En vísperas de la elección legislativa de octubre, en el oficialismo tienen expectativas moderadamente optimistas. Nadie espera repetir el 54% de la elección presidencial, pero sí mejorar el desempeño de 2009, que fue un mal año electoral para el Gobierno nacional. Sin embargo, hay indicios que sugieren que la situación puede llegar a parecerse más a la de esa elección legislativa –como lo es ésta– que a la exitosa elección presidencial de hace dos años. Por lo demás, las similitudes con 2009 son notables: la Presidenta no es candidata, en los distritos más grandes no encuentra buenos candidatos, en Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal las ofertas –tanto oficialistas como opositoras– son similares a las de 2009, en Buenos Aires emerge un candidato independiente con un posicionamiento equidistante entre el oficialismo y la oposición, y con un potencial importante de votos –tal como lo fue De Narváez hace cuatro años–.
A esos datos del contexto deben sumarse los que proporcionan las encuestas. La imagen de la Presidenta en la opinión pública se ha debilitado un poco; el clima de opinión no es favorable. La percepción de la situación económica del país, que venía en baja desde la mitad de 2012, se ha amesetado: deja de caer, pero no sube. La inflación golpea como un problema inquietante –aun cuando también se encuentra en una meseta, no en caída libre–. El clima alrededor del tema “corrupción” también se ha complicado para el Gobierno, si bien los números sugieren que el mensaje Lanata pega mucho en los segmentos del público que ya se consideran opositores, pero no tanto en los oficialistas. Las simpatías por el kirchnerismo se han reducido levemente, al igual que la numerosa franja de los indefinidos –que en 2011 volcaron su voto mayoritariamente a favor de Cristina–; más gente hoy se siente opositora. En síntesis: el Gobierno está lejos de desplomarse en la opinión pública, como algunas voces lo sugieren, pero no enfrenta esta elección en un buen momento.
De los sondeos de opinión surge otro dato de mayor significación: ese lugar de la indefinición, de la preferencia por la ambigüedad –del “ni” antes que el “sí” o el “no”, del “no positivo” antes que el negativo–, sigue siendo altamente rentable. Contra las interpretaciones teñidas de deseos, la imagen positiva de Scioli no ha declinado, el gobernador no ha sufrido un castigo en esa opinión independiente desde que hizo explícito, hace pocos días, su activo alineamiento electoral con el Gobierno nacional. Y Massa –algo más “opositor” que Scioli, pero compartiendo esencialmente ese mismo lugar del centro del espectro de las preferencias– también se mantiene fuerte. Es difícil entender lo que está sucediendo en la opinión pública de hoy si no se encuentra una explicación a ese fenómeno de una acentuada corriente de preferencias que se manifiestan satisfechas con la oferta de quienes se posicionan en un lugar equidistante entre la Presidenta y la oposición más drástica –independientemente de que se inclinen más bien hacia el lado del oficialismo o más bien hacia el de la oposición–. Se diría que para ese amplio segmento del electorado la sinceridad vale más que las definiciones ideológicas.
El resto depende de la oposición. Desde hace un tiempo, muchos de los grupos que la componen se han mostrado capaces de perder elecciones proactivamente sin que quienes los derrotaron hubiesen hecho demasiado para ese resultado. Eso ha empezado a cambiar. En algunos distritos las PASO son definidas como reales internas y los precandidatos se exponen a las preferencias de los votantes; quienes lo hacen toman riesgos, pero a la vez podrían cosechar más confianza en amplios segmentos de votantes –obviamente, si se respetan los resultados de esas primarias–.
Muchos ciudadanos están explorando, a través de este proceso electoral, la oferta posible de candidatos presidenciales para 2015. A algunos candidatos gran parte del público ya los ha definido como “buenos para el Congreso”, pero otros están bajo el escrutinio de sus posibles condiciones para aspirar a más en la arena política. Una elección legislativa es una buena oportunidad para jugar con ese tipo de exploraciones.
No hay “una” oposición sino varias, pero hay “un” oficialismo, y en el medio se ubican esos fenómenos de baja definición que despiertan fuerte adhesión en la opinión pública. En ese contexto, el oficialismo nacional propone al electorado una polarización excluyente que este año no parece llamada a cosechar grandes éxitos. Si, como parece, las cosas están cambiando tanto en la oferta electoral como en la situación del país, el futuro se avizora con mayores incertidumbres y más alternativas.
En 2009 al Gobierno no le fue muy bien, pero después nada sucedió. Es posible que eso pueda tomar otro cariz este año.
*Sociólogo.