzgados.

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LA BANDA DE ROBANDO Amado Boudou Dibujo: Pablo Temes | Pablo Temes

Siempre la última es la semana más agitada en la Argentina. Tradición del subdesarrollo, un crescendo sin límites que desvía otros acontecimientos clave, recientes, a la profundidad de la memoria. Vivir al día.

Basta recordar, por ejemplo, que hace apenas quince días hubo elecciones que parecen ocurridas en otro siglo, a pesar de que fueron determinantes para que Macri ahora diga que empezó a gobernar aunque está instalado formalmente en la Casa Rosada desde hace dos años. No es la observación de un extraño. Más bien se trata de una admisión oficial sobre el paquete de anuncios que esta semana anticipó el Presidente, al que consideran de corte radical. Siempre que uno elija para la definición de ese término el castellano básico y no la traducción que realizó durante por más de cien años la UCR. Peor que Mitre con La Divina Comedia. Habrá que ver. Otros también tienen la palabra.

Junto a la promesa de modificaciones de fondo por parte de Macri y el despliegue mediático que ya lo exhibe con un perfil caudillesco, se encadenaron una renuncia obligada (la procuradora Gils Carbó, complicada y presionada con algunos mails, en apariencia) y dos resonantes detenciones. Cayeron en prisión personajes del régimen anterior como el ex ministro Julio de Vido y ayer, inesperadamente, el ex vicepresidente Amado Boudou, arrestado descalzo y en pijama, filmado y transmitido con pulcritud a las 7 de la mañana, en el mismo edificio que albergó al matrimonio Kirchner como propietario de varias unidades. Casi un plan de inspiración romana, con poco pan y mucho circo, diría el cristinismo.

Parecidos pero distintos. Son dos historias personales que ofrecen vínculos diferentes con Cristina. De Vido nunca fue un preferido y aterrizó en prisión con un escandaloso aura de corrupción por haber administrado la mayor parte de la obra pública en los tres períodos kirchneristas. A pesar de su presencia sarmientina en el Gabinete, jamás pudo disfrutar del cariño de la viuda de Néstor; tampoco su esposa, Lali Minnicelli, quien velaba todos sus números. Por el contrario, cuando Cristina estuvo por asumir su primer período presidencial, propició con su influyente jefe de Gabinete, Alberto Fernández, la expulsión del arquitecto para transparentar la futura gestión. Clarín, que entonces gozaba de esas primicias, revelaba porfías e intenciones oficiales. Pero intervino Néstor, a quien De Vido rendía fidelidad canina, y Fernández no opinó más mientras ella recibió un sosegate de su marido durante un fin de semana inolvidable en el Sur. Finalmente, la trama bonaerense que había armado De Vido repartiendo obras con los intendentes le habían garantizado el triunfo a la dama.

A pesar de esta desconfianza femenina, ya muerto Néstor, De Vido incrementó paradójicamente su poder: ella se entretenía con el espejo, no con los negocios que antes dominaba su esposo. Esa lejanía perpetua debe haber presidido la sospechosa declaración cuando su ministro fue a la celda: sospechosamente afirmó que no ponía las manos en el fuego por él. Es de imaginar la indignación del preso.

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Aimé querido. Todo lo contrario de lo que Cristina hizo ayer con Boudou, protestando por la injusticia de la detención de quien fue un favorito de la señora –también de su marido, que le agradecía como a un hijo su recomendación de estatizar los ahorros de las AFJP, una idea que le había sugerido un empresario– que hasta lo convirtió, luego de sostenerlo como ministro de Economía, en vicepresidente de la Nación, por obra y gracia de su capricho. Las mieles de la hegemonía feminista, el reinado.

Esa simpatía se descascara paradójicamente con la muerte de Néstor, cuando a Boudou se lo imputa por la pretensión de quedarse con la fábrica de papel moneda, Ciccone, cuando quizás esa era una aspiración lógica en la cultura de Kirchner. Como si él, por su propia cuenta, pudiera atreverse a un emprendimiento de esa envergadura. Desde entonces vino el declive de este singular outsider de la política, que avanzó de tarjetero en boliches marplatenses a docente en una liberal universidad privada y, luego, gracias al dedo de los K, desarrolló una meteórica carrera.

Interesa una definición que él mismo se aplicó sobre su boom en el Gobierno: “Soy un error del sistema”, explicaba cada tanto. Un error del cual sacó un provecho infrecuente con el que se divirtió más que otras almas.

Estos casos avecinan vértigo en los tribunales, más detenciones: la imposición de una Justicia exprés sobre una objetable Justicia tardía, variantes de velocidad que tal vez el Derecho no contempla.

(Continúa mañana).