¡Ah, ya estás aquí, anheloso, demandante lector, esperando a saber si la dilatada extensión del enigma se resuelve por fin en una respuesta que justifica tu espera!
Por las dudas de que un distraído crea que la frase anterior alude a la resolución de las artes de combinatoria en los espurios territorios donde se mueven L- Gante, Tamara, Wuanda, Mauro, China, Rusherking (música porque sí, música vana), me apuro a desasnarlo. Desde hace varias columnas, como si se tratara de una novela de Agatha Christie, estamos tratando de desentrañar el misterio acerca del modo en que el notable autor Joris-Karl Husymans (1848-1907), se las arregló para crear su extraordinaria novela Al revés (o Contranatura, o A contrapelo, según la traducción), leyendo muy atentamente, aprovechando la lección implícita que encontró en la peor de las novelas de Gustave Flaubert (1821-1880).
Cuando leo los diarios me pregunto si no estaré viviendo una pesadilla de la que no logro despertar
Una pequeña aclaración: alguien se preguntará por qué insisto con este tema que puede parecer propio de ociosos y penosos pretendidos mandarines de la cultura, con sus exóticas curiosidades museológicas y discriminaciones entomológicas (el escritor como un insecto extinguido). La primera respuesta que se me ocurre ofrecer es una cita, ésta de Oscar Wilde, famoso por sus aciertos estéticos y epigramáticos (el rayo de una inteligencia aguda, plena de hallazgos esdrújulos y morales). Preguntado por los sufrimientos de su alma, Wilde respondió: “La gran tragedia de mi vida es la muerte de Lucien de Rubempré”, protagonista ficcional, y por lo tanto más verdadero que cualquier otro que hubiese conocido, de la novela Las ilusiones perdidas de Balzac.
Así, cuando todas las mañanas abro las páginas de todos los medios nacionales y veo los títulos, esa saga infinita y monótona y siempre eterna sobre la serie de actores y principales de la triste comedia de la política argentina, con sus eternas y monótonas e interminables acusaciones, conspiraciones, zancadillas, trapisondas, evasivas y renuncias, no puedo menos que preguntarme si no estaré viajando sin saberlo por una pesadilla de la que no logro despertar, y vuelvo otra vez más a la realidad más verdadera: la literatura.
Empecemos por la primera de las novelas de Flaubert, Madame Bovary.