El lector de un diario, ávido de entretenimientos fuertes tales como crímenes, intrigas políticas y pelotas que entran en los arcos rivales, no tiene tiempo para consideraciones detenidas y mucho menos para digresiones. Enterado de esto, vengo contando a toda marcha la sorpresa que tuve al enterarme de que el pintor francés Georges Rouault conoció al escritor, francés también, Joris-Karl Huysmans (en realidad se llamaba Charles Marie Georges Huysmans).
La sorpresa fue real, pero poco verosímil. ¿Por qué un escritor se vería privado de vincularse a un pintor, y viceversa? Eso sólo es consecuencia de un psiquismo perturbado (el mío) que tiende a pensar las prácticas estéticas en términos de absoluta autonomía, como si la obra de cada artista proviniera de la relación directa con un Espíritu Santo de uso propio y sin relación alguna con los innumerables Espíritus que soplan sus vientos sobre el resto de los artistas de la historia.
Esa perspectiva es ignorante, en términos generales, y no dejo de reprochármelo, ya que lo obvio es que los circuitos de evolución histórica de las formas son perfectamente observables y analizables, así como sus retorcimientos, saltos y retornos. Pero en términos de una primera percepción, si se quiere, cuando uno se enfrenta a una obra que le resulta significativa y lo impacta estéticamente, la primera impresión es la de una autonomía y singularidad extremas. Luego (ese luego puede implicar segundos, días, meses o años) viene la posibilidad de establecer relaciones, filiaciones, filtraciones, perfusiones. El arte como red neuronal.
La primera impresión, entonces, fue de sorpresa. Ahora bien, explicado el motivo de esa sorpresa, no tenía mayor sentido insistir en ella sin buscarle alguna clase de explicación. ¿Por qué se verían impedidos de conocerse un escritor y un pintor más o menos contemporáneos y que habitan París al mismo tiempo? Los escritores van a exposiciones y eventualmente posan para los pintores y escultores (sobre todo cuando las modelos faltan o no hay dinero para pagarles; los pintores leen los libros de los escritores, sobre todo cuando los escritores escriben sobre pintores, etc.). Bien, resuelto esto, la pregunta seguía en pie. ¿Por qué me sorprendió que se conocieran?
La respuesta es sencilla, como son sencillos los pensamientos binarios. Ya escribí que la pintura de Rouault me evocaba los primitivos íconos rusos, el trazo ingenuo, el hieratismo simple; en el fondo, la pasión y la aspiración por la santidad. Eso, en principio, me parecía inconciliable con la representación inmediata que tenía de Huysmans: un decadentista primero y un diabolista después. Pero, ¿qué significaba eso? ¿Acaso Satán no aspiró tanto a la belleza suprema, no quiso tanto a Dios que su pasión fue convertirse en Él, fundirse con lo que amaba hasta desplazarlo? O, incluso, ¿no se sacrificó arrojándose a las sombras ardientes del fuego eterno para que mejor brillara por contraste el sentido del esplendor de Dios?
Pueriles meditaciones semejantes pueblan la teología; parejas reflexiones pretenden explicar el acto de Judas en su denuncia de Cristo. Ambas circunstancias no dejan de ser semejantes, y, cambiando un par de nombres, hasta idénticas. Podríamos decir incluso que en el segundo de los casos la crucifixión de Cristo, con su garantía de rescate asegurado, es una pavadita comparada con el derrotero de Judas, que se entrega a la ignominia y se apropia de la condición de traidor eterno para mayor destaque del héroe Jesús y para que se cumpla el plan divino).
Volviendo a Huysmans y Rouault…Recuerdo haber leído en la escuela secundaria, en una edición que se caía a pedazos, su novela diabolista, Allá lejos. No me queda nada, salvo el diluido recuerdo de una misa negra. Sí, en cambio, me queda, y muy vívida, la frase que alguien escribió luego de la lectura de la novela, y que decía algo así como “Después de esto, a Huysmans le quedan dos opciones: abrazar la cruz o pegarse un pistoletazo”. Como la primera ley de la conservación de la energía humana indica la preservación de la propia vida, Huysmans se internó en un convento benedictino.