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Un hombre entre dos tiempos

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Mijail Serguievich Gorbachov. | pablo temes

Mijail Serguievich Gorbachov fue una figura decisiva en la disolución de la URSS y en la reconfiguración del mapa político del mundo a finales del siglo XX. En el desarrollo de estos procesos mostró una personalidad compleja y por momentos ambivalente que ha dado lugar a miradas e interpretaciones contrastantes. Como señala William Taubman – autor de una de sus más relevantes biografías– “es difícil entender a Gorbachov”. 

Sin embargo, algunas claves para su comprensión se encuentran en sus orígenes y antecedentes familiares. Nacido en una familia campesina en 1931 en Stavropol en medio de las hambrunas provocadas por Stalin, estuvo marcado por contradicciones desde su infancia: sus dos abuelos –dedicados comunistas– fueron perseguidos tanto por el zarismo como durante la dictadura de Stalin, mientras que su madre y su abuela –pese a la radical campaña de represión de la Iglesia Ortodoxa– lo bautizaron en secreto. Nada de esto fue óbice para que Gorbachov estudiara derecho y ascendiera posteriormente de una manera vertiginosa en las filas del Partido Comunista de la Unión Soviética hasta alcanzar su designación como secretario general, por unanimidad, en marzo en 1985. La designación se produjo en una coyuntura en donde se combinaba la creciente endeblez de la economía de una potencia nuclear bajo el liderazgo de una gerontocracia partidista con el auge de la confrontación con Occidente en el marco de la Guerra Fría. Llegó a esta posición con un bagaje importante: tanto como un “apparatchik” que hizo carrera en las filas comunistas y que visitó seis veces Occidente, como por ser un cuadro –comparativamente joven– dispuesto a impulsar una reforma del sistema soviético. Primero con la “perestroika” orientada a la reestructuración y modernización de la economía soviética, que dio un giro decisivo hacia una economía de mercado y acto seguido, en 1986, por la “glasnost” o transparencia para democratizar la sociedad e introducir una serie de libertades que incluyeron el fin de la censura y la liberación de disidentes políticos como Sakharov, para desembocar en 1991 en su elección como presidente de la URSS y la desmembración de la misma– calificada por el presidente Putin años después como la “mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Las penurias de la sociedad soviética durante este proceso dieron lugar a una percepción negativa de sus reformas y de su rol, pese a que puso fin a la Guerra Fría, impulsó una serie de acuerdos con los Estados Unidos que redujeron sus respectivos arsenales nucleares a la mitad y posibilitó la independencia de los países de la antigua órbita soviética. La retirada de las tropas de Afganistán señaló el fin de la ocupación soviética iniciada en 1979. El Muro de Berlín que separaba a las dos Alemanias cayó a fines de 1989 marcando un hito histórico. Pero quizás uno de sus mayores esfuerzos estuvo dirigido a combatir una corrupción que se había vuelto endémica en la Unión Soviética y que resucitó con vigor luego de su salida de la presidencia.

Durante su paso por el poder, los acontecimientos se aceleraron tanto en términos de los cambios internos en la URSS y su periferia como en su política exterior. Pero después del intento de golpe en 1991, Gorbachov fue desplazado por Yeltsin que inauguró una etapa plagada de turbulencias. En las elecciones de 1996 Gorbachov apenas alcanzó un magro porcentaje de apoyo, evidenciando su creciente desprestigio entre la población. 

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Un predecesor –y mentor– de Gorbachov que ocupó la conducción de la URSS en años anteriores –Andropov, destacó en su momento su potencial y sus capacidades políticas, pero señaló un defecto que quizás marcó su legado– avanzar con una prisa excesiva.

Sin embargo, no hay duda de que en este proceso –sucintamente resumido– Gorbachov dejó un impacto decisivo para la historia de su país y para la configuración del mundo actual. No obstante, también dio lugar a miradas e interpretaciones contrapuestas. Mientras que Occidente celebraba sus logros y reconocía su papel reformador, en su propio país era duramente criticado, al punto de que a su muerte se le hayan negado los funerales de Estado que le correspondían. 

Tal vez en tiempos futuros se muestre que los cataclismos que –con sus ambigüedades y contradicciones– un hombre decente puede provocar bajo circunstancias adversas, no lo despojan de su legado ni de su relevancia histórica.

 

*Presidente de Cries y autor de “Guerra y transición global”.