COLUMNISTAS
PROPUESTAS

Un debate educativo

Lámpara 20230819
Ideas | Unsplash | Johannes Plenio

“Y al fin andar sin pensamiento”: ese verso consabido de Virgilio Expósito en “Naranjo en flor” (en posible sintonía con “Ah, basta de pensar” de Luis Alberto Spinetta) no deja de alcanzar cierto espesor filosófico, tanto como para haber despertado el interés nada menos que de Emil Cioran. Pero en ese “al fin” (no menos que en el “basta”), lo que se expone es la idea de dejar de pensar después de haber pensado, y hasta después de haber pensado por así decir en demasía; el “sin pensamiento” no es sin pensamiento, sino como derivación de un proceso de pensamiento (y es por ende un componente de ese mismo pensamiento y no alguna clase de llamado a la planicie o a la taradez). El sin pensamiento podría en este sentido considerarse como la disposición a alcanzar un estado de sosiego que moviliza, no que paraliza, porque de hecho dice “andar sin pensamiento” y no “quedarse sin pensamiento”. Y hasta podría abrirse, por qué no, a la cuestión medular de la relación entre pensamiento y acción, ya se trate de los pensamientos que tienen el poder de movilizar acciones, o ya se trate de ese punto preciso en el que se pasa del pensamiento a la acción sin por eso dejar de pensar (como por ejemplo, esa instancia fabulosa que queda registrada en Cartas desde lejos de Lenin, cuando, producida la revolución de febrero en Rusia, él suspende la escritura del texto porque se dispone a pasar a la acción).

El doble eventual

Aflora en ocasiones un curioso desprestigio del simple ejercicio del pensamiento, sentido e impugnado como un gesto de “superioridad moral” o “intelectual” (la presunción de tal superioridad corre por cuenta de quienes la denuncian, y habrá razones para que se sientan así). Buena parte de los políticos parecen entenderlo de ese modo (o así se lo hicieron entender sus respectivos asesores), y por algo deciden mostrarse tan a menudo como meros lanzadores de eslóganes o de agravios, es decir, mostrarse sin pensamiento. Todo un sector de los discursos mediáticos se acompasa y hace lo mismo, no sin cierta aceptación del público por cierto. ¿Qué piensan de lo que dicen? Cabe suponerse que nada. Los eslóganes se repiten y los agravios excitan violencias, ya que para eso están, y eso es todo. El “sin pensamiento” no se alcanza entonces “al fin”, está en verdad desde el principio: es el punto de partida (vuelto punto de llegada, en un círculo vicioso).

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Sin ese estado general de cosas, no se entendería la propuesta explícita que de un tiempo a esta parte brega por una educación “sin ideología”, es decir, sin pensamiento. Porque no hay nada más ideológico que percibir como ideología las ideas que piensan los otros, tomando mientras tanto las propias como evidencia o como simple sentido común (es muy distinta, aunque también discutible, la distinción entre ciencia e ideología establecida en su momento por Louis Althusser). Por supuesto que sería reprochable una enseñanza consistente en la imposición autoritaria de ideas, pero lo reprochable en un caso así sería la imposición autoritaria, y el abuso de poder que eso implica, y no la formulación de ideas de por sí. Para que un dispositivo de esa índole funcione, por otra parte, en eso que una y otra vez se denuncia como “adoctrinamiento”, los estudiantes en los cursos deberían ser meros receptores pasivos (es decir, sin pensamiento), y lo cierto es que en general no lo son en absoluto.

A mí me gusta acá

Como concepción educativa, me resulta más bien deprimente: suponiendo, con inusitado desprecio, que los estudiantes son incapaces de pensar, y que por ende las ideas pronunciadas en clase penetrarán en ellos así sin más, se reclama una enseñanza sin ideas, docentes sin pensamiento, educación sin ideología. Se equiparan de esa forma planteamiento e imposición. Pero desdibujar la ideología propia, naturalizarla en vez de asumirla como tal, termina estando más cerca de la manipulación que cualquier presunto “adoctrinamiento”. Esta propuesta educativa puede llegar a resultar alarmante, pero no por eso incongruente con las características del discurso que la enuncia, ni tampoco con el proyecto político que la contiene.

Previendo atinadamente que los docentes seguirán luchando por la educación argentina, se proponen despojarlos de sus derechos y libertades democráticas y devolverlos en sus condiciones de trabajo a la época de la esclavitud.