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Oriente desorienta

Oriente 20221217
Estambul. | Unsplash |Martin Zangerl | zmart

No hay dudas. El fútbol imita a la política que toma los modos de la guerra para mejor ejercer su dominio que el arte luego establece bajo la forma del relato. Con una nutrida escuadra compuesta en su mayoría de hijos y nietos de inmigrantes africanos, la selección francesa derrotó a la del Reino de Marruecos, conformada a su vez por naturales del Reino y por hijos y nietos de locales que ahora viven y juegan en los equipos de Europa. La selección francesa es bastante africana y Marruecos se ha europeizado bastante. Volviendo al punto de mi columna anterior, y antes de abordar de una vez por todas el tema de la influencia del peor Flaubert en el mejor Huysmans, asunto en el que me demoré un tanto, quizá involuntariamente, debería hacer un pequeño introito que apenas ocupará una nadería, apenas dos párrafos (sobre un asunto acerca del cual Edward Said, según me comentan, escribió más de un par de libros).

Luego de la invasión a Egipto (Europa vs África), la Francia napoleónica y post napoleónica se “orientalizó”, entregándose al influjo de la difusión entre las capas cultas de la sociedad de Las mil noches y una noches (en afrancesada y romantizada y libremente adaptada traducción de Antoine Galland, con el auxilio de su fiel Hanna) y a la apropiación y estetización del Oriente expoliado por el imperio francés. Pero eso no fue cosa de un día para otro sino parte un proceso que lleva varios siglos, y cuya última representación podríamos leerla en la pirámide de cristal que oficia de entrada al Louvre. Veamos la totalidad del movimiento. 

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Primero tenemos a los ejércitos imperiales ocupando, masacrando, expoliando Egipto (a eso podríamos llamarlo intercambio económico-político-social-sexual-cultural desigual). En una operación paralela, Napoleón Bonaparte lleva a legión de científicos del imperio (que son la lingüística, la etnografía, la arqueología, disciplinas que sirven a la causa de conocer las costumbres, hábitos y riquezas del territorio invadido), que catalogan, examinan y acarrean a París los objetos culturales del saqueo. Como parte de esa operación (que no es solo propia de los ingleses, no queremos que se pongan celosos los holandeses, los portugueses, los españoles, los belgas…), se erige el Museo como Institución: allí se depositan los objetos apropiados como bienes universales, que en la exhibición pierden la marca del saqueo originario... Bien. Gustave Flaubert, ese monstruo de la literatura que abre y cierra períodos con sus libros, no es ajeno a los efectos –no tan mediatos– de esa política imperial. Así, tras aburrirse a muerte con la escritura de Madame Bovary (que es cualquier cosa menos una novela aburrida) aborda un universo, él cree, lo más lejano posible: la Cartago del siglo III a.C., durante la llamada Guerra de los Mercenarios. Digamos: vuelve suyo y extravía en el agujero del tiempo el procedimiento de volver fascinante el horror de toda invasión, convirtiéndolo en exotismo. Visto de lejos, no hay diferencia entre Salambó y la citada pirámide de vidrio del Louvre. 

Contar el argumento de una novela que ya es un monolito enterrado en la arena de la historia de la literatura excede mis fuerzas. Quizá al lector le convendría en este punto abandonar esta columna y escribirle a Jorge Fondebrider, eximio poeta que desde hace años abordó la tarea de traducir las obras completas de Flaubert al castellano, con una profusión de notas tal que te hacen caer de culo de pura admiración. Cualquiera que revise sus páginas (yo tengo una edición verdosa de Grandes Novelas de la Literatura Universal publicada por Ediciones Jackson en 1946), comprobará que el libro es infumable, el habla de los personajes discurre en el estilo hierático del género heroico de todas las épocas y la trama es tirando a farragosa, pero la precisión enumerativa y acumulativa de Flaubert alcanza tal vez su pico más alto en la descripción de los objetos arquitectónicos y artísticos y en las indumentarias y decorados y ajorcas y armas y peristilos y lo que se te cante. Flaubert hace del mundo antiguo un recuento de piezas perdidas, que desde luego debe de haber exhumado de visitas a bibliotecas y a la revisión de catálogos. Oh oh. Me quedé corto otra vez.