Esta locura sólo reclama una respuesta. Contra el pánico, dignidad. Contra los asesinos seriales, firmeza. Contra el desconcierto, lucidez”. Esta afirmación editorial de Le Monde, el día mismo de los atentados en París, la firmaría cualquiera, menos un fundamentalista, de la religión que fuese. El fundamentalista republicano Donald Trump reaccionó así: “Se rieron de mí cuando les dije de bombardear los campos petroleros controlados por Estado Islámico. Ahora los enemigos se están riendo por no hacer lo que dije”. Entre las primeras adhesiones llegadas a Francia figuró la del fundamentalista primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu: “Israel está junto al presidente y el pueblo francés en la guerra común contra el terrorismo”.
Para el caso, todo el mundo es sincero. Tanto Le Monde como Trump o Netanyahu expresan ideas y proposiciones, corrientes de opinión distintas, desde países democráticos. Ante la locura asesina del fundamentalismo islámico, cada uno es sincero en sus propuestas y en lo que dice defender. Pero lo que interpela a las corrientes que expresan Trump y Netanyahu, hoy en auge en la mayoría de los países occidentales, es la última afirmación de Le Monde: “Frente al desconcierto, lucidez”. Ya que en la situación actual ¿qué es lo que Occidente entiende por “lucidez”? Si por “Occidente” entendemos no sólo a sus fundamentalismos políticos y religiosos sino a las mayorías democráticas y a las corrientes políticas que las representan, no es precisamente la lucidez lo que se destaca. No al menos en las acciones de cada gobierno y del conjunto de los gobiernos, ya que numerosos intelectuales y la opinión pública occidental se muestran cada día más proclives a una actitud autocrítica, a considerar lo que realmente está en juego: un avance o un retroceso de la civilización.
Porque el problema se presenta cada vez más como militar, bélico, pero aun en el extremo de esa lógica –una conflagración mundial– la razón indica que habrá que tener razón; es decir, haber hecho lo necesario para no llegar a ese extremo; haberse “cargado de razón” histórica, civilizatoria, al momento de apretar el botón. Ya que a eso parece que vamos, lenta pero firmemente. Los atentados de París dan la pauta de lo que vendrá, pero se trata una vez más de un déjà-vu prospectivo, de algo que cada vez se había advertido que volvería a ocurrir, agravado, y en efecto, cada vez volvió a ocurrir, agravado y en el corazón del sistema. La respuesta fue siempre militar –Israel en Gaza, Francia/Estado Islámico, Estados Unidos/Siria, etc.–, y aun así, dispersa, desordenada, incoherente. O puramente preventiva, al interior de cada país. Pero la lucidez que reclama Le Monde rara vez se manifestó en asumir y resolver las causas históricas, políticas, dando razón a la civilización occidental, aun en una situación militar límite.
LA MECHA. Todo lo que ocurre viene de muy atrás. Las responsabilidades históricas del capitalismo desarrollado en la situación actual del mundo árabe-persa no pueden dejarse de lado. Mucho menos las causas estructurales y los efectos de la crisis mundial del capitalismo en nuestros días. ¿Acaso el problema de los centenares de miles de refugiados que afluyen a Europa puede disociarse de esos antecedentes; de la crisis económica y financiera mundial; del terrorismo y las guerras que asuelan al mundo árabe-persa? (ver recuadro “Notas…”).
Pero hablando de lucidez, el ejemplo negativo es la estrategia del Estado de Israel. Su política en la región no es la única causa que “carga de razón” al mundo árabe-persa y a sus fundamentalistas, pero sí la mecha que enciende todo lo que ocurre, lo primero que hay que apagar. Hoy fueron los atentados en París. Desde hace semanas asistimos al progresivo aumento de la violencia entre israelíes y palestinos, a los mutuos ataques y represalias, a los mutuos asesinatos: un déjà-vu regional que en París se expresó mundial. Ya ocurrió en Estados Unidos y en otros países. En la medida en que las causas del problema no se abordan, esos sucesos volverán a repetirse hasta que el agravamiento de la violencia resulte definitivo, entren en liza otros Estados árabes, hagan lo mismo las grandes potencias según sus intereses y el desmadre militar y terrorista acabe con todo, o casi. Hoy resulta imposible imaginar a un vencedor al cabo de una guerra en Medio Oriente, o mundial. En cualquier escenario de alianzas, todas las partes dispondrían de armamento atómico, bacteriológico, químico. Los recursos a mano del terrorismo son infinitos y el terrorismo torna a ser una excusa militar, como prueban los asesinatos con drones, entre otros. Una guerra abierta, regional o mundial, es hoy por hoy una sinrazón absoluta.
Allí reside el peligro estratégico para el Estado de Israel, demasiado confiado en su supremacía táctica. El mundo está en crisis, y ante la eventualidad de tomar parte en una guerra entre árabes e israelíes, abriendo grandes las puertas a una guerra mundial, las principales potencias podrían reacomodarse y el Estado de Israel resultar aislado, o muy debilitado. Tiene todas las fichas para perder aliados en una situación límite, que pusiese en peligro la paz y los intereses mundiales. La población árabe-persa es mucho más numerosa y, después de todo, la mayor parte de los judíos no vive en Israel. Los territorios árabe-persas son infinitamente más vastos y ricos que el minúsculo Israel.
Muy distinta sería la situación si Israel cumpliese con las resoluciones de Naciones Unidas, devolviendo los territorios ocupados, reconociendo al Estado Palestino y aceptando una Jerusalén compartida por las tres religiones monoteístas. A las potencias occidentales les resultaría imposible abandonarlo; a Rusia, China, India y Pakistán nada les iría en el asunto, ya que casi todo el mundo árabe-persa se apaciguaría respecto de Israel. Fuese cual fuese el tablero, los únicos que quedarían realmente aislados serían los fundamentalistas musulmanes. En cuanto a los fundamentalistas judíos, seguirían bregando, como cualquier partido de extrema derecha del mundo.
“El corazón tiene razones que la razón no conoce”, según Pascal, matemático y religioso. Los fundamentalistas políticos y religiosos vienen apelando a razones del corazón desde hace siglos.
Pero estamos en la era atómica…
*Periodista y escritor.