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Historia de la Copa del Mundo: cómo nació y cuánto pesa
Historia de la Copa del Mundo: cómo nació y cuánto pesa | TELAM

La finalización del Mundial como mecanismo de producción de angustia y expectativa mechadas con porciones de decepción, incertidumbre y acierto, dio lugar (en Argentina y en los aliados países tercermundistas y latinoamericanos) a una liberadora explosión de felicidad. También hubo corazones estallados, es cierto. La dinámica binaria entre la eficacia consternante de Francia, que no jugó al fútbol sino al pleno del acierto, y la belleza artística de nuestra selección, que supo dibujar figuras geométricas sobre el pasto refrigerado, derivó en la inevitable exégesis de los deportólogos de toda laya, y cuya especialidad fue y es la de gritar unos encima de otros para no escucharse entre ellos, como un concierto inarmónico de disonancias compuesto por un músico carente de inteligencia. 

Desde luego, no todo fue así. Solo exagero por espíritu didáctico, ya que en este mundo sólo se percibe lo subrayado. Hubo excepciones que intentaron explicar las razones por las que triunfó la Selección argentina, describiendo su funcionamiento, su mecánica de juego, sus alardes, sustituciones, necesidades y recambios, pero todos justificaban el resultado invocando una abstracta Justicia basada en la superioridad estética y omitiendo la colaboración –o no– del árbitro, que cuando ganamos liga el mote de imparcial y cuando perdemos recibe el de vendido. Que la Justicia es ciega es una afirmación improbable, en éste y en otros ámbitos, y hasta podría resultar que repartiera para varios lados. Un amigo –éste sí hincha de fútbol– me dijo ayer: “Menos mal que Francia le ganó a Marruecos, porque si el finalista resultaba Marruecos hubiéramos jugado como visitantes contra todo el mundo árabe, y ahí andá a saber cómo se las habría arreglado entonces el árbitro para inclinar la cancha para el otro lado?”. Hubo tres cosas que parecieron siempre ciertas: 1) Argentina terminó siendo el mejor equipo del Mundial, 2) podría haber perdido en el último minuto, si no fuera que el Dibu atajó el pelotazo del francés (que no tiró a colocar) con la gamba extendida y los ojos cerrados. 3) Existió siempre una certeza anticipada y generalizada de que el Mundial era nuestro, menos como premio a un equipo que como la coronación y chupetín que necesitaba Messi, el Niño Bueno, para colocarlo en el mismo sitial de Maradona. 

Pero la comparación es inadecuada, como todas. (Si algo fuera estrictamente comparable a otro algo, lo comparado y el término de la comparación serían idénticos, ya que toda semejanza es una ilusión). Lo único en lo que coinciden es en los resultados mundialistas: ambos obtuvieron un campeonato y un subcampeonato. Después, bastaba verlos. Incluso físicamente. Uno juega reconcentrado, con la cabeza baja y el cuerpo denso; el otro jugaba sacando pecho y alzando la trompa. Messi salía de laberintos construidos por él con las piernas de los rivales (en lo que se parecía a un torero), Maradona se despejaba de obstáculos en movimientos amplios y pique corto. Como me quedé yo. Corto.

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