El mundo se reveló como unidad sistémica en 2006. Se produjo una aceleración decisiva de la economía mundial, con un crecimiento del 5,1%, que, en la estimación del Fondo Monetario Internacional, será 4,9% en 2007. En ese caso, serían 5 años consecutivos de expansión a una tasa anual promedio del 5%, el período más largo con la tasa más alta de los últimos 30 años.
Este crecimiento de la economía mundial tiene un carácter sincronizado y convergente: todas las regiones del mundo crecen sin excepción; y los países emergentes, ante todo los del Asia-Pacífico (China/India), lo hacen a una tasa que es más del doble que la del Primer Mundo.
El impulso fundamental de este auge extraordinario proviene de Estados Unidos y China. La economía norteamericana (32% del PBI mundial) creció 3,4% en 2006; es el cuarto año de expansión continuada, a una tasa de 4% anual promedio. El sustento de la expansión estadounidense es un boom estructural de productividad (un incremento de más de 3% anual promedio en los últimos 10 años) que, a partir de 2001, es resultado –en más de un 60%- del aumento de la productividad de la totalidad de los factores (PTF); esto es, pura innovación. Es un fenómeno de largo plazo: los precios de los bienes de capital de tecnología de la información (IT) caen 20/30% por año; y la aceleración de la competencia mundial por la globalización impone una mayor exigencia de innovación a las empresas estadounidenses, ante todo las transnacionales.
China creció 10,4% en 2006. Su comercio internacional trepará este año a 1,6 billón de dólares; es el tercero del mundo y será el primero en 2010. El crecimiento exponencial de sus exportaciones no es cíclico sino estructural. Es obra de las transnacionales en más de un 60%, que venden dentro de sus cadenas transnacionales de producción, de alcance global, muchas de ellas norteamericanas.
Es probable que esta expansión mundial sincronizada y convergente sea la fase inicial de una nueva onda larga del capitalismo, la cuarta de su historia.
Pero el boom económico está unido a una intensificación de la crisis de los sistemas políticos, prácticamente sin excepción, y a una acentuación de la conflictividad mundial. Juegan dos causas: la aceleración de la propia globalización, que pone en crisis a todos los sistemas, en primer lugar los políticos; y el hecho de que la globalización es un fenómeno estructural de raíz tecnológica, de alcance planetario, y los sistemas políticos siguen siendo, primordialmente, realidades nacionales y territoriales.
El eje de la conflictividad global es Oriente Medio, y dentro de ella, Irak. Hoy, Irak es uno de los 19 conflictos existentes en el mundo, todos de carácter intraestatal. No hay en ellos una guerra civil que enfrente dos bandos (Estado/insurgentes), sino un proceso de desintegración del Estado que provoca una honda crisis de seguridad.
Europa se ve también recorrida por una hilera de violencia: los atentados de Madrid (2004), Londres (2005) y la insurrección de la juventud islámica nacida en Francia, en los suburbios parisinos.
La comunidad islámica europea, que asciende a 16 millones de personas y se duplica en 20 años, tiende a transformarse en santuario de los grupos terroristas, o a desatar (Francia) movimientos insurreccionales. Es una colectividad mayoritaria entre los inmigrantes de Francia, Alemania, Bélgica y Holanda; y la primera minoría inmigratoria en Gran Bretaña. El conflicto asimétrico que recorre al mundo tiende a adquirir en Europa características larvadas de guerra civil.
El Senado norteamericano estima que hay un 70% de probabilidades de que el país sea objeto de un nuevo atentado catastrófico en los próximos 10 años, semejante o mayor que el 11/9; y que la factibilidad de que ello ocurra en los próximos 5 años es del 50%.
Corea del Norte detonó una bomba nuclear subterránea el 9 de octubre, de una potencia equivalente (15.000 kilotones) a la de Hiroshima. Lo hizo en desafío directo a la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos y China. Corea del Norte posee, además, un arsenal misilístico de alcance estratégico, capaz de alcanzar el territorio norteamericano.
El conflicto asimétrico de carácter global instalado a partir de 2001 es también una guerra de desgaste, de tipo político. En ella juega un tercer factor, decisivo, que es la opinión pública, en primer lugar la norteamericana. Aquí está el flanco débil de Estados Unidos, como se ha puesto de relieve en las elecciones de medio término (7 de noviembre), en las que el presidente George W. Bush fue derrotado ampliamente en el referéndum nacional sobre Irak.
Mientras tanto, América latina (México, Ecuador, Bolivia, entre otros) es recorrida por un hilo rojo de crisis de gobernabilidad, a pesar de que la región, sin ninguna excepción entre los 32 países que la integran, experimentó en 2006 la tasa más alta de crecimiento de los últimos 28 años.
El mundo parece atravesar una situación de crisis política generalizada, donde los conflictos se multiplican y agravan, al tiempo que la globalización se acelera y se amplía. Esto es un hecho objetivo de raíz tecnológica y un proceso civilizatorio de alcance planetario; es un esfuerzo gigantesco de homogeneización fundado en la lógica instrumental y cuantitativa propia del capitalismo. Es un poder que aplasta las particularidades y destruye las diferencias. Pero éstas se resisten. Y son también de la época; y saben usar la ciencia y la técnica, de una forma limitada pero efectiva. La aldea global se achica, fundada en el principio de instantaneidad; y las particularidades dejan de estar aisladas; se vinculan, se transforman en diferencias; y de allí, de su carácter irreductible, nace la hostilidad. El mundo experimenta un nivel cualitativamente superior de conflictividad; y la globalización se acelera.