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¿Qué es un escritor?

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Borges, Kafka, Cortázar | CEDOC PERFIL

El primer, decoroso gesto de alguien que escribe una columna bajo signo de interrogación, es asegurar que no tiene a mano una respuesta, sino una serie de oscilantes tentativas de alcanzarla. Ponerse a la altura de ese interrogante supondría descartar el acierto de una verdad poética vuelta cursilería y luego transformada en chiste, porque el espíritu de la época cambia y no hay algo que permita definir en la letra y sus usos alguna esencia. De lo contrario, bastaría con escribir, como Becquer: “Y tú me preguntas qué es poesía (literatura): poesía eres tú”. Y sustituir: “Literatura es el otro”. Lo que no deja de ser, en alguna medida, cierto.

Ayer, amablemente, la editorial Blatt & Ríos me envió un libro. Cuando el motoquero me tocó el timbre yo estaba descabezando un sueño y en el sueño no esperaba nada, por lo que en principio ese timbrazo se agregó y determinó un nuevo rumbo onírico, impreciso y feble, rumbo que no terminó de desplegarse porque dejé de cabecear y atendí, no muy lúcido. El paquetito contenía un ejemplar de la novela Urbana, de Fogwill, que aún permanecía inédita en la Argentina. El primer pensamiento fue “La voy a leer rápido y se la comentaré a Quique” (nota: Fogwill detestaba que lo llamaran Quique, resto de infancia que quería suprimir para mejor afirmación de su apellido como marca literaria. Para molestarlo, las pocas veces que nos veíamos yo seguía llamándolo Quique). Bien. Segundos más tarde, en pleno flujo de somnolencia, pude sin embargo precisar que Fogwill (Quique) hace años ya que está muerto.

¿Qué es un escritor? ¿Una obra que persiste y se nombra con la firma de un cuerpo, como si su extensión mayor, lo completo de su obra, sostuviera la duración de un apellido? ¿Es el apellido el resto de una obra, su elixir o su sobrante? ¿Hablamos de obra cuando ponemos en circulación el apellido que la avala o la desgracia? Mi pregunta está puesta bajo un supuesto: que quien se lo pregunta, además de un lector, se tiene por parte del interrogante. Una respuesta tentativa implicaría que escritor es aquel cuyas escrituras avalan un apellido como firma o como marca, pero sobre todo ponen en cuestión las escrituras de sus colegas, los enfrentan a la horrible sospecha de que literatura “de verdad” es la ajena. Porque la literatura, cuando es ígnea y es interrogativa y persistente, nos invita a volvernos mejores de lo que somos, o intentarlo. 

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Hace unos días murió Sergio Chejfec

Hacía años ya que no leía sus libros, no podía hacerlo, mi vista se deslizaba por sus páginas que lentamente se iban deslizando en una zona de escritura imprecisa, intelectual, hecha de paseos e interrogantes y conjeturas. Estoy seguro también de que él no me leía a mí, por razones más sólidas. Y sin embargo, siempre estuve dispuesto a asegurar que era uno de los mejores autores de nuestro tiempo, de aquí y del resto del mundo. Me bastaba con la experiencia que tuve leyendo uno de sus textos, cuando lo escrito se me abrió de pronto, como una iluminación, y “vi”, pude ver la dimensión de lo que hacía, su zona personal, no privada, en lenta expansión. Y si alguna vez me cabía una duda acerca de su valor, la descartaba al leer algunas de sus entrevistas. En las respuestas –siempre derivativas, hechas de conjeturas y certezas y desplazamientos, que tomaban una cuestión y la respondían, luego de algunas subordinadas o de unos párrafos más adelante–, se encontraba el testimonio de una lucidez y un rigor incomparables, de una hiperconciencia literaria, que no transaba con el simplismo ni con la concesión didáctica. 

Las necrológicas, siempre afanosas por dejar constancia de lo irreparable de la pérdida, mencionaron una de sus prácticas de escritor: durante algún tiempo Chejfec transcribió, no sé si “en limpio” (como traducía Borges), los relatos de Kafka. Eso también es, tal vez, un escritor, alguien que copia la letra de otro para averiguar el secreto que se esconde en su asunto, para encontrar lo que le está diciendo solo a él, o para descubrir que lo oculto es lo visible en su sintaxis. Leer para escribir, escribir para transformar y transformarse.