Hasta hace un tiempo, predominaba entre los analistas políticos la idea de que el Gobierno prefería “perder” las elecciones y esperar volver en el próximo ciclo electoral, antes que trabajar a favor de un candidato oficialista que no representara cabalmente “la reelección del proyecto”.
Esa conclusión surgía tanto de analizar los dichos y discursos de las principales voces del kirchnerismo más duro, como de verificar los hechos, en particular en materia económica.
En efecto, parecía claro, desde la macro, que el Gobierno había priorizado defender las reservas del Banco Central, aun a costa de un nivel de actividad y empleo entre estancado y cayendo, una brecha cambiaria elevada y un consumo frenado.
Esa defensa de las reservas resultaba clave para la “calma cambiaria”, y esa calma permitía, en esa visión, que el Gobierno entregara el poder a la oposición, cualquiera fuera, en estancamiento, sin crisis, pero con un fuerte desarreglo macroeconómico que obligaría al próximo gobierno a un cambio profundo e impopular de la política económica, por ser insostenible. Cambio que podría capitalizar políticamente el kirchnerismo, como principal grupo de oposición.
Sin embargo, este plan original fue, aparentemente, reemplazado, por un plan mucho más ambicioso. Ahora no se trata de firmar el empate, sino de salir a ganar. Al parecer, el oficialismo supone que podrá “colonizar” a cualquier candidato oficialista que gane. O que podrá tener más masa crítica en el Congreso, en una lista ganadora, y luego condicionar al futuro gobierno o, incluso, “pasarse a la oposición”, en cuanto el nuevo gobierno tenga que arreglar los actuales desaguisados.
Pero cualquiera sea la especulación política que se haga al respecto, lo cierto es que el Gobierno decidió bajar la bandera del “desendeudamiento” e incrementar temporariamente las reservas del Banco Central, con fondos prestados por China, colocando deuda en el mercado, con deuda de YPF, y consiguiendo préstamos compulsivos de grandes importadores (automotrices, ensambladores tecnológicos de Tierra del Fuego, etc.).
En otras palabras, el Gobierno decidió endeudarse a tasas “de usura”, a plazos que vencen durante los próximos mandatos, no sólo para garantizarse la paz cambiaria, sino también para poder “aflojar” algo del cepo a las importaciones, al menos en los meses previos a las elecciones, y lograr incrementar la oferta de bienes. Y para contener la brecha entre el precio del dólar informal y el precio del dólar oficial, calmando la voluntad de dolarización de los ahorros, aumentando la venta de dólares para atesoramiento que regula la AFIP.
Por el lado de la demanda de consumo, si bien el Gobierno presiona para moderar los incrementos salariales que surjan de las paritarias, intenta que el grueso de dicho aumento se concentre en la primera cuota, cuyo pago resulta inminente y previo al período electoral que se inaugura, en términos nacionales, en agosto.
La idea, entonces, sería “calibrar” la oferta y demanda de bienes para que, por un lado haya dólares suficientes para incrementar la importación de insumos y, por el otro, los salarios “nuevos” aumenten el consumo.
Por su parte, el Banco Central, que había tenido durante el año pasado una política relativamente más “moderada” en la emisión monetaria, retirando pesos sobrantes con deuda de corto plazo (Lebac), se encarga ahora de “aceitar” el escenario arriba descripto, emitiendo y liberando fondos, para que haya suficientes como para financiar el creciente déficit público (no inferior al 6% del PBI) y algo más de crédito al sector privado.
En síntesis, el plan “verano en otoño” consiste en endeudamiento para mantener las reservas, entregar dólares ahorro y aflojar algo de dólares para importar. Y paritarias y emisión para alentar el consumo y financiar el gasto público, sin un estrangulamiento crediticio. Todo en un contexto de dólar quieto y sensación de bienestar.
Sin embargo, dadas las expectativas de devaluación y “normalización” de precios, inevitables a partir de un próximo gobierno, se mienta lo que se mienta ahora, es probable que se empiecen a ver, con más intensidad, comportamientos preventivos que podrían conspirar contra el éxito del plan expuesto.
Siguiendo con la metáfora futbolera, cuando no se tiene con qué, salir a ganar a la descubierta puede resultar una mala estrategia.