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hourcade cree con firmeza en cada paso que da

Un DT de decisiones fuertes

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Un Mundial de rugby en Inglaterra no se parece a ninguna otra cosa. Ya conversamos el asunto hace una semana. Ahora bien. ¿Cómo sigue ese Mundial sin los ingleses en carrera? ¿Cómo se digiere aquí que sea justo ésta la primera vez que un país organizador no supera la primera rueda? Por cierto, ciudades como Londres o países como Inglaterra no cambian radicalmente su fisonomía ni por este torneo, ni por un Juego Olímpico, ni por otra Revolución Industrial. Aquella, la de que el mundo se detiene por algo en especial, es una fantasía de nosotros, los periodistas. Por suerte, las cosas tienen su dinámica y hay gente para todo. De otro modo, la vida sería más tediosa que nuestro proceso preelectoral.

De todos modos, el torneo en sí deberá sentir el cimbronazo que provocó una derrota demasiado amplia –injusta– del equipo de la Rosa. La victoria australiana en sí y, sobre todo, la diferencia final de veinte puntos, fue una muestra más de cómo juegan las urgencias en el deporte. Y en la vida. No es que los Wallabies hayan jugado como si perder no les importase. Por cierto, aun con una derrota abultada, los australianos habrían mantenido las chances de clasificarse. Para Inglaterra, hasta un empate –resultado tan infrecuente en este deporte que aún no se produjo ninguno en el torneo– los dejaba fuera. Y jugaron con esa desesperación. Atacaron mucho más que el rival, quebraron la línea de la ventaja casi el doble de las veces que los de enfrente pero se quedaron con las manos vacías... y con el impensado castigo de enfrentar a Uruguay ya sin posibilidades. Hubo tres factores de gran influencia para el 33-13 final. El oportunismo australiano, que apoyó tres tries atacando poco y sumó 28 puntos a través del apertura Foley, que vivió su noche soñada, dos tries incluidos. La gran defensa que jamás falló dentro de sus veintidós metros. Inglaterra rompió el cerco rival con sus tres cuartos varias veces. Nunca dentro de esos veinte metros decisivos. El formidable trabajo de su scrum, que superó siempre al inglés pero que, en los últimos diez minutos, generó las faltas y el descontrol decisivo para la diferencia final. Homenaje a un argentino: el enorme Mario Ledesma, histórico hooker puma, trabaja en el cuerpo técnico australiano, precisamente en ese rubro.

El Súper Sábado terminó en Twickenham pero tuvo otros dos capítulos fundamentales. Temprano, Japón volvió a demostrar que su triunfo ante Sudáfrica estuvo mucho más cerca de ser una consecuencia que una casualidad. Como durante el primer tiempo del partido que perdió con Escocia, pero con la continuidad suficiente como para derrotar demasiado claramente a Samoa, histórico cuartofinalista mundial, viejo abastecedor de cracks a los All Blacks y, en los papeles, el real favorito para terciar con sudafricanos y escoceses. Japón tiene como competencia regular más exigente el Nations Cup Pan Pacific, torneo que disputan los dos adversarios de ayer, Fiji, último ganador, Tonga, Estados Unidos y Canadá. La última edición se jugó hace tres meses y los japoneses sólo ganaron uno de los cuatro partidos que disputaron, ante los canadienses. Es enorme la distancia que el equipo del australiano Eddie Jones estableció respecto de su etapa de preparación. Desde el muy relativo preconcepto que remite a la capacidad japonesa para disciplinarse, es fácil imaginar como una de sus virtudes la dedicación que le ponen para cumplir con un plan de juego bien definido: atacar desde todos lados, casi sin utilizar el pie. Tal vez en cierta falta de versatilidad o capacidad de análisis esté su gran pecado. Lógico para un equipo en formación que, como desde hace años, utiliza varios rugbiers nacidos fuera del país, incluido su capitán, el neozelandés Leitch, y que está en nítida etapa de formación. Probablemente, cuando Bilardo habló del fútbol japonés que venía marchando para comerse el mundo –asuntos comerciales del ícono pincharrata–, tal vez haya querido referirse al seleccionado de rugby. Que muy probablemente no supere esta fase de grupos, pero que dejó una huella indeleble, se adueñó de la gran sorpresa de todos los tiempos y logra aplausos y admiración más por los modos que por los resultados.

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Que Japón vaya, injusta e ingratamente, a quedarse fuera de los cuartos de final mucho tendrá que ver con el segundo partido de ayer. Una victoria escocesa habría dejado a Japón en la situación ideal de depender de un triunfo ante los Estados Unidos para hacer historia, además, en el cuadro final del torneo. Muy lejos estuvo Escocia de lograrlo. Por el contrario, aun dentro de un partido plagado de errores, con demasiados jugadores desbordados tanto más por la circunstancia que por el partido en sí, Sudáfrica se afianzó como candidato a ganar el grupo, que arrancó prometiendo ser su pesadilla: promediando la semana próxima, ante Estados Unidos en el Estadio Olímpico, seguramente se convertirá en el líder final de su zona. Y en un candidato a jugar la final.

Aun habiendo perdido ante Japón, ya sin su capitán –De Villiers, uno de los doce jugadores que ya quedaron fuera del torneo por lesión–, y pese a que, a veces, el portento físico de algunos de sus jugadores sugiere una rusticidad indigna de su estirpe, los Springboks fueron mucho más que los británicos. Y cuentan con una tercera línea formidable, un pateador joven pero de alto nivel de eficacia –Pollard acertó hasta aquí 13 de 16 intentos– y dos definidores temibles como Pietersen y Habana, que ayer apoyó su try internacional número 61.

De alguna manera, una parte del rugby empezó a normalizar su universo. Quizá, los cuartos de final terminen teniendo un diseño casi de manual; previsible pese a la catástrofe inglesa. Al fin y al cabo, que su lugar lo ocupe Gales no ofende en absoluto la memoria de William Webb Ellis. Para que eso suceda, es fundamental que la Argentina resuelva el problema Tonga tal como lo marcan la historia y el potencial actual de su plantel. Será en Leicester, en el estadio del equipo de fútbol en el que juega Leonardo Ulloa y donde estuvo hasta el año último Esteban Cambiasso. Para el desafío, Daniel Hourcade decidió usar varios jugadores de 22 años o menos. Y la mayoría de los titulares han sido miembros de los equipos nacionales en desarrollo que el tucumano viene dirigiendo desde hace rato. No es extraño, entonces, que la pareja de segunda línea –Petti y Lavanini– promedie 21 años. O que, con Hernández lesionado, también le dé descanso a Bosch y apueste por Moroni y De la Fuente, dos proyectos de crack a los que experiencias como la de hoy les terminará de dar forma.

Así piensa Hourcade. Cree con firmeza en las decisiones fuertes. Y en que si un jugador está en un plantel mundialista es porque está en condiciones de jugar el partido que haga falta. Tenga cien test matches en la espalda o sea un cuasi debutante. En un Mundial en el que la principal diferencia entre los mejores y el resto se dio cuando empezaron a realizarse los cambios –por lo general, entre los quince y los veinte minutos del segundo tiempo–, apostar a que el plantel sea lo más homogéneo posible suena, por lo menos, interesante.

Como tantas veces, el análisis quedará rehén del resultado. Una victoria dejará a Los Pumas en la puerta de los cuartos de final; ése es el piso al que se aspira aquí. Una derrota por más de siete puntos nos mandaría de regreso a casa. Si bien todos los partidos de un Mundial tienen su riesgo y su complejidad –advirtió Irán en Brasil y nos bancó el cero hasta el último minuto–, la buena noticia es que este equipo argentino está claramente por encima de Tonga. Y sólo podría perder jugando francamente mal.