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el economista de la semana

Un dólar tranquilo en 2011 pero tensionado en el futuro

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En el ranking de impopularidad de ex ministros de economía, donde es muy difícil destacarse, pocos pueden disputarle el podio a quien dijo “… el que apuesta al dólar, pierde…”. Desde entonces –principios de los 80–, el dólar ocupa un lugar estelar en las decisiones económicas cotidianas del argentino medio: a la hora de comprar una casa, elegir destino de vacaciones, tomar un crédito o invertir un ahorro, “piensa en dólares”. Este comportamiento distintivo, ausente en muchas economías en desarrollo, no obedece a raíces genéticas, sino al natural instinto de supervivencia de cualquier ser vivo.
No es una característica inocua. Provoca daños concretos: ausencia de crédito para la inversión o la imposibilidad de aportar soluciones financieras al déficit habitacional que afecta a tres millones de familias, entre otros ejemplos.
El régimen cambiario de “flotación administrada” vigente desde 2003 aportó previsibilidad a partir de dos principios básicos: no apartarse mucho de la hoja de ruta (o sendero de equilibrio del tipo de cambio) y, en caso de un imprevisto, no reaccionar “a los volantazos” (los pasajeros prefieren los giros parsimoniosos).
El argentino medio, muy sofisticado en experiencias cambiarias, habrá incorporado como un activo la “estabilidad sin fijación” de los ocho años, inclusive superando una crisis internacional de magnitud; pero no olvidará fácilmente los riesgos de esquemas de “estabilidad aparente con paridades ficticias” tras diez años de anclaje cambiario y final traumático de la convertibilidad.
Afortunadamente, las diferencias son muy significativas, aunque cada vez menos. El desafío es interrumpir esa tendencia, porque sabemos que las crisis se incuban durante los períodos de abundancia.

Estrés en 2011. En el balance cambiario 2011, los “sojadólares” aportan tranquilidad, pero los períodos electorales son fértiles para “fugar capitales”:
— El superávit comercial aportaría un excedente de US$ 9 mil millones.
— La dolarización de portafolios podría superar los US$ 14.500 millones.
— Los pagos de deuda pública externa con reservas sumarán otros US$ 9.600 millones.
— El financiamiento externo (de importaciones, de organismos, deuda de empresas y de provincias) atraería no menos de US$ 11 mil millones.
Se consolidan entonces dos nuevas tendencias respecto al período 2004-2009:
— En términos cualitativos, un régimen cada vez más parecido a los 90 (dependencia de capitales externos) y más alejado del “círculo virtuoso” 2003-2009 (reservas como contrapartida del superávit comercial).
— En términos cuantitativos, el 2011 podría arrojar un saldo cambiario deficitario cercano a los US$ 4 mil millones. En otras palabras, el desafío cambia de signo: en lugar de “administrar abundancia”, habrá que lidiar con cierta escasez. No representa una cifra preocupante, siempre y cuando la autoridad monetaria no pretenda lograr sus múltiples objetivos (mantener el tipo de cambio nominal y el nivel de reservas) “a cualquier precio normativo”. El Gobierno tendrá tres opciones:
a) “Controles” sobre los mercados de divisas y de bienes.
b) Ceder reservas.
c) Dejar deslizar el tipo de cambio.
Vistas las medidas recientes (mayores controles al mercado de cambios, restricciones a las importaciones), la solución oficial “ideal” será agotar la instancia de intervención y control, antes de pasar al plan “b”. Paradójicamente, medidas de control “muy agresivas” podrían estrangular la confianza de ahorristas e inversores y aumentar la magnitud del problema (que de todas maneras se presentaría recién a partir del tercer trimestre).

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Para 2012. La tendencia de las fuentes de oferta y demanda de divisas no es dramática, pero tampoco permite relajarse. Hace tiempo que las importaciones “suben por el ascensor” (48% de aumento) y las exportaciones “por la escalera” (25%), incluso con la “ayuda” externa de los precios agrícolas: a los valores de 2010, el balance comercial sería neutro en 2011 y deficitario en US$ 10 mil millones a los precios promedio de 2003-2009. Mientras tanto, el desbalance industrial ya orilla los US$ 25 mil millones anuales.
La “alquimia” de pagar deuda con reservas no podrá prolongarse en el tiempo. Además de sus efectos inflacionarios, el deterioro patrimonial del Banco Central no tardará en poner límites: la paridad técnica –activos líquidos vs. pasivos monetarios– orilla los $ 7 por dólar.
Los flujos financieros, tanto de entrada como salida, tienen carácter inestable (más bien, “bipolar”) y sensible a las expectativas: ingresan masivamente si esperan una apreciación, “fugan” ante el menor síntoma de devaluación.
Por lo pronto, en 2011 acumulamos el cuarto año consecutivo de “fuga” superior a los US$ 10 mil millones (aumentó el 75% en primer trimestre respecto al último cuarto de 2010).
La estrategia de “sostener el tipo de cambio” no está dando resultado. El tipo de cambio real multilateral cae el 14% desde fines de 2009. A fin de año, la paridad real con el dólar será equivalente a la de 2001. Lo compensa la inestimable ayuda de la apreciación del real brasileño. El próximo verano algunas familias volverán al dilema Miami vs. Pinamar, aunque descarten Florianópolis.

Dado que existe un único tipo de cambio para toda la economía, la paridad competitiva para la soja (aún luego de retenciones) puede no serlo para el calzado o los textiles. El problema no sería grave si todos los sectores tuvieran la misma capacidad de generar empleo, pero no es el caso: mientras entre 2003 y 2006 el empleo aumentaba a un ritmo del 5% anual, en 2010 creció el 1,5% (con similar crecimiento económico).
En definitiva, la construcción de previsibilidad del régimen actual habrá sido inútil si no puede sostenerse en el tiempo. A tal efecto, no parece sensato desoír las señales de inconsistencias sistémicas (inflación) o sumar distorsiones para compensar sus efectos (restricción a importaciones, subsidios a tarifas).
El riesgo anecdótico es que surjan nuevos candidatos para disputar “el podio”. El costo verdadero sería que en un par de años tengamos que empezar de nuevo, con una nueva generación de pobres y la frustración de una nueva oportunidad perdida.