COLUMNISTAS

Un "jüdenrat" entre los K

En exclusiva para PERFIL, el más representativo dirigente del Partido Obrero rechaza indignado las afirmaciones de José Pablo Feinmann, que en un libro lo acusó de ser el principal responsable de la muerte del joven militante Mariano Ferreyra, abatido por una patota cuando acompañaba la protesta de los tercerizados ferroviarios. Altamira compara al “filósofo kirchnerista” con los judíos que colaboraban con los nazis en el gueto de Varsovia.

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Desde el mismo momento en que una patota oficialista de la burocracia de la Unión Ferroviaria asesinó a nuestro compañero Mariano Ferreyra, el Gobierno y el kirchnerismo apuntaron contra el Partido Obrero. La Presidenta tomó la delantera cuando aludió enseguida a una puerta de la Secretaría de Educación de la Nación que habría sido rota por militantes de la FUBA o se fastidió contra los que manifiestan con palos; no tuvo una palabra contra la burocracia sindical, con la que se había codeado cinco días antes del crimen. Haciendo gala de su hocico entrenado, el ministro Aníbal Fernández se empeñó en superar a su jefa en la competencia de diatribas. A la señora Presidenta y a su penoso ministro se sumaron luego los alcahuetes. La culpa no la tenían los asesinos sino la víctima; la tenían los compañeros de la víctima, el partido de la víctima y los dirigentes del partido en que militaba la víctima. Sesenta mil personas desmintieron, desde el primer día, en Plaza de Mayo, al oficialismo y a su ristra de alcahuetes. Otras cincuenta mil lo volvieron a hacer, poco después, en un festival en el que decenas de artistas condenaron a la patota oficialista criminal de la Unión Ferroviaria, entre ellos el portorriqueño Calle 13 y un video de Carlitos Tevez. En el escenario pudimos reivindicar lo que ningún gobierno hace, salvo el de Cuba: la libertad y el socialismo para Puerto Rico.

Un largo mes más tarde, la Presidenta renovó sus planteos ante la familia de nuestro compañero, en una reunión sigilosa que se armó en la Casa Rosada, según pudo reconstruir Diego Rojas en su reciente libro ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? La Presidenta en ningún momento aborda la cuestión de la burocracia sindical, ni hace la menor alusión a que la gente de Pedraza (y en aquel momento Pedraza mismo) seguía instalada en el ex Roca, en la Secretaría de Transporte y en el Ministerio de Trabajo. La Presidenta sí repite, sin embargo, algunas provocaciones efectuadas antes por la ex fiscal del caso, Cristina Caamaño. Pablo Ferreyra, el hermano mayor de Mariano, le tuvo que pedir que deje de lado al Partido Obrero para atender al castigo de los culpables. La política de apaciguamiento de la burocracia, sin embargo, no ha ayudado mucho al Gobierno: Hugo Moyano estuvo a un paso de hacerle una movida “destituyente” frente a los balcones de la Rosada. Aunque lo usa para frenar los reclamos paritarios, es decir al servicio de los patrones.

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El domingo 24/4 nos enteramos, por una nota en La Nación, de que José Pablo Feinmann repite en un “libro” que “Altamira tiene que cargar con el cadáver de Ferreyra, al cual mandó a cortar vías contra gente armada”.
Hay muchos militantes o intelectuales que se indignan ante esta insistencia en la calumnia, pero de lo que se trata es de caracterizarla. Es simple: el crimen de la burocracia de Pedraza pesa como un inmenso adoquín sobre las pretensiones progresistas de los K, y desnuda su necesidad de preservar la complicidad de la burocracia y la regimentación que ésta ejerce en el movimiento obrero. Mariano Ferreyra se yergue acusador contra el maridaje repodrido con la tercerización, con la gestión corrupta del ferrocarril, contra la tercerización de la represión a cargo de patotas reclutadas por la burocracia sindical. Mariano Ferreyra es la denuncia de una gigantesca impostura. El Partido Obrero es calumniado porque ha ido a la caza de los asesinos materiales, sociales y políticos de Mariano Ferreyra con todos los instrumentos de un programa revolucionario. No basta escupir a los Feinmann, hay que entender la infección que genera estas supuraciones.

Feinmann no es simplemente un chirolita de quienes lo bancan. Lo de Feinmann es una canallada. Feinmann sabe muy bien que el piquete de compañeros tercerizados desistió de cortar las vías, en Avellaneda, cuando advirtió la presencia de la patota, e incluso exigió a la policía, que acompañaba la situación, que dispersara a la barra brava de la burocracia. Lo mismo volvió a decidir, ya en Capital, cuando comprobó que la patota lo venía siguiendo desde la provincia. Pasado el mediodía, el piquete de luchadores tomó una decisión más: dar por canceladas las posibilidades de realizar una jornada de lucha ese 20 de octubre y dispersarse, en razón precisamente de la hostilidad de la patota de José Pedraza. El acto criminal de la patota no fue contra trabajadores que intentaban cortar vías sino contra quienes habían desistido de hacerlo; no fue contra trabajadores agrupados para defenderse sino contra personas que se separaban; el crimen fue un acto que contó con la complicidad de la policía desde la propia jefatura; no fue una acción culposa sino homicida. El cordón que Mariano y otros compañeros formaron frente a la patota que venía a agredirlos tenía el propósito de proteger a las mujeres y a los mayores. El crimen de la patota no fue provocado, fue premeditado. La caracterización de los hechos que ofrece Feinmann (Mariano fue “mandado” a la muerte) es la del ideólogo del crimen, la del intelectual de la patota asesina.

Feinmann está embarcado en un emprendimiento macartista. Escribas como Feinmann adolecen de memoria –¿no fue acaso la propia dictadura militar la que en forma reiterada responsabilizó a Madres y a Familiares de Desaparecidos de haber mandado a la muerte a treinta mil luchadores argentinos por la educación o formación que recibieron en sus hogares? ¿Los secuestros de bebés en cautiverio no fueron justificados, acaso, con el argumento de evitar que tuvieran una educación subversiva y un destino similar al de sus padres? El ataque de Feinmann al Partido Obrero y a Altamira es el de un desecho intelectual. Feinmann escribe todo eso a sabiendas de que las patotas oficialistas de la burocracia asuelan el territorio nacional en Neuquén, en Santa Cruz, en el Hospital Francés, contra los huelguistas del Casino de Puerto Madero. ¿O cuando el kirchnerista Varizat atropelló a los docentes en una 4x4 en Río Gallegos tenía previsto herir sin matar? ¿Quién mandó a Carlos Fuentealba a la muerte? ¿No había advertido Sobisch que no permitiría ninguna perturbación ese fin de semana largo? ¿Quién mandó a los qom a ser asesinados por la policía de un kirchnerista precursor, el gobernador Insfrán? Feinmann sabe muy bien que los políticos del kirchnerismo reclutan punteros entre los barrabravas, como bien lo documenta Diego Rojas en su libro, donde incluye, entre ellos, al violento Carlos Kunkel. Es por eso que el asesino Favale aparece retratado junto al ministro Boudou en un una festichola, y también con la 6, 7, 8 Sandra Russo.

En este mismo momento miles de petroleros de Santa Cruz se han rebelado contra la burocracia sindical con la cual la Presidenta había firmado un pacto social, el año pasado, con la advertencia maternal de que si cortaban rutas “los mato”. Son los Mariano Ferreyra y los ferroviarios del Sur sublevados contra sus propios Pedrazas. Mientras Feinmann tomaba partido por la burocracia contra Mariano Ferreyra, el PO y Altamira, su ministro Carlos Tomada era pillado en una grabación telefónica conspirando con Pedraza para destruir al movimiento de tercerizados. Feinmann se reconoce a sí mismo como un miserable cuando no advierte que fue necesaria la muerte de nuestro compañero Mariano Ferreyra para que el Gobierno incorporara a planta permanente a 3.100 trabajadores tercerizados. ¿Serán necesarias otras muertes para que ocurra lo mismo en las petroleras, en las telefónicas, en Edenor, en las mineras, en Siderar y en las plantas industriales de todo el país? Los compañeros petroleros del Sur exigen un nuevo convenio colectivo, mientras que al gobierno K y a Repsol les interesa vaciar YPF para distribuir dividendos al amigo Eskenazi (para pagar lo que le prestó Repsol) y para rescatar a los accionistas españoles quebrados por la crisis hipotecaria de España.

A Feinmann le repugna que los obreros luchen; para el filósofo, la Argentina peronista es siempre una fiesta. Pero enfrente del luchador siempre hay alguien armado: en eso consiste el Estado. El viernes pasado, los esbirros de Assad mataron a cien sirios que participaban en las manifestaciones contra la dictadura. Algo habrán hecho. A principios de 2009, el gobierno de Israel masacró a cerca de dos mil civiles en Gaza; algunos intelectuales kirchneristas de la SEA se opusieron a condenar a Israel porque entendían que el conflicto era complejo y los palestinos tampoco eran inocentes. Feinmann pregona la cobardía política en medio de una rebelión gigantesca de los pueblos árabes y de la represión brutal de sus gobiernos.

Me viene a la memoria la letra de la Marcha fúnebre de la Revolución (rusa) de 1905: “Adiós camaradas, adiós corazones nobles/Caísteis en la lucha fatal/ víctimas de vuestro amor sagrado por el pueblo/Todo lo disteis por él, por su vida, su honor, su libertad…/ Adiós, camaradas, seguisteis un noble sendero…/Se acerca el momento en que el pueblo despertará, grande, potente y libre…/Adiós, camarada”.

Este 20 de abril se cumplió el sexto mes del asesinato de Mariano, pero también (entre el 19 y el 23) el 68 aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia. Un levantamiento contra toda esperanza, que no buscaba la victoria sino la muerte digna; de un lado un puñado de judíos valientes, del otro los nazis. Entre los sublevados no había, por supuesto, ningún Feinmann. Pero sí los había en el gueto: eran las autoridades judías que colaboraban con los nazis y hacían las veces de informantes o carceleros de su propio pueblo. Los jüdenrat (consejeros judíos) se opusieron al levantamiento judío con argumentos más plausibles que los de Feinmann, porque del otro lado había nazis, y el destino de un campo de concentración era una expectativa remota de vida. La base popular de los K no se merece un jüdenrat.

La reflexión de Hegel acerca de la relación entre el amo y el esclavo está fuertemente inspirada por la rebelión de los esclavos y semilibres negros en Haití. Hegel concluye que solamente es libre quien está dispuesto a entregar su vida para conquistar la libertad. De la escuela de Hegel se desarrolla el planteo de la libertad de Marx. A su hija, Marx le definió la felicidad como la lucha. Mariano Ferreyra pudo vivir su corta existencia como el ser libre de Hegel y de Marx.
¡Mariano Ferreyra, por la victoria, siempre!

*Dirigente del Partido Obrero.