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Un intercambio

“La verdad no existe”, aseveró Fantino. “La verdad sí existe”, replicó Canosa. No ampliaron, no se extendieron, no desarrollaron. Pero dijeron eso que dijeron. Fantino: que la verdad no existe. Y Canosa: que sí. Y ese intercambio tan escueto, sucinto hasta el extremo, pronunciado hace días en un programa de televisión de variante streaming, cobra según creo una significación particular en un contexto general en el que la cuestión de la verdad (reformulada como post verdad) es una de las más revisadas y discutidas.

Una especie de rezago positivista pretende hoy en día que, ahí donde hay un dato, hay una verdad; y que esa verdad se manifiesta por sí sola, diáfanamente por así decir, sin precisar que se la escrute o se la interprete, sin admitir abordajes críticos ni mucho menos una confrontación con otras verdades posibles. A cambio, se ensaya en ocasiones una especie de relativismo laxo, equívocamente remitido a Nietzsche, mediante el cual se desvanece la tensión agonística de la verdad como objeto (y a la vez, en parte, como efecto) de una lucha de poder (hace unos días, en una entrevista de Héctor Pavón publicada en el diario Clarín, Edgardo Castro y Luis Diego Fernández, especialistas en la obra de Michel Foucault, fueron precisos en la revisión conceptual de este asunto).

Mi Fantino predilecto es el que entrevistaba a Eber Ludueña, pero el que se hizo más conocido en los medios es el que ajusta el nivel de las conversaciones a la medida de su tía Nelly (según él, medio lela, más bien dura para entender). Mi Canosa predilecta es la que maceraba intrigas en el mundo del espectáculo, pero la que se hizo más conocida en los medios es la que decía cosas de chica mala mirando fijamente a la cámara. Fantino dijo que la verdad no existe. Canosa le contestó que sí.

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Dijeron cosas opuestas. Pero las dijeron de una misma forma. Y ese fue, para mí, el gran acierto de Viviana Canosa. Dijeron cosas opuestas, porque uno dijo que no y la otra dijo que sí. Pero las dijeron de una misma forma; y si no existe separación tajante entre forma y contenido, es porque hay algo del contenido que no lo dice sino la forma. Fantino fue asertivo, directo, epigramático, tajante, muy seguro de lo que decía. Canosa puso en evidencia que la condición de esa seguridad radicaba en la forma, y no en el contenido, ya que con la misma forma (asertiva, directa, epigramática, tajante) podía perfectamente plantearse la idea exactamente contraria. Que se sostenía o no se sostenía con la misma arbitrariedad displicente.

Un aforismo logra la condensación fenomenal de un pensamiento con desarrollo, cuyo espesor se impone precisamente por cómo se condensa, algo así como los agujeros negros y su prodigiosa concentración de energía. Pero no es igual, por eso mismo, que la mera frase suelta. La frase suelta puede ser más bien una fachada escenográfica, detrás de la cual en realidad no hay nada. Un modo de contrarrestarla es montarle una fachada igual, pero justo en la vereda de enfrente.