En estos días fríos y no solamente fríos sino húmedos, grises, inhóspitos, en los que una sale a la calle y se acuerda con gratitud y nostalgia de aquellos días sofocantes dorados de sol, en estos días espantosos (disculpe, pero yo odio el invierno) no hay nada como entrar a un bar con una amiga y tomarse un buen café negro fuerte y amigable hasta que pase el escalofrío y pueda una meterse en la conversación. Bendito sea el café, sea de Brasil, de Colombia o de donde fuere. Y a propósito, ¿de dónde es el café? Usted me dirá: de Brasil, por supuesto. No, “por supuesto” no, estimado señor, claro que no. Lo que pasa es que usted asocia Brasil samba garota sol carnaval y a todo eso puede muy bien ir asociado el café, que como todo lo recién mencionado es estimulante y atrayente y tentador e incitante. ¿O no? Pero sí. Me parece por lo que vengo leyendo, a veces adrede a veces por casualidad, que nadie sabe de dónde viene el café. De Etiopía, según se desprende de algunos textos. Hasta hay una leyenda al respecto acerca de un pastor que se llamaba Kalia (parece nombre “moderno” de niña pero era el de un señor adusto, bronceado por soles inhóspitos y más bien fuerte, rudo y no muy bien educado) que fue el que inventó el café, ese que yo tomo con una amiga y usted con un compañero de trabajo, su sobrino, su yerno o su competidor o quien a usted se le ocurra. Acto seguido a mí se me ocurre que cómo fue que el tal Kalia inventó el café. Bueno, él no lo inventó: ya estaba en la planta y lo estaba de antiguo, tanto que probablemente el padre Adán le puso el nombre a requerimiento y orden del Padre Eterno. Me refiero a la pócima, al brebaje, a ese líquido negro, oloroso y reconfortante que nos tomamos en los días fríos y en los otros también. ¿Cómo fue? ¿Vio la planta, se acercó, la tocó, la olió y se dijo “Oooh, si muelo esto y le agrego agua a punto de hervir seguro que me sale un líquido riquísimo y que la posteridad me lo va a agradecer por los siglos de los siglos”? No, disculpe, pero no; no me lo creo. No sé cómo fue. Tal vez una casualidad. Si a Fleming le pasó no veo por qué no a Kalia. Ya sé, no me lo diga, a otros también les pasó, y eso es lo que me interesa aunque no se note: el salto que da el cerebro (?) desde el hecho concreto conocido hacia eso que aun no existe y que algún día será esto: “Hola, qué frío, che, qué suerte que te encuentro, entremos y nos tomamos un café”.