COLUMNISTAS
bastardillas

El fantasma de Rouault

Carmencita 20220910
Carmencita, de Georges Rouault. | CEDOC

Como vengo escribiendo desde un par de columnas anteriores, hace un par de semanas estaba a punto de reescribir el fascículo 112, dedicado a Georges Rouault, que contiene algunas reproducciones de su obra y su semblanza biográfica. Empecé, como habitualmente lo hago, mirando la última lámina. El procedimiento de observación en reversa permite imaginar, sin saber si es cierto, un despliegue que va desde el apogeo (o quizá la decadencia) de un pintor, hasta el retorno a los orígenes. Nunca ocurre así, desde luego, pero la pirueta por la ilusión de la forma en retroceso es un ensueño como cualquier otro.  La última lámina es la número XVI, se titula Carmencita, y el índice de las ilustraciones asegura que es la figura de la cortesana (no aclara cuál) que se convierte en una imagen casi épica (¿por qué?) en la exaltación del mito (¿cuál, por Dios, cuál?), y que ofrece un nuevo equilibrio donde cada acción, cada gesto serán rescatados como instrumentos divinos. Por cierto, en la pintura no se ve qué acción alguna, salvo la mirada átona de Carmencita, ni de qué modo una cortesana se vuelve instrumento del Señor. Debe ser que en la escuela primaria no ingresaba en las clases de religión. En fin. 

Se ha puesto a narrar y a describir, con notorio pormenor, todo lo que tanto lo repele

Luego de eso, surge el misterio. La lámina de Carmencita es la última que se reproduce en el fascículo. Pero el índice comenta luego otra, la XVII, Trío (“aunque sin una directa referencia, en el horizonte bíblico de Rouault, a la imagen humana le corresponde un papel que se aproxima al del clown, como si la vía de la redención pasase por la conciencia de la farsa humana, que el pintor halla en los protagonistas del circo”). Y esa lámina no está. Si el manual de estilo de PERFIL autorizara las bastardillas, aquí las usaría para “no está”, subrayando así el efecto, ahora que el signo dominante de la literatura contemporánea anida en el género del terror. 

Reviso mi ejemplar, me fijo si no hay una alteración del orden. Pero no. Son dieciséis (subrayado) las láminas, no diecisiete. ¿Existe un fantasma que se apodera de láminas, consume almas y terminará por devorar mundos? Me acerco lentamente al centro de mi relato. La demanda de los lectores pide continuación.