Viernes, temprano, portero eléctrico: “La grúa te está llevando el auto”, avisa Alberto. Tiene un vivero. Se le nota el orgullo cuando mira la araucaria, ahora imponente, que plantó en la esquina donde expone durante el día las azaleas de azules, rojos y violetas intensos. “Qué pena, por medio metro que tocaba el cordón amarillo”, lamenta. Enfrente, en la fiambrería, granja y carnicería San Nicolás, hay que sacar número y esperar a pesar de que son siete los diligentes empleados que atienden. Miembros de una cooperativa, tal vez. Todos paraguayos. El secreto de su éxito: la cordialidad y la calidad de los productos. El posnet rechaza las tarjetas. “No importa, lleve, lleve nomás, y pase cuando pueda”.
Los tilos del boulevard se decoloran en ocres y se deshojan. El local es chico. Hay buena cerveza y algo para picar. “El que dice Patty no come”, se lee en uno de los grafitis de la pared. La cantidad de gente joven se extiende sobre la vereda y la calle. El mozo del restaurante vecino cuenta, con acento de Colombia, que hay algunas quejas por el murmullo incesante, las risas y las voces altas. A veces, ya de madrugada, cae desde arriba un baldazo de agua fría. Nada grave. Hace un mes, Gabriel, que ya se cansó un poco de recorrer el mundo, abrió Nápoles. Sólo quería montar un buen bar de tragos con algo para comer. No tenía idea del asombro que iba a provocar con semejante lugar. Ahora se siente “contento, pero un poco desbordado”.
Sábado. Un frondoso paraíso mece, suave, las sombras de la vereda. La nieta de Delia ríe y se agita en su cochecito. Su familia atiende la verdulería, abierta desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. Peruanos, llegados hace ya más de quince años. Atentos, amables, se instalaron en el corazón del barrio. El perfume de las especias que venden cuatro mujeres bolivianas a las puertas del Coto aroma el aire. A pasos de ellas, sobre un mostrador de plástico blanco, una señora ofrece productos de belleza marca Avon. La verdulería de Delia explota de verdes, amarillos y rojos.
Entra Lucho, colombiano, gran cocinero de burritos, tacos, arepas y unas sabrosas hamburguesas, y elige. Feliz, cuenta que desde que Don Esculapio apareció en Pedidos Ya, el delivery entre las siete de la tarde y la medianoche no para. Que lo que más sale son los burritos. Interviene una mujer, que hablaba inglés con una amiga. Pregunta: “¿Bourritos?, ¿tiene bourritos?”. Lucho le detalla todo el menú. Conversan. Delia mira y espera, paciente. Las mujeres llegaron el año pasado y decidieron quedarse, sin plazos. Lucho termina por recomendarles que no dejen de visitar Quilapán, la pulpería que montaron Gregoire y Tatiana, una pareja de arquitectos franceses “que se enamoraron de Buenos Aires y se van a casar acá”.
Domingo. Cinco hombres sentados en ronda beben y hablan, ¿en ruso?, frente a la catedral ortodoxa rusa. El parque es un alboroto de loros y un hervor de gente en los puestos. Hay un eco de ¿tambores?, ¿bombos?. Dos hombres y una mujer, vestidos con la camiseta de Boca, bajan rumbo al estadio. Uno de ellos se detiene a hacer una selfie, dice: “Ya verás cómo se pone Josema cuando la vea”. Al caer la tarde, en un par de hogueras, se calientan los parches. Se afinan. Se llaman. Seis filas de congas y tambores, integradas por una mayoría de residentes uruguayos, avanza lentamente. Ondean las banderas de la comunidad. Un grupo de mujeres marca los pasos y abre la marcha.
Hay candombe acá. Será que este barrio logra mantenerse ahí, parejo para todos, ni muy bajo ni muy alto, ni muy rico ni muy pobre. Que cambia y a la vez preserva. Que está acostumbrado a recibir, aceptar, reconocer, mezclar, intercambiar, disfrutar de lo que los otros traen, tienen, saben. Será. Vaya uno a saber. Pero lo cierto es que hay algo en el territorio íntimo, familiar, acogedor, contenedor, de éste y del barrio de cada uno. Algo que todavía protege y contiene. Somos esto, somos eso. Bien mirado, cuando el mundo y el país se reducen al barrio, uno entiende dónde vive y para qué. Una pena que cueste tanto hacer el recorrido de modo inverso.
Así que esto es todo por hoy. Tres días de un barrio, al sur de la ciudad. Tres, luminosos, días de otoño.
*Periodista.