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Un centenario

No es éste el espacio para entrar en detalles de mi vida cotidiana, mucho menos si tienen un aire algo patético.

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Anna Ajmatova. | cedoc

No es éste el espacio para entrar en detalles de mi vida cotidiana, mucho menos si tienen un aire algo patético. Diré sólo que, de vacaciones en la puerta de mi casa en una palangana que compré usada por Mercado Libre, el sol rabioso de la tarde hizo que el sueño se apoderara de mí, y al estar la manguera abierta, involuntariamente el agua desbordó hasta el cordón de la vereda, y también un poco más allá, hasta el medio de la calzada. Justo pasó un transeúnte, un honesto vecino, votante de Margarita Stolbizer, admirador de Carrió, profundamente preocupado por la invasión de inmigrantes extranjeros que vienen hasta la Argentina a drogar a nuestros hijos y a quitarnos el pan –situación que por suerte nuestro sabio gobierno se propuso revertir– y que, al verme arrojado a esa realidad de profundo sueño callejero, pensó que yo era uno de esos indeseables –me confundió con un inmigrante ruso– e inmediatamente llamó a la policía. Cuando desperté, estaba ya en un móvil que me trasladó hasta no sé qué comisaría, y le estaban sacando fotos a mi DNI para que la ministra de Seguridad pudiera publicarlo en su cuenta de Twitter. Finalmente todo se aclaró en pocas horas (les dije que escribía en el mismo diario que Nelson Castro, eso lo destrabó todo) y sano y salvo pude volver a disfrutar de mis merecidas vacaciones.

No obstante, me quedé pensando en el equívoco, en la URSS, y más aún en la propia Revolución Rusa. Recordé que un amigo, que en octubre pasado viajó a la Feria de Frankfurt, me contó que las principales editoriales europeas preparaban para 2017 frondosos libros sobre el tema con la excusa de los cien años de la Revolución Rusa. El mercado editorial y la industria cultural nunca descansan. Como botón de prueba, valen los artículos de tapa de Babelia del 28 de enero, en la que luego de una insulsa nota introductoria (insulsa, pero llena de resentimiento) se entrevista a un historiador, presentado como “una de las máximas autoridades sobre la URSS”, que en el reportaje declara haber trabajado para el gobierno de Reagan en un grupo de tareas de la CIA. No sé en qué momento haber trabajado en contrainteligencia en la CIA vuelve a uno “autoridad”, pero en cambio sí sé que el pensamiento progresista en clave socialdemócrata, como el de El País, no logra entender nada de lo que está pasando en el mundo (en especial no logra entender que su tibieza política, su humanismo de mercado, y su claudicación ética están íntimamente ligadas al auge de las derechas reaccionarias, de uno y otro lado del Atlántico).  

Por mi parte, no sobre la Revolución Rusa, pero sí sobre la vida cultural en la URSS, vuelvo siempre a “Reuniones con escritores rusos en 1945 y 1956”, extraordinario ensayo de Isaiah Berlin (incluido en Impresiones personales, FCE, México, 1984), escrito con la elegancia que sólo un liberal inglés erudito puede tener. El pasaje de su relación levemente sentimental con Anna Ajmatova es conmovedor: “Tenía una dignidad inmensa, gestos suaves, una noble cabeza, rasgos hermosos, un tanto severos, y una expresión de inmensa tristeza”. Luego Ajmatova  leyó en voz alta un par de poemas, pero “estalló en llanto y no pudo proseguir”. Ya recuperada, leyó fragmentos de Réquiem. Pocas literaturas mejores que las que se escribieron en esos años terribles, cargados de esperanza, muerte y dolor.

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