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Un invento lamentable

Una revista de la Universidad de Oxford, álter ego de calidad y epistemología responsable que prefiero no verificar mucho, revela nueva evidencia desenterrada por traductores y antropólogos (no dice dónde), que acaba de demostrar que los griegos clásicos del siglo VI a.C. se arrepintieron amargamente de haber inventado el teatro.

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Una revista de la Universidad de Oxford, álter ego de calidad y epistemología responsable que prefiero no verificar mucho, revela nueva evidencia desenterrada por traductores y antropólogos (no dice dónde), que acaba de demostrar que los griegos clásicos del siglo VI a.C. se arrepintieron amargamente de haber inventado el teatro. “Parece que reconocieron casi inmediatamente que este nuevo oficio crearía toda una subcomunidad integrada por los peores narcisistas a la caza de atención permanente e inspiraría una letanía de terribles producciones que todo el mundo se vería obligado a padecer”. Hannah Brubaker, cabeza de la investigación, añade que la idea de una clase profesional de individuos que usan caretas y disfraces parados en un escenario para actuar historias fue un error horrendo. Los atenienses, los más finos y sofisticados de entre los griegos, desearon al instante que jamás se hubiera concebido el teatro. Pero Brubaker agrega que “nuevos hallazgos” confirman el mismo lamento sobre quienes ponderaron a grito pelado las preguntas sin respuesta que ofrece la vida y que dieron en llamarse a sí mismos “filósofos”.

La revelación es tan hermosa como irrelevante. Podríamos aducir en defensa de mis colegas actores (los narcisistas y los no tanto) que todo invento ofrece doble filo y que lo mismo podría lamentarse sobre el plutonio enriquecido para mover ciudades o el neoliberalismo como salida del laberinto económico. Los inventos son así y traen efectos secundarios. ¿Cómo sería la vida hoy sin teatro, sin filósofos, sin ficciones, sin preguntas incontestables? Tal vez sean ciertos estos temores ancestrales y el asunto de ocupar el centro para ejemplificar, mostrar, desmenuzar lo indecidible debería haberse relegado a un espacio menos visible, más periférico e incluso sin personas. Sí, me voy convenciendo: en un mundo sin personas, las cosas andarían mejor sin tragedias, ni comedias, ni filosofías. Y que la naturaleza reconozca a los suyos y haga lo propio.