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mala memoria popular

Un ídolo que refuerza nuestra identidad

Lo conocí en la Botica del Angel. ¿Alguien la recuerda? ¿Algún joven sabe qué significó la Botica del Angel? ¿Bergara Leumann? No lo sé. Pero allí nos encontramos la primera vez.

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Lo conocí en la Botica del Angel. ¿Alguien la recuerda? ¿Algún joven sabe qué significó la Botica del Angel? ¿Bergara Leumann? No lo sé. Pero allí nos encontramos la primera vez. Yo tenía 18 años años, él unos pocos más. Yo comenzaba, él ya era un ídolo. Entró Sandro y nos presentamos y fue encantador. Venía acompañado por una bellísima mujer. Los dos solos. Y vieron el espectáculo y luego fuimos a comer a Edelweiss y hablamos de la vida. No nos encontramos nunca más. ¿Importa? No. Porque algo sucedió para que ese recuerdo siguiera vigente.

¿Seguirá en éste, nuestro país tan surrealísticamente duro y generoso? Sólo me pregunto cuánto tiempo lo guardaremos en una memoria popular, no personal. ¿Cuánto durará la “nota” que llenó portadas y que llenaron antes otros ídolos por haberse ido? Esto es lógico que suceda. ¿Cómo no habría de serlo? ¡Se fue Sandro! El que llenó millones de cabezas de eso: recuerdos. Recuerdos de cuando ellos y ellas también eran tan jóvenes como yo y él aquella noche en la Botica.

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Esto sucederá en la memoria de ellos y yo. Pero cuando todos nos vayamos, y aún antes, quisiera saber, ¿se le harán homenajes año tras año como le corresponde? Como les corresponde a todos aquellos que han marcado con dignidad y ética una impronta en la vida cultural y artística de nuestro país.

Dice mi amigo Pinti que “quedan los artistas”. Pero siento que quedan los que están y los otros le quedan a alguien tan respetuoso, conocedor, mágico como Enrique Pinti y a algunos otros nostálgicos como yo y, seguro, como vos.

¿Pero Sandro? ¿Se pasará su música por nuestras radios reviviendo esas canciones que cantaron miles y millones en tantas partes del mundo? ¿Se pasaron acá, en nuestro país, acaso antes de su lamentable e inolvidable ida? ¿O sólo fue ésta una gran noticia por su denodada y apasionada, como él, lucha por vencerle a la muerte? ¿Sucederá esto o quedará en un pasado que sólo aquellos, público majestuoso, recordarán permanentemente? ¿Es así cómo es estar vivo? ¿Sólo en la memoria de los que estamos, o será que lo es mientras se transmita la leyenda para todos aquellos que estarán cuando nosotros no estemos?

Creo que sí. Pero no basta. Sería maravilloso que año tras años se hicieran ciclos en cine y televisión de Nini Marshall, Luis Sandrini, Lolita Torres. Que los jóvenes que pretenden ser actores fuesen educados de manera tal que supieran quienes fueron los Podestá. Quién Parravicini, Olinda Bozán, Nélida Lobato, Tito Lectoure, Carlos A. Petit, “el zar de la calle Corrientes”, y tantos otros que fueron los responsables, luchadores titánicos y que profesaban su vocación con amor, de abrir los surcos para que estas generaciones y las venideras de supuestos actores conocieran sus raíces, sus esencias. Sus matrices.

Pero no sucede. No pasa. Mis jóvenes y amados actores, discípulos queridos, los desconocen. Y me cuesta tanto creerlo. ¿Por qué no se les ha inculcado su tradición? ¿No sabe un estudiante de medicina quién fue Pasteur? ¿O uno de música, Mozart? Pues ellos, y no por su culpa, no saben quién fue Muiño. Y no saben de algunos que se han ido hace tan poco. En lo más personal, ¿recordarán en dos años quién fue mi madre?

No lo creo. Soy escéptico. Somos un pueblo con mala memoria. Nos educan sin memoria para nuestros artistas de todas las disciplinas. Pintores, músicos, actores, autores, directores y podría seguir muchísimo más. No nos hacen amar nuestras tradiciones.

Entonces, ¿será recordado y honrado en el futuro nuestro querido Sandro? ¿Fue el acto del Congreso sólo un momento apoteótico que también quedará en una fotos y en el amor de quienes asistieron? No lo sé. Sé que conocemos a Gardel. A Gardel. A Gardel. ¿Conocemos a Gardel o sólo es porque tanto escuchamos hablar de él? ¿Lo ha escuchado algún joven cantando El día que me quieras? ¿Se lo han enseñado los gobiernos y los miles de supuestos secretarios de Cultura que han ocupado ese cargo? No de ahora, de siempre. No lo han hecho y es su obligación hacerlo. Haberlo hecho.

Si es cierto que Sandro fue un equivalente, como dicen, a Elvis Presley, ¿será sólo por sus mágicos movimientos y ángel y carisma que no se aprenden ni dirigen? No. No fue el equivalente de nada. Siempre tenemos que buscar “equivalentes” porque no nos sentimos seguros para buscarlos en nosotros mismos.

Sandro fue Sandro. No imitó a nadie ni nadie imitó a Sandro. No es más por parecerse uno a alguien ni yo por ser el Webber argentino, porque en Estados Unidos a nadie le importa que Webber sea el Cibrián norteamericano.

Identidad, memoria. Respeto para nuestros amados ídolos. Conciencia de saber de dónde venimos.

Desearía tanto, pero tanto, que esto sucediera con nuestros ángeles. Que Sandro, desde donde esté, supiese con el transcurso del tiempo que sigue vigente, que su paso por este mundo no fue en vano y que de no ser así, lamentablemente, sólo encuentre solaz en encender un nuevo y celeste cigarrillo sin nicotina, pero con aroma a sus recuerdos, esperando a su compañera para que lo acompañe en esa larga e interminable noche.


*Artista.