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Un canto por día

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Escribo en el tercer día de #Dante2018, la lectura colectiva de La Divina Comedia que Pablo Maurette propuso en Twitter y arrancó con un entusiasmo desbordante. No recuerdo una experiencia similar. Desde luego, no es la primera lectura colectiva de una obra (incluso las hay permanentes, como los círculos de la Cábala o la que muestra la película The Joycean Society), pero Twitter le confiere a esta un carácter abierto, horizontal, completamente libre y voluntario, en el que el grado de compromiso individual puede variar de la pereza a la obsesión. Quienes persistan pueden optar (o más bien oscilar) entre dos alternativas: aprovechar la oportunidad para leer el texto con un ritmo pautado o meterse en la red de traducciones, notas, recitados, comentarios eruditos y acceder a una pequeña parte de la parafernalia que rodea a la Comedia.

Pero al llegar al final (son cien días, un día por canto), a nadie le van a tomar examen del Dante, ni tampoco se repartirán premios a los mejores alumnos. Algunos habrán utilizado la convocatoria para enriquecerse, otros para ilustrar a los demás o hacerse los graciosos. A diferencia de otras propuestas culturales masivas y de enunciado simple (pienso, por ejemplo, en La Noche de los Museos), aquí el centro es claro, no hay una burocracia estatal detrás, ni publicidad, ni dinero en juego. Es una iniciativa totalmente privada y gratuita: solo hace falta una computadora de la que se puede descargar el libro, comentarlo y leer todo lo que a propósito se escribe. No deja de ser iluminador que sea Twitter el vehículo de esta extraña forma de comunión sin líderes ni consignas. Al final, resulta que la red sirve para algo más que para la información rápida, la chicana política y el chiste fácil. Incluso, el medio resulta tan potente que quienes entran en #Dante2018 para molestar o burlarse son completamente inocuos y hacen el ridículo. Quedan como esas almas de las que habla el Canto 3, que ni siquiera serán recibidas en el infierno porque han llevado una vida intrascendente.

Es misterioso e interesante que tanta gente se interese por leer a Dante Alighieri en compañía, por conformar una multitud virtual cuyo objetivo no es la victoria ni el aplauso, como para quienes van al fútbol o a los recitales. En uno de mis tuits ingenuos al respecto, dije que #Dante2018 era un happening, pensando en cierta felicidad ligada a lo inesperado e insólito, como el Partenón de Libros de Marta Minujín, una instalación que terminaba con la gente llevándose los ejemplares utilizados en la construcción. Pero los happenings no eran así. En Revolución en el arte, de Oscar Masotta, se describe un happening que el autor organizó en 1966 en el Instituto Di Tella, apenas comenzada la dictadura de Onganía. Consistía básicamente en un espectáculo teatral en el que se pagaba por ver a un conjunto de pobres en el escenario (en realidad eran actores, aunque Masotta pensó en reclutar mendigos de la calle) mientras sonaba una música a todo volumen. La idea, de inspiración neoyorquina, era hacer sentir mal a los espectadores y la discusión entre los entendidos era si la idea era lo suficientemente marxista-leninista. La comparación puede resultar forzada, pero muestra que en algo han cambiado nuestras costumbres culturales. Acaso para mejor.