La realidad (palabra que según Nabokov debe escribirse siempre entre comillas) encuentra sus propios símbolos en los cuales se sintetiza, se abrevia y se manifiesta. El muro de Posse, que pretendía dividir los barrios pobres de los barrios ricos de la zona norte de Buenos Aires, es un claro ejemplo de cómo una situación compleja, de desigualdad, de miedo y de exclusión, se cristaliza en un objeto que la representa y la resume. Por supuesto que hace falta un empujoncito de algún seudovisionario que fragüe el símbolo o, en este caso, el cemento. Es como en esas reuniones tensas donde alguien dice esa bestialidad que estaba flotando en el aire y todos se espantan. Posse hizo algo burdo, torpe, insensible, que estaba flotando en el aire. La pared ya estaba ahí, aunque no fuera tan visible, y él la materializó. Es notorio cómo los periodistas se esforzaron en vano por conseguir la opinión de los vecinos que reclamaron y apoyaron la medida. No van a dar la cara porque seguramente los avergüenza confesar esa decisión. Apenas se vieron unas señoras que se escabullían detrás de sus rejas diciendo: “Están robando mucho”. Es verdad, están robando mucho y cada vez con más violencia, como si los delincuentes se estuvieran contagiando el gatillo fácil policial. Pero también es cierto que no hay nada más peligroso que un burgués asustado, como decía Brecht. Porque, cuando se den cuenta de que la reja no detiene el crimen, la van a querer electrificar y la apuesta va a seguir subiendo. Se suele decir que el futuro es primitivo y, teniendo en cuenta esta especie de muro medieval, parece ser cierto. El pasado vuelve de a poco, ya hace unos quince años viene cambiando la fisonomía de Buenos Aires con la multiplicación de rejas y los cercos perimetrales. Probablemente estemos entrando en un medioevo de ciencia ficción con fronteras menos visibles y burdas que la de Posse, y cámaras de seguridad como las que se están por instalar en las avenidas de Recoleta. Si creamos una seguridad reglamentada por el miedo, nos vamos a ir entregando y acostumbrando a las aduanas urbanas y al ojo controlador de un Gran Hermano total.